
Correa vuelve para matar su propio mito. Un político medieval como él no tiene un lugar en un escenario como el actual dominado por la escasez económica, la pluralidad de demandas y por la reparación de la ética pública. Sin medios de propaganda glorificándolo, recursos públicos para para financiar sus mítines, ni el poder político para imponer sus caprichos, Rafael Correa es un don nadie.
Ni siquiera podrá disimular su propia mediocridad. Para esta campaña electoral no tendrá el teleprónter para parecer muy elocuente, ni las muchedumbres de clientes para parecer muy amado. Solo se tendrá a sí mismo y a su propio mito.
Alrededor del expresidente se creó la ficción del gestor de la patria nueva, de la nación moderna y del nuevo libertador. Todo se consiguió a través de una propaganda asfixiante y silenciando a las voces críticas. Pero la ficción funcionó mientras Correa estuvo en el poder. Al perder su autoridad, todo se terminó. En su última visita, sin medios obligados a cubrir sus bailes y comilonas, el expresidente pasó por aquí como cualquier otro. Tal vez creyó que el mito creado sobre sí mismo iba a perdurar aun en ausencia de los mecanismos de amenaza a la opinión pública. Pero se equivocó.
Debe estar desesperado. Correa regresa para convertirse en el verdugo de su propia fábula porque ni siquiera ha sido capaz de reinventarse. El ex presidente cree que él mismo encarna su propio mito y que puede guardarlo en el bolsillo como si se tratara de unas pocas monedas. Pero cuando encuentre que las sociedades que antes votaban por él y que ahora simplemente cambiaron de mecenas, comprobará que su reputación no era suya, sino que será de quien distribuya los recursos públicos y que hoy ese repartidor ya no es él, sino otra persona.
Correa jamás fue muy lúcido para entender estos matices. Fue un actor que consiguió repentinamente la fama por las circunstancias políticas y la abundancia económica. Su total ausencia de humor, su intolerancia al debate y su absoluta falta de humildad para rectificar sus propios errores, serán imposibles de maquillar ahora que ya no dispone del dinero público para distribuirlo como antes, ni de la propagada para convencer a nadie.
¿Qué hará Correa mientras dure su campaña de rechazo a la consulta popular? ¿Acaso reconocerá sus errores, abusos y excesos cometidos como presidente? ¿Al menos tratará con respeto a sus interlocutores, políticos o periodistas, que públicamente le pidan cuentas sobre sus actos? ¿Qué dirá sobre la información judicial que lo involucra en actos de corrupción? ¿Al menos intentará ser un poco humilde? No. Correa será el prepotente de siempre sin las comodidades del poder.
Albert Camus decía que en aquel lugar en donde reina la lucidez, es inútil la escala de valores. Durante la década autoritaria del correismo, por la ausencia de un mínimo de lucidez, se despilfarraron colosales cantidades de recursos en tratar de maquillar la total ausencia de escrúpulo en la administración. Sin lucidez y en este momento de reparación de los valores democráticos y la decencia pública, Correa está fregado.
Pero en Carondelet deben estar festejando. Correa regresa para convertirse en su propio verdugo. Así la nueva élite en el poder se deshará de dos grandes adversarios: la persona del exmandatario que no podrá aspirar nunca más a la presidencia, y el mito de sí mismo que quedará ridiculizado en una campaña política que pondrá cara a cara a quienes le espetarán algunas verdades al mismo prepotente que estuvo escondido durante diez años tras las faldas del espionaje, el acoso y la propaganda.
¡Salud campeones!
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