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10 de Noviembre del 2021
Ideas
Lectura: 6 minutos
10 de Noviembre del 2021
Carlos Arcos Cabrera

Escritor

Salvoconducto 31. Ortega-Murillo: el somocismo revivido
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Nicaragua es un pueblo incansable en sus afanes de libertad: la democracia conquistó el corazón y la esperanza de sus gentes. Hoy se sabe que es relativamente fácil perderla y costará reconquistarla y más aún mantenerla.

Ortega-Murillo son los nuevo Somoza. Somoza redivivo: padre e hijo, en la patética imagen de la pareja que hoy tiraniza Nicaragua. Ni en las peores pesadillas ni en las más audaces ficciones de uno de los personajes de Sergio Ramírez, (hoy exiliado), alguien podía predecir la deriva de la Revolución Sandinista. En su momento se llegó a creer, ingenuamente, que el futuro sería diferente. Había razones para eso: el marcado carácter antiautoritario de algunos de sus líderes, y el hecho de ser un proceso de vasto alcance social que enfrentaba una dictadura familiar (Los Somoza, padre e hijo) que se prolongó durante 42 años, desde 1937 hasta 1979. El fervor que aquella revolución despertó iba a contramano de lo que la necia historia había demostrado hasta el cansancio: la matriz totalitaria de todas las revoluciones socialistas. Nicaragua confirma la regla y no es la excepción. Ortega-Murillo se perpetúan en el poder en elecciones amañadas y luego de masacrar a su pueblo, llenar las cárceles de opositores como Ana Margarita Vigil (en su momento, destacada militante sandinista, hoy detenida y sometida a vejámenes y torturas desde junio de este año) y llevar al exilio a políticos, intelectuales, periodistas y ciudadanos de toda condición.

En uno de sus postreros poemas Ernesto Cardenal escribió:

Una cárcel con el nombre del campamento de Sandino
Y también el niño Conrado desangrándose
porque a los médicos se les prohibió atenderlo
Y murió diciendo “Me duele respirar”
A todo el país nos duele respirar
el país entero en manos de una loca
la del estéril bosque de árboles de hierro

Nicaragüenses, venezolanos y cubanos (que tuvieron su momento dramático con el episodio de los balseros en 1994), son parte del éxodo de los que huyen de los regímenes «progres» que dominan sus países. En los setenta, estas realidades tenían como responsables dictaduras de extrema derecha en Chile, Argentina, Uruguay.

Nicaragua es un pueblo incansable en sus afanes de libertad: la democracia conquistó el corazón y la esperanza de sus gentes. Hoy se sabe que es relativamente fácil perderla y costará reconquistarla y más aún mantenerla

Lo nuevo y a la vez paradójico es que las dictaduras recientes, a diferencia de las de los setenta que se hicieron del poder mediante golpe de Estado, aprendieron que es posible acceder al mismo a través de las urnas; para luego, arrojar a la basura los principios e instituciones que norman este tipo de sistema político, con el propósito de perpetuarse. Maduro y Ortega-Murillo son los más recientes casos y no serán los últimos.

La lealtad hacia la democracia tiene raíces débiles en América Latina y por lo que se mira en las encuestas, es cada día más inconsistente. La democracia debe hacer frente al desencanto de las promesas incumplidas de una vida mejor, a los sueños rotos de sociedades menos brutalmente desiguales (desencanto acumulado durante décadas); y a las voces autoritarias de nuevos mesías (al estilo Bolsonaro) que se escucha con una mezcla de candor, ignorancia y falta de escrúpulos.  No es algo reciente. La tentación autoritaria en amplios segmentos de la población (y su correlato en el ejercicio del poder) ha estado presente en la historia latinoamericana desde el momento mismo en que se constituyeron las repúblicas. La literatura y luego el cine recogieron mucho de esta historia. Más, el autoritarismo es una especie política con una asombrosa capacidad de renovación en cuanto a sus promesas, más no en sus resultados. Las justificaciones a las que acuden los totalitarios de derechas e izquierdas para revertir los procesos democráticos son variadas: Orden y Progreso, Libertad, defensa de la Fe y de la Santa Religión, lucha contra el comunismo, patria socialista, libertad de mercado, reducción del Estado o recuperación de este, el hombre nuevo o el hombre viejo, el crecimiento económico, la superación de la pobreza y, un largo etcétera.  El final ya es conocido.

Creo que la contradicción política en América Latina no es entre derechas e izquierdas, populistas o no, entre Estado y mercado, sino entre una democracia que funcione y que garantice una vida digna, respetuosa de las libertades, de los derechos ciudadanos y del medio ambiente; y el autoritarismo que ofrece mucho y finalmente concede cárcel, desaparición, exilio y destrucción de lo poco bello que nos rodea.

Nicaragua es un pueblo incansable en sus afanes de libertad: la democracia conquistó el corazón y la esperanza de sus gentes. Hoy se sabe que es relativamente fácil perderla y costará reconquistarla y más aún mantenerla. Sin embargo, algún día la democracia volverá con rostros sonrientes, risas y abrazos y los Ortega-Murillo, al igual que los Somoza, tendrán su lugar en el basurero de la historia.

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