
El 13 de junio de 2018, Carlos Marchán Romero me entregó un ejemplar de su obra Orígenes del Ecuador republicano: arquitectura institucional malograda del Estado nacional (IAEN, 2017). Demoré en leerlo. Como tantos otros libros, esperó pacientemente su turno hasta que llegó en el silencio que me autoimpuse en estas semanas.
Marchán, en su modestia, en ese cultivado bajo perfil de un hombre sabio, es un historiador con mucho camino recorrido y con aportes excepcionales para la historia económica y agraria del país. Iniciamos conjuntamente nuestra vida académica en la Universidad Católica, dirigida entonces por Hernán Malo González, allá en los años 70, y juntos escribimos un estudio sobre las haciendas serranas y sus transformaciones que fue un aporte al debate académico de aquellos años. Poco después, Carlos ingresó al Colegio de México, donde fue alumno del destacado historiador argentino-armenio Carlos Sempat Assadurian, especialista en la economía y la sociedad colonial. Allí obtuvo su maestría.
En los años 80, era casi imposible hacer de la vida académica una dedicación exclusiva y había que ganarse la vida fuera de las universidades. Cada uno tomó su camino y nos perdimos de vista durante muchos años. Marchán encontró refugio en la Dirección de Cultura del Banco Central que, bajo la batuta de Irving Zapater, hizo por la cultura y la investigación académica más que las universidades de entonces y que el anodino Ministerio de Cultura. Allí no solo se investigó y se publicó, sino que se hizo un esfuerzo, desconocido hasta entonces, por salvar archivos y fondos documentales que hoy, nuevamente, corren el riesgo de desaparecer para siempre. Buena parte de la amplia obra histórica de Marchán se hizo en el Banco Central.
Orígenes del Ecuador republicano es una historia basada en una documentación suficientemente amplia que, de la mano de la erudición de su autor, fundamenta una visión innovadora de la conformación del Estado. El esfuerzo de Marchán abarca un amplio período que va desde el siglo XVI hasta fines del XIX. Las preguntas que surgen son innumerables y se centran en la ausencia de visión nacional ―el predominio de intereses privados y locales― en los momentos fundacionales del Ecuador, que dio origen a «una institucionalidad política y económica que deja en desamparo la nación». Esta ausencia marcó el devenir no solo en la formación del Estado que a lo largo del siglo XIX se debatió entre centralismo y federalismo-descentralización —tema central del estudio de Marchán— sino en el predominio de una política de exclusión sistemática de amplios grupos sociales que, en la perspectiva de las élites locales, carecían de todo derecho para participar en el proyecto nacional.
Sin excepción, fueron proyectos malogrados: la Gran Colombia se hundió en medio de la confrontación de estos intereses y en el caso del Ecuador republicano, ninguno de estos se consolidó.
El Estado y el conjunto de lo que podemos llamar país y sus instituciones son un coto de caza, un lugar de depredación, un territorio de conquista y saqueo
La inestable arquitectura institucional y política del presente es heredera de esa carencia nacional original. Ni la propuesta conservadora, magistralmente descrita por Fernando Hidalgo Nistri en La República del Sagrado Corazón (UASB-E/CEN, 2013), ni la liberal ni los populismos de derechas o de izquierdas; menos aún las federalistas, descentralizadoras, autonomistas o centralizadoras prosperaron. Ningún grupo de interés, así como ninguna alianza de clases fue capaz de sentar las bases institucionales que dieran soporte a un proyecto nacional.
La historia devoró tanto a las viejas élites, como a actores sociales estratégicos: los terratenientes andinos y los agroexportadores del litoral han cedido su lugar; el poderoso movimiento obrero de los 70 es tan solo un recuerdo. El contexto ha cambiado profundamente: globalización, endeudamiento —y ahora la pandemia— han reducido a la mínima expresión los márgenes de libertad para decisiones soberanas. Paradójicamente, los nuevos grupos económicos y políticos se caracterizan por una ausencia radical de cualquier preocupación por una construcción nacional a mediano plazo. El Estado y el conjunto de lo que podemos llamar país y sus instituciones son un coto de caza, un lugar de depredación, un territorio de conquista y saqueo. Ecuador sobrevive a duras penas entre las ambiciones de nuevos políticos que resultaron tan rapaces como los anteriores, o aún más; «rupturas» políticas que reproducen la más abyecta tradición; outsiders que tomaron por asalto el Estado, medraron y se llenaron el bolsillo en nombre de un futuro promisorio; élites emergentes que crecen con el like de las redes sociales, tan voraces y corruptas como las que las precedieron; movimientos sociales que se debaten entre la desidia colectiva, la inmovilización forzada por la pandemia y el inevitable cálculo político preelectoral; y, una institucionalidad pública que es la plasmación de la inopia.
La labor silenciosa y tesonera de historiadores como Marchán Romero nos da luces sobre el pasado de un país que se muerde la cola: ¿País fallido? Estas líneas no tienen otro propósito que ser una invitación a leer su obra, así como rendir homenaje a un pensador que ha aportado al país desde su silenciosa tarea intelectual.
Hacer memoria es tarea de la historia; aunque, como dice Cortázar, que tenía el don de trastocar todo significado y hacer que las palabras confesaran sus secretos: «Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o quizás nos engaña para ayudarnos».
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