Se avecinan elecciones seccionales. Los partidos y movimientos se disponen a organizar sus listas y sus candidatos a las alcaldías; pero la mayoría son organizaciones sin base programática, y sin estructura social, más allá de la ideología son meras empresas electorales. Compiten entre sí, en nombre de nosotro, caras, logotipos y números pasajeros cuyo único objetivo es alcanzar espacios de poder, preferiblemente en la administración de lo público, desde donde se puede rápidamente “recuperar” lo invertido. La selección del candidato no tiene nada que ver con el perfil, capacidades, propuesta o liderazgo; son las encuestadoras las que ponen los “números” sobre las mesas electorales.
La premisa de la encuesta es: ¿qué tan conocido es el personaje? no importa si es “conocido” por contratos oscuros en otras administraciones, por ser capo radial con frecuencias turbias, por aspirar a una reelección al mismo tiempo que enfrenta una destitución, o porque el sujeto confunde su angustia de poder con liderazgo. Las encuestadoras y los oportunismos políticos nos configuran las papeletas más tenebrosas, nos obligan a votar por el que creamos “el menos malo” y luego lloramos porque salió el peor. Eso está pasando ahora mismo en todo el país. Hay que estar atentos, cuando le llamen a preguntar por su preferencia entre un puñado de candidatos inservibles, con toda confianza y un poco de mal humor, responda: ¡por ninguno!
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