
¡Curiosa palabra! Busco su origen. Corominas, en su diccionario etimológico del castellano, identifica un primer uso a fines del siglo XV. Su origen latino: «salvo», del que se desprende «salvedad, salvar». Andrés Bello, padre y madre de los códigos civiles en la América Latina, lo definió. Era toda una institución orientada a proteger a perseguidos por los Estados, era la diferencia entre vida y muerte, era para salvar, para proteger.
¡Salvoconducto! Sí, eso es lo que necesito. Un salvoconducto para dejar que fluyan sin trabas los terribles pensamientos que me asaltan, más allá de la prudencia, más allá de mis convicciones. Un salvoconducto que únicamente puedo concederme yo mismo.
Haré de abogado del diablo de lo que he creído durante años. Siempre me opuse a la pena de muerte. Me parece terrible que una sociedad castigue quitando la vida a alguien que cometió un delito. Además, en caso de error no hay posibilidad alguna para enmendarlo. La justicia no es ciega ni discrimina. Al contrario: discrimina. Estados Unidos es un ejemplo terrible: no solo que se ha ejecutado a inocentes o a personas sobre las que no se tenían pruebas concluyentes, sino que se condena más a afroamericanos que a blancos.
Pero, Carlos, me pregunto, ¿qué sucede con la corrupción descarada que corroe a todo un país? ¿Qué sucede cuando un grupo de personas roba los pocos recursos públicos para atender una epidemia y priva a los pacientes de los hospitales de aquello que les hubiese permitido ser atendidos y salvar su vida? No solo son ladrones de recursos públicos, son homicidas: la corrupción en estas circunstancias es un delito capital, un delito de Lesa Humanidad. Son homicidas amparados por el juego de la política, del toma y daca. Del apoyo político a cambio de hacerse de la vista gorda, de mirar hacia un lado: «Si te atrapan, me lavaré las manos y si te he visto, no me acuerdo, mientras tanto lleva lo que puedas». Para todo un país se ha vuelto evidente que los políticos, corruptos y homicidas, no requieren salvoconducto. El padrinazgo político es para estos la mejor licencia.
Un aspecto nefasto es, sin duda, la certeza que tienen los políticos corruptos y homicidas de que están protegidos, de que sus delitos gozan de impunidad. Esta certeza da alas poderosas a las aves carroñeras de la política
¿Se justifica la pena de muerte en estos casos? Soy consciente de que la pregunta contradice todo lo que he pensado a lo largo de mi vida. ¿Puedo ser tan inconsecuente? Sin embargo, la pregunta está allí y no la puedo evadir.
¿Qué puede hacer una sociedad en la que la política se ha convertido en el principal mecanismo de apropiación privada de los fondos públicos? Las implicaciones son terribles desde el momento en que esa manera de concebir y hacer política se convierte en el motor de las expectativas de quienes aspiran a ser políticos o ya lo son. «El Estado soy yo y el Estado es mío», es el criterio que orienta aquella conducta.
Mañana, los delincuentes de cuello y corbata, otros de jean y guayabera, los que nombran a sus peones a fin de que funcione la maquinaria de sobornos y de robo serán descubiertos y juzgados, tan solo si un azar los pone en evidencia; tendrán una pena relativamente blanda, moverán sus alfiles políticos, la pena se reducirá a la mitad o una parte ínfima, saldrán libres, los veremos candidatizarse y llegar a un cargo en que puedan multiplicar las cifras de lo que robaron en el pasado. ¿No existe ya una descarada presión para liberar a Glas?
Un aspecto nefasto es, sin duda, la certeza que tienen los políticos corruptos y homicidas de que están protegidos, de que sus delitos gozan de impunidad. Esta certeza da alas poderosas a las aves carroñeras de la política.
¿Extremar las penas en casos de corrupción tan flagrantes como los que han estallado estos días? ¿Cuál es el límite de aquellas medidas? Las incómodas preguntas están allí y no requieren de un salvoconducto para debatirlas.
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