
El correísmo postuló para las próximas elecciones seccionales a muchos candidatos con deudas ante la justicia. La maniobra no es una casualidad. ¿Por qué?
Las organizaciones políticas como el correísmo no son innovadoras, sino que responden a una trayectoria heredada cuya estructura caudillista centralizada se articula en torno a una narrativa de fractura bipolar. Eso es lo que se llama populismo.
Los caudillismos defienden la idea de que la sociedad está artificiosamente dividida en dos, configurada así para socavar a la gente real y mantener a una élite en el poder. Incluso los caudillismos de derecha como Donald Trump vinculan la lucha entre el pueblo y la élite con una supuesta confabulación entre las élites políticas y económicas. Muchos activistas del Tea Party en los Estados Unidos, que son defensores vigorosos del libre mercado, creen que las grandes empresas, a través de sus compinches políticos en el Congreso, corrompen el libre mercado a través de leyes protectoras, acabando con la competencia y asfixiando a las pequeñas empresas de la gente real. Para sostenerse, el populismo caudillista tiene que ser conspiranoico y maleable.
La maleabilidad consiste en su elasticidad ideológica para coaligarse con organizaciones diametralmente opuestas. Por ejemplo, en 2015 en Grecia surgió Syriza con el apoyo del partido populista de extrema derecha Griegos Independientes; en Italia el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo formó un gobierno de coalición con el partido ultraderechista Liga Norte; en España, el izquierdista partido Podemos de Pablo Iglesias se impulsa con el apoyo mediático de HispanTV, un medio de comunicación vinculado al ultraconservador y fundamentalista islámico partido de la Sociedad del Clero Combatiente.
En el 2005 en Ecuador, en el breve retorno de Abdalá Bucaram, el líder caudillista aseguró que instalaría en Ecuador la revolución bolivariana de Hugo Chávez, convocaría a una Asamblea Constituyente y enfrentaría a las oligarquías. Casi inmediatamente tuvo que regresar a un nuevo exilio en Panamá que concluiría en el 2017, mientras Rafael Correa era presidente. Bucaram no consiguió instalar la revolución chavista pero dos años después, a partir de 2007, lo hizo la revolución ciudadana de Correa.
En el 2005, en Ecuador, en el breve retorno de Abdalá Bucaram, el líder caudillista aseguró que instalaría en Ecuador la revolución bolivariana de Hugo Chávez, convocaría a una Asamblea Constituyente y enfrentaría a las oligarquías.
En todo el mundo, los caudillismos comparten símbolos, narrativas y objetivos. Por ejemplo, el ultranacionalista, ultraconservador, euroescéptico y racista Partido Libertad de Austria, actualmente la tercera fuerza política austriaca, arremete constantemente en contra de los medios de comunicación a quienes acusa de defender a la élite y levantar un cerco mediático en su contra. Lo mismo sucede hoy con aficionados a Cristina Fernández, a Pablo Iglesias o a Rafael Correa que protagonizan constantes acosos masivos y ataques selectivos en contra de medios, periodistas y voces discrepantes. Los acusan de levantar un cerco mediático en contra del pueblo.
El significado del pueblo tiende a ser tanto aglutinador como diferenciador porque no solo intenta unir a una mayoría descontenta y silenciosa, sino que también trata de movilizar a esta mayoría contra un enemigo indefinido, por ejemplo, los medios de comunicación, la banca, la justicia, el poder en sentido amplio.
Por estos motivos el populismo candidatiza periódicamente a muchas personas con deudas frente a la justicia. De esta forma consigue subrayar el relato victimista de la persecución política, del statu quo y de la lucha del pueblo en contra de las élites.
Según los profesores Cass Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser en su libro “Populismo: una breve introducción”, una de las principales críticas contra las definiciones ideacionales de populismo es que son demasiado amplias y pueden aplicarse potencialmente a todos los actores, movimientos y partidos políticos. Pero al apelar a la voluntad general del pueblo, el populismo pone en práctica un mecanismo específico de articulación, que permite la formación de un sujeto popular con una fuerte identidad, que es capaz de desafiar el status quo.
Por esto es tan importante denostar la corrección política y la institucionalidad, porque narrativamente los populistas la vinculan al conservadurismo y a las élites. El uso de expresiones como “gente de bien” o “pelucones” sirve para interpelar el establecimiento elitista y enfrentarlo a sus supuestas víctimas. Entonces resulta imprescindible que algunos candidatos tengan vínculos con el narcotráfico, estén investigados por delitos en contra de la administración o hayan sido sancionados por los órganos de control. Es indispensable porque sólo así estos candidatos pueden presentarse como víctimas de una persecución injusta y en contra de una justicia corrompida. Jorge Glas, el exvicepresidente ecuatoriano encerrado por corrupción y encumbrado como héroe por sus seguidores, es un ejemplar de esta interpelación.
Rafael Correa, caudillo del correísmo y expresidente del Ecuador entre 2007 y 2017, repite constantemente la expresión “los corruptos siempre fueron ellos”. La utiliza incluso para insultar a sus seguidores. La frase resume claramente lo expuesto: el caudillismo populista subsiste siempre que haya una fractura bipolar entre “un ellos” que son las élites corruptas y “un nosotros” que es el sujeto popular, monolítico, honorable y mártir.
Pero ¿quiénes son o en dónde están “esos ellos” o “estos nosotros”? No importa. Lo sustancial es que en ese significante vacío se recoja un campo de disputa con capacidad de hacer revoluciones violentas o encumbrar a los caudillos al poder y para esto es preciso candidatear víctimas, no importa que sean o puedan ser delincuentes.
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