
El tiempo múltiple, simultáneo y paralelo fue uno de los temas predilectos de Borges y es un rompecabezas para la ciencia. La memoria, el olvido, el pasado, el presente y las intuiciones (no hay certezas) o temores de lo que puede ser el futuro conviven. En nuestra cotidianeidad es habitual que vivamos esos «tiempos». Entre los libros que se han negado a abandonarme y que han sobrevivido desarraigos, separaciones y mudanzas tengo dos escritos por Diego Viga: El año perdido (Editorial Universitaria, Quito, 1963) y Eva Heller (Editorial Universitaria, Quito, 1967, con portada de Peter Mussfeldt). A pesar de eso, los había ignorado. Estaban allí condenados al ostracismo de los libros que permanecen cerrados. Acontecimientos azarosos hicieron que llegara el momento de que los leyera.
Poco tiempo atrás, en Quito, caminaba por La Floresta, el barrio en que pasé mi adolescencia, entre el esmog y el ruido de los autos. De pronto, volví al pasado de calles vacías, de las casas con techos de teja y árboles que daban generosa sombra, y lo vi caminando despacio, con su blanca barba, luenga y tupida, su negro sombrero chambergo, y los pesados lentes de grueso marco. Sí, era el espectro de Diego Viga, tan perdido como yo en una ciudad que se había trasmutado en un lugar desconocido.
Diego Viga
Entonces recordé al silencioso personaje de los años sesenta: observador meditabundo, caminante anclado en su memoria. Su silencio llamaba a la especulación y, al atardecer, cuando habían concluido los juegos, sentados en la vereda, entre los de la jorga se tejían las más variadas historias. La que finalmente quedó en la memoria fue que era judío y que había huido de la Alemania nazi. Nadie sabía su nombre. Con el tiempo supe que era escritor, médico, que escribía bajo el seudónimo de Diego Viga y que su verdadero nombre era Paul Engel. Impulsado por el recuerdo, retorné a mi casa y, sin esfuerzo, como si me esperaran, encontré sus dos novelas. ¿Quién era Diego Viga?
Como señala una reseña publicada en Jewishlatinamerica, «La única biografía, Diego Viga. Doctor and Writer, de Dietmar Felden se publicó en la Alemania del Este, hace 20 años». El ejemplar de tapa dura de 1987 se encuentra en el catálogo de Amazon, pero no está disponible. Gracias a Alex Schlenker, contamos con la traducción de una breve autobiografía de Diego Viga o de Paul Engel, como efectivamente se llamaba. Nacido en Viena, con el ascenso del nacismo, poco después de graduarse de médico, debió partir de Austria con destino a Colombia y, posteriormente, a Ecuador. En los dos países ejerció su profesión y fue profesor universitario. Su carrera literaria comenzó pasados los cuarenta. Fue un largo camino. En su autobiografía dice que: «un día sentando en un patio […] de un hotel de una pequeña ciudad colombiana, me vi sumergido en la […] sorprendente tarea de escribir ensayos a partir de mis apuntes [que] envié más tarde a Thomas Mann, quien los calificó de manera positiva y me motivó a desarrollar mi trabajo literario».
Insatisfecho con el ensayo como género, empezó a escribir novelas: «había personajes que pedían a gritos ser creados». Concluida la Segunda Guerra envió su primera novela, Las paralelas se cortan, para su publicación en Viena. En esta narra el destino de los amigos que el antisemitismo y la Segunda Guerra dispersaron por el mundo y cuyos destinos tuvieron las más diversas fortunas. «Unos pocos incluso llegaron a ser felices» afirma en su autobiografía. Esta primera novela no se publicó pues la editorial quebró.
A lo largo de su vida, Engel-Viga (así lo llamaré) escribió dieciocho novelas —tres de las cuales escribió en castellano—, contribuciones para Letras del Ecuador, la —en su momento— prestigiosa revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y ensayos científicos.
Las novelas se publicaron en Alemania del Este y Ecuador. Cuando desapareció la República Democrática Alemana, sus libros «quedaron abandonados». Excepto una reedición de la novela Mauricio Toledano: el espejo cóncavo, reeditada por la editorial El Conejo, es prácticamente imposible encontrar ejemplares de sus novelas. El caballero de la libertad (1955) tuvo dos ediciones en alemán y traducciones al checo y al rumano; Destino bajo el árbol de mango (1957) —vaya título—, tres ediciones como libro y se reprodujo como cuadernillos en un diario alemán. Las siete vidas de Wenselao Perrilla (1958) fue editada en dos oportunidades en alemán y una en castellano en la Casa de la Cultura de Ecuador. Además, escribió en alemán una trilogía: Armas y cacao, El peón sacrificado y Los indios. Imagino que la mayoría de su producción estuvo marcada por el realismo social dominante en la época. Críticos alemanes tuvieron elogiosos comentarios a las novelas de Engel-Viga.
De las dos novelas de que dispongo, El año perdido me parece la más interesante. Escrita entre 1947 y 1961, es una novela polifónica narrada por diversos personajes, Tadeo, Johannes Kramer, Adolfo Lenk, Miriam Karlowitz y el jesuita Rentería, entre otros. Una estructura compleja. Los personajes reflexionan sobre sus vidas antes y después de la guerra, del forzado exilio al que los condujo el nacismo y de su vida tanto en Colombia como en Ecuador. Para sorpresa del lector, a más del exilio y de ser judíos (con excepción de Rentería) lo que los une es el hecho de que, en diversas circunstancias, fueron los amantes eventuales de Anadyomene —representación de Venus y de una gran belleza—.
Ni Kramer, el personaje que escribía en secreto y soñaba con publicar, ni la belleza turbadora y exquisita de Anadyomene, ni Engel-Viga, el escritor, se salvaron del olvido. Presintiendo el destino de su obra, al filo de cumplir ochenta años escribió en su autobiografía: «Actualmente tengo la esperanza de que las dieciocho novelas que he publicado vuelvan a cobrar vida». Fue una vana esperanza
Ella —esposa de Tadeo, músico carente de inspiración, convertido al cristianismo por amor a Anadyomene— tiene una intensa vida amorosa de la que no se siente culpable. Al confesarse con el jesuita Rentería, luego de haber tenido sexo, dice: «Soy una mujer, no una santa […] Me esfuerzo por ser una señora, una dama culta, civilizada». Tadeo es un ingenuo cornudo profundamente enamorado que niega las evidencias y está convencido de la mala fe de quienes murmuran sobre la disipada vida de su esposa. Siente a sus espaldas la mirada cargada de censura moral de aquellos a quienes ella se ha follado. Johannes Kramer, en un encuentro casual con Tadeo, piensa: «No me importa que algunos hablen mal de él. Él no tiene la culpa de que su esposa haya sido infiel».
Anadyomene elige a los hombres, goza de ellos y los abandona para buscar otros brazos. En su confesión con el jesuita Rentería afirma: «…me siento fuerte, poderosa, viendo a los hombres a mis pies. Se me trastorna la cabeza, mi cabeza da vueltas, me embriagan [… ] me siento como el centro del mundo». Los fugaces momentos en que los hombres accedieron a su cuerpo se grabarán en su memoria y su vida comenzará a girar en torno a ella y al vacío que dejó en sus vidas.
Otro de los temas es la necesidad de los judíos de contar con una patria. Como si se tratara de un diálogo de estos días, Miriam Karlowitz dice, refiriéndose a Palestina: «Necesitamos esa tierra, tierra nuestra desde milenios; no queremos suprimir a nadie. Lucharemos si se nos obliga […] Los árabes son nuestros hermanos desde Abraham, pero son impulsados en contra de nosotros; hay grandes intereses».
¿Quién era Engel-Viga? No me refiero a lo que él afirma en su autobiografía, sino al escritor que opta por un seudónimo. ¿No es acaso una forma de ocultamiento y de establecer una distancia entre el hombre y el escritor? ¿Intentó, al adoptar un seudónimo en español, cerrar la brecha de un largo exilio y adoptar como suya la lengua de los que lo recibieron? No sabremos sus motivaciones secretas. Al leer El año perdido, trato de armar un rompecabezas de sus emociones y opiniones, dudas y certezas sobre su vida en Austria y en los Andes, en las voces de Lenk, Kramer o Tadeo. Kramer, que ha cumplido los cuarenta y se pregunta sobre el futuro de los libros inéditos que ha escrito: «tal vez me abrirán el reingreso hacia los que viven. ¿Cuánto tiempo seguiré escribiendo sin publicar nada?». Por la voz de Kramer, nos enteramos de la tensión que el escritor Engel-Viga vivía cuando había descubierto su vocación literaria y la mantenía aún en secreto.
¿Fue acaso ser un silencioso militante comunista lo que le permitió publicar sus novelas en Alemania del Este? Con la caída del Muro, las editoriales y los críticos que leyeron su obra y la elogiaron desaparecieron. ¿Fue un sionista que por una razón desconocida desistió de ir a Israel?
Ni Kramer, el personaje que escribía en secreto y soñaba con publicar, ni la belleza turbadora y exquisita de Anadyomene, ni Engel-Viga, el escritor, se salvaron del olvido. Presintiendo el destino de su obra, al filo de cumplir ochenta años escribió en su autobiografía: «Actualmente tengo la esperanza de que las dieciocho novelas que he publicado vuelvan a cobrar vida». Fue una vana esperanza. Y es como si Kramer, cerca de la muerte, deseara aún con cierta desilusión un destino diferente para su obra.
En la ya citada reseña de Jewishlatinamerica de 2007 se afirma: «Diez años después de su muerte, el autor austriaco en el exilio Diego Viga, […] uno de los autores austriacos más productivos en el exilio […] es un extraño en Austria». También lo es en Ecuador: Extraño, desconocido, olvidado.
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