
El 2015 terminó con un feo sabor a intolerancia e incluso a clara y manifiesta persecución al otro en tanto diferente por parte del gobierno. De espaldas al pensar y desear de una buena parte de la población, se aprobaron leyes que modifican sustancialmente el andamiaje político e incluso ético del país. La aprobación de la reelección indefinida, que convirtió en silencio la palabra del pueblo, constituye un claro indicador de esta posición del poder que también se sostiene en el hecho de violentar la norma, la jurisprudencia y, sobre todo, la opinión pública. La detención de los 21 de El Arbolito constituye una suerte de colofón de un largo proceso en el que la violencia se convierte en estrategia para imponer los caprichos del poder
No existe poder más débil que aquel que requiere de la violencia para justificarse y para imponer sus propuestas políticas, económicas y sociales. Desde luego que la violencia es polisémica. Sin embargo, siempre se referirá a la imposición del fuerte sobre el débil, de los que gobiernan sobre los gobernados. Pero la violencia es también la expresión de las debilidades del poder, la careta con la que la debilidad y también la sinrazón cubren su rostro.
La debilidad necesita tanto pontificar como ofrecer el cielo a los débiles y el infierno a cuestionadores y rebeldes. Debieron pasar casi veinte siglos de sometimiento para que Occidente asumiese el cielo y el infierno como metáforas y no como realidades concretas con las que se consolidaron el dominio de los poderosos y el sometimiento de los débiles. Pero como no es posible vivir sin ofertas imposibles, el antiguo cielo mutó y se convirtió en aquello que ofertan las revoluciones. El término revolución es tan vacío de significación como el de cielo. Pero el poder se cuida mucho de que no aparezca el vacío al que ha encubierto con fraseologías rimbombantes y actitudes histriónicas. Todos los movimientos políticos llamados revolucionarios no son más que grotescos resabios de las religiones, por eso ofrecen la redención de los pobres, de los débiles.
Rorty, uno de los reconocidos filósofos del siglo pasado, señaló que la ironía y la contingencia constituyen las pilastras fundamentales de la existencia. Por ende, ya no más dogmas de fe religiosos o políticos, ya no más redentores de pueblos y sociedades, ya no más apóstoles de la verdad. Ya no más el pensamiento único y las sagradas cruzadas para imponerlo.
La reelección indefinida responde a un claro intento de imponer a la fuerza el pensamiento único. Al apropiarse del poder, la tarea es la reducción a su mínima expresión de todos los otros discursos y la casi aniquilación de la diferencia sujetada a la verdad única. La historia de Occidente tiene mucho que contar respecto a todo lo hecho, a todo lo omitido, a todo lo exaltado, a todo lo humillado, a todo lo vivificado y a todo lo asesinado y martirizado con la finalidad de imponer el pensamiento único.
Los apóstoles del pensamiento único no son más que sus grandes beneficiarios, por eso lo defienden a capa y espada. ¡Qué inmensa maravilla ser eternamente congresista, eternamente alcalde, eternamente presidente! ¡Qué bienaventuranza recibir eternamente las loas de los súbditos intelectuales y el dioselopague de los anonadados! Ni siquiera se trataría de ese narcisismo primario e infantil al que se refería Freud. Acá hay un evidente plus social e incluso económico. Un gran grupo que se constituirá en el menos uno, en la excepción y que sacará gran provecho de ello.
Como los sujetos-ciudadanos, las sociedades son esencialmente cambiantes e inestables. La inestabilidad es la regla, el cambio su expresión. La política del Uno y de la reelección indefinida contradice este principio y pervierte el orden de los sentidos elementales de la democracia y de lo democrático. ¿Roza, acaso, lo teocrático y, por ende, lo perverso? La respuesta se halla en la historia: Heidegger exaltando al fhürer tan solo para conservar el rectorado de la universidad y sus privilegios.
Año eminentemente político. Es probable que los discursos de campaña hagan que la verdadera realidad del país quede entre sombras y al arbitrio del poder. ¿En qué consiste, cuál es la verdadera realidad del país? Es probable que los discursos y los enfrentamientos políticos obnubilen la conciencia y las miradas sobre lo que en verdad acontece en la cotidianidad real del país. Es posible que mientras florecen los discursos políticos, se dicten leyes y más leyes para afianzas el estatus quo vigente. Valdría la pena recordar la fábula “Los dos conejos” de Iriarte para que las disputas políticas no permitan que nos convirtamos en carne de cañón de toda clase de enmiendas legales y constitucionales o de resoluciones económicas que debiliten aun más a instituciones vitales como el IESS, por ejemplo, cuyo estado de salud es realmente calamitoso y preocupante.
Tal como están las cosas, es posible que la tolerancia política no esté ni siquiera en el vocabulario oficial. Es probable que haya que reinventarla.
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