
El Diario del año de la peste de Daniel Defoe me proveyó de un salvoconducto para dos lecturas: La peste, de Albert Camus, y Robinson Crusoe, la archiconocida novela de Daniel Defoe.
El Diario del año de la peste es narrado por un sobreviviente de la peste que atacó Londres en 1565. Es un hombre de negocios que, por diversas razones, permanece en la ciudad, mientras muchos otros de su clase la han abandonado. En una mirada casi etnográfica, un registro contable de las víctimas por cada suburbio de la ciudad; la conducta de las personas (entre estas, de los asintomáticos), las respuestas de las familias en las casas «clausuradas» o en cuarentena y la resistencia ante la decisión de las autoridades, que era como condenarlas a muerte; la conducta de hombres y mujeres antes, durante y al final de la peste; y las medidas adoptadas por el Sheriff para combatirla. Comparto una observación de Defoe:
Y aquí tengo que volver a hacer notar que esta necesidad de salir de nuestras casas para ir a comprar provisiones contribuyó en gran modo a la ruina de toda la ciudad, pues en estas ocasiones la gente se contaminaba el mal los unos a los otros e incluso las mismas provisiones estaban a menudo contaminadas…
¿Cuántas veces en estos días escuchamos y leímos palabras similares? Tres siglos y medio después (sin considerar la revolución científica y tecnológica que nos separa), las conductas humanas relatadas por ese meticuloso observador no difieren mucho de lo que observamos en el presente.
"Y aquí tengo que volver a hacer notar que esta necesidad de salir de nuestras casas para ir a comprar provisiones contribuyó en gran modo a la ruina de toda la ciudad, pues en estas ocasiones la gente se contaminaba el mal los unos a los otros e incluso las mismas provisiones estaban a menudo contaminadas…". Daniel Defoe, Diario del año de la peste
La peste, de Camus, tiene como referencia el Diario. El epígrafe proviene de este libro. Existe una transcurrir paralelo entre las dos historias. En la de Camus el narrador es el doctor Rieux con base en las notas que registró su amigo y colaborador Tarrou. A más de la narración de los hechos y de las conductas de los habitantes de la ciudad de Orán, ―que es una reiteración de lo descrito por Defoe―, Camus se sumerge en el mundo interior de quienes viven la peste: la separación de los amantes, la solidaridad, la fe en un Dios incomprensible, la amistad, la soledad, la muerte como una de las manifestaciones de la «ley de la peste». Y finalmente las dolorosas y a la vez inquietantes reflexiones de los sobrevivientes sobre el sentido de la experiencia vivida. En mi novela El invitado (2007), hice referencia a la ruptura de la relación de Tarrou con su padre, un juez, que dicta sentencia de muerte de un «hombrecillo»: Mientras su padre condena, él se solidariza con el acusado.
En esta novela se entiende la ruptura no solo política entre J. P. Sartre y Camus, sino también filosófica y literaria. La trilogía Los caminos de la libertad (1945-1949), de Sartre, es un fallido esfuerzo de hacer literatura de los grandes dilemas del existencialismo. El esfuerzo creativo de Sartre no logra superar la reflexión filosófica. Es una muestra, en un contexto radicalmente distinto de lo que Leonardo Valencia llamó el Síndrome de Falcón: la literatura al servicio de una finalidad que está más allá de sí misma.
Esto debería guardar alguna relación con el hecho de que la obra literaria de Sartre haya sido devorada por el tiempo en tanto que la de Camus mantiene una inquietante actualidad. Para Camus las preguntas que nacen de la angustia que provoca la anodina existencia de los seres humanos y que ni el heroísmo ni la solidaridad ni la muerte es el sentido último de su literatura. Son a la vez las preguntas que no queremos hacernos y que a la vez son cruciales para la filosofía. Reproduzco una reflexión hacia el final de la novela:
Pero aquel silencio que envolvía a su amigo era tan compacto, estaba tan estrechamente acorde con el silencio de las calles de la ciudad liberada de la peste, que Rieux sentía que esta vez se trataba de la derrota definitiva, la que pone fin a las guerras y hace de la paz un sufrimiento incurable.
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