Cuando los ecuatorianos estamos frustrados, enojados o desorientados nos “estamos dando contra las paredes”, belleza de alegoría que describe perfectamente la hostilidad en los muros de redes sociales cada vez que el ánimo político se caldea. La sentencia ligera y la consigna descabellada destierran la inteligencia, el análisis y hasta el sentido del humor. Descalificamos deportivamente y envenenamos argumentos; con cualquier ínfimo tema nos lanzamos a señalar culpable y a encender las antorchas.
No dinamitamos las paredes, ni siquiera las vemos. Seguimos eligiendo a los que “aunque roben algo hagan”, al “mal menor”, a la “carita conocida” y les otorgamos la inmunidad que luego nos exaspera. Desconocemos los mecanismos de organización social con los que podíamos hacer esos pequeños cambios aledaños e inmediatos que dependen de la comunidad y no del poder. Delegamos la representación por agotamiento precoz, y renunciamos a ver y a construir otras realidades. Preferimos rompernos las cabezas contra las paredes de este pequeño conventillo medieval al que llamamos Patria.
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