
El panorama político nacional se torna cada vez más gris e incierto. Desde muchos espacios en los que se reflexiona sobre política con honradez y sensatez, no se cesa de pedir que todos quienes se sienten o se reconocen con capacidades para liderar el Estado como su presidente, se reúnan con el único propósito de pensar en el país, solo en el país y no en los grupos políticos y sus intereses más o menos personales. Aparentemente, es tan sencillo aceptar que únicamente la unión hace la fuerza. Y que, al revés, la dispersión asegurará la permanencia del correísmo.
Verdad de Perogrullo. Pero el problema radica en que justamente ciertas personajes políticos se resisten a ver, a analizar y a aceptar que la actual coyuntura del país requiere impajaritablemente la construcción de un pensamiento político claro y preciso que junte voluntades políticas orientadas al cambio tanto de actores políticos como de modelos de gestión gubernamental. Un modelo que se proponga, por ejemplo, la fiscalización de las inversiones económicas del actual gobierno. Un tema azas complejo pero absolutamente indispensable para la salud histórica del país.
Hipotéticamente, hay que aceptar que algunos de los candidatos, incluida la dama, contaría con dones y capacidades sociales, políticas y éticas para ser el presidente del país. Algo que es preciso aceptarlo como un principio para cualquier conversación. Sin embargo, cada uno de ustedes, señora y señores candidatos, estaría soñando en círculos cuadrados si cree que posee, por sí solito o solita, la posibilidad de obtener una votación suficiente que asegure una segunda vuelta frente al candidato oficial. Pero lo que no es hipotético sino absolutamente cierto es que esta pluralidad de candidatos hace mucho bien al oficialismo que sabe de memoria aquel principio griego y luego romano: divide et impera: Divide y vencerás.
Sería necio desconocer las inmensas ventajas que, desde un comienzo, posee el candidato oficial habida cuenta que, desde el gobierno, se manejarán todos los hilos visibles e invisibles para catapultar el poder. Los candidatos del oficialismo ya poseen diez y más años de propaganda a su favor. Tan solo los ingenuos podrían pensar que cualquiera es capaz de vencer a ese férreo sistema sostenido en el discurso de un presidente que intervendrá directa e indirectamente en la campaña, con plata y persona, como se dice. ¿Acaso ya no dio ejemplo de ello en el lanzamiento de la candidatura de su binomio utilizando los medios públicos de difusión? Si eso hubiese hecho un candidato de la oposición, ya habría sido enjuiciado y descalificado ipso facto.
La experiencia no es solo memoria. La experiencia surge del análisis teórico de los aconteceres sociales con el propósito de producir nuevos saberes y nuevas actitudes. Muchos posibles candidatos recitan de memoria la historia patria y se han convencido de que con eso ya la han entendido. Parecería que tienen miedo de ir de verdad a la historia para analizarla y descubrir que los políticos se encargaron de colocar al país al borde de la quiebra moral y económica. Los políticos que hoy quieren aparecer como inocentes, hicieron el correísmo, formaron parte de él, fueron sus colaboradores. La hipocresía es la más sucia de las virtudes políticas.
Volviendo la mirada al mito: el grupo de candidatos de oposición rápidamente caerá en una auténtica confusión de las lenguas creyendo, sin embargo, que sus integrantes hablan un idioma que todos entienden y al que las masas se adherirán de manera inmediata. La confusión de las lenguas surge del deseo incontrolado de poder. A río revuelto, ganancia de pescadores.
Algunos quieren ser presidentes para tratar de arreglar, honrada y decididamente, los innumerables entuertos que se han producido en los últimos tiempos y que han determinado que la cosa pública devenga asunto personal. Hay otros que no tienen una idea clara de lo que significa ser presidente de un país que sigue padeciendo los estertores de una política basada fundamentalmente en lo personal más que en lo social. Están los candidatos que ya han pasado por experiencias de mando en ciudades con resultados más bien pobres. Habrá probablemente aquellos disimuladamente colocados por el poder como distractores. En río devuelto, ganancia de pescadores.
No es fácil, pero es indispensable detenerse un momento en medio de la vorágine de declaraciones, de propuestas, de promesas y juramentos para meditar, reflexionar y revisar. El país actual no requiere ni de héroes ni de reformadores. Necesita un gobierno que ponga la casa en orden, en el orden de la ley y de la justicia, que lo saque del imperio del deseo personal y lo coloque en los andariveles de la ley y del bien social.
El país necesita alguien que borre de la política la falacia del redentor, del gran benefactor, de aquel que se presenta como el mesías que llenará al país de toda bienaventuranza. Por cierto son estos los peores de todos porque se hallan enfermos de un maléfico narcisismo. De estas falacias está llena nuestra historia. Los redentores, comúnmente, terminan siendo los peores de entre todos los villanos.
A este pensamiento hay que enfrentarse en el proceso electoral. Es de suponer que el gobierno pondrá en juego lo lícito y lo no santo con tal de mantenerse en el poder a través de sus elegidos. Ello implicará armar un bloque monolíticamente unido en el que no habrá espacio alguno para las voces disidentes. Inclusive, desde una sobrevaloración absolutamente mágica de esa supuesta unidad que no se referirá tan solo al partido sino a todos los reales e imaginarios beneficiados de los diez años de gobierno. Entonces así se construirá un Goliat. Es necio que alguien se considere el prepotente David que lo vencerá con discursos verborreicos.
Por cierto, es imposible unir a todos, a causa de baratos narcisismos que han invadido a algunos. Pero deberían intentarlo aquellos dos o tres candidatos que, parecería, tendrían más aceptación popular. ¿Nombres? Por qué no: Lasso, Viteri, Moncayo.
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