En el artículo anterior quedé atrapado en ese insólito giro que experimenta El Quijote, la historia y el personaje, que de loco y vivo deviene en cuerdo y moribundo. La relación entre vivir loco y morir cuerdo se encuentra nuevamente en una de las novelas ejemplares: El licenciado Vidriera.
El argumento de Vidriera es el siguiente: camino de Salamanca, dos caballeros encuentran a un muchacho dormido bajo un árbol. Viste como el hijo de un labrador. Lo despiertan e interrogan. El muchacho, llamado Tomás Rodaja, quiere ir a Salamanca y busca un amo al que servir con la única condición de que le permita estudiar. Para sorpresa de los caballeros (y del lector) el mancebo sabía leer y escribir —inusual en el hijo de un labrador— y lo llevan con ellos. Tomás tenía un «raro ingenio» y triunfó en Salamanca.
Sin embargo, el amor le juega a Tomás una mala pasada. Una dama «de todo rumbo y manejo» se enamora perdidamente de él, que no corresponde a los furores amorosos. La dama desairada intenta un último recurso: una pócima para el amor. Al estilo de la Bella Durmiente (no por odio, sino por pasión), ofrece a Tomás un «membrillo toledano» que contiene la pócima. Él la come, por poco muere y queda muy enfermo.
Seis meses después, «aunque le hicieron los remedios posibles, solo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no la del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más extraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto». Tomás cree que es de vidrio «de pies a cabeza» y comienza a actuar procurando evitar toda circunstancia que implique algún riesgo de que pueda romperse, así llega a ser conocido como el licenciado Vidriera.
La locura da a Tomás una extraña sabiduría debido a que «ser hombre de vidrio y no de carne: que el vidrio, por ser de materia sutil y delicada, obraba por ella el alma con más prontitud y eficacia que no por la del cuerpo, pesado y terrestre». Admite preguntas de todo tipo y da respuestas ingeniosas, inesperadas, sagaces. Vidriera, en la convicción de su total fragilidad es la antítesis de los superhéroes, indestructibles y torpes.
En la historia de la locura, los locos fueron encerrados en manicomios y convertidos en sujetos de atención médica. Sin embargo, la modernidad como el predominio de la razón, se desliza al borde de un abismo en el cual la locura del exterminio y de la autodestrucción está en el orden del día
Si Alonso Quijano, el Bueno, llega a la locura a través de una inmersión radical en los libros de caballería y se transforma en el Quijote; la locura de Tomás es resultado de no haber respondido a la pasión amorosa.
Si la derrota en Barcelona traslada al Quijote de vuelta a la cordura, en el caso de Vidriera fue un monje de la orden de San Jerónimo quien «le curó, y sanó y volvió a su primer juicio, entendimiento y discurso..., le vistió como letrado y le hizo volver a la Corte». Tomás cambió su apellido de Rodaja a Rueda.
De manera similar a lo que ocurre en El Quijote, en la vida de Vidriera, la locura es necedad y sabiduría, un mirar la vida desde un ángulo que la cordura y la razón no permiten. Alonso Quijano retornó a la cordura y a la muerte; Tomás Rueda fue curado a costa de perder la sabiduría y el ingenio, fracasó como letrado en la Corte, tomó el camino hacia Flandes, donde, al decir de Cervantes, terminó sus días «dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado».
En las dos novelas, Cervantes renuncia a que sus personajes mueran en la locura. Tal vez creía que no era una buena muerte, pues no era señal de inocencia, y así optó por darles vida e ingenio en la locura, y muerte en la cordura, en el imperio de la razón. Como ya lo dije: Cervantes inaugura la modernidad literaria. En la historia de la locura, los locos fueron encerrados en manicomios y convertidos en sujetos de atención médica. Sin embargo, la modernidad como el predominio de la razón, se desliza al borde de un abismo en el cual la locura del exterminio y de la autodestrucción está en el orden del día.
Como si imaginara la deriva vital tanto del Quijote como de Vidriera, transformados en hombres cuerdos, Francisco de Goya, hacia fines del siglo XVIII, pintó un aguafuerte a la que llamó El sueño de la razón produce monstruos (https://www.museodelprado.es). Goya intuyó lo que más de un siglo después Freud y seguidamente Jung llamaron el inconsciente. Para Freud era un asunto individual, en tanto que para Jung era el reservorio acumulado de la experiencia del género humano en su larga evolución. Pero más allá de eso, el inconsciente es ese profundo y desconocido océano, de fuerzas enormes que no controlamos, sobre el que navega la frágil nave de la razón en que la modernidad puso su esperanza.
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