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29 de Junio del 2023
Ideas
Lectura: 5 minutos
29 de Junio del 2023
Patricio Moncayo

PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.

Los tabúes de la democracia
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Quienes no tienen una hoja limpia de conducta en la vida pública, como los que menciona en su crónica Aguilar, no tienen empacho en volver a la palestra “con capa de Superman o rodando sobre la pista de baile” confiados en que habrá votantes que se traguen el cuento.

La frase soltada por Lenin Moreno: “ojalá tuviera un mejor pueblo” es, según Roberto Aguilar, una blasfemia, dada la convención del sistema político de postular el carácter sagrado del pueblo soberano.

En plena campaña electoral anticipada, este tabú traza una línea divisoria entre la demagogia y la política responsable. La primera está conforme con el “mal pueblo” pues así se garantiza su éxito electoral. La segunda cuestiona la irresponsabilidad de los electores que “elegimos mal” y aboga por un mayor discernimiento de los votantes. 

¿Qué significa elegir bien en estas elecciones?

Primero que nada, entender en qué situación se encuentra el país y no esperar milagros.

Segundo, diferenciar lo que es ganar una elección de lo que es estar preparado para gobernar.

Tercero, exigir a los candidatos propuestas viables de gobierno y no ofertas que vayan a quedar en el papel.

Cuarto, conocer los equipos de gobierno de cada candidato para evitar la volatilidad ministerial.

Quinto, pedir que, en el debate, los candidatos expliquen cómo piensan enfrentar los obstáculos a la ejecución de su plan de gobierno: si carecen de mayoría en la Asamblea Nacional, si hay un déficit de recursos económicos, si la contingencia altera las prioridades, si carecen de conocimiento y experiencia para afrontar problemas de alto valor para la población, como los que se interrogan a continuación:

¿Cómo van a conjugar la centralización y la descentralización en la administración del Estado?

¿Cómo van a conciliar la reactivación económica con la inversión social?

¿Cómo van a evitar que las urgencias se impongan sobre las importancias?

¿Cómo van a evitar el pago de favores políticos con más burocracia?

¿Cómo van a lograr un equilibrio entre lo óptimo y lo posible en términos de igualdad social y protección ambiental?

¿Cuáles son los escenarios de piso para sus proyectos y qué objetivos sacrificarían?

¿Cómo manejarían el conflicto entre ideología y realidad?

¿Cómo sacrificarían la popularidad de su gobierno si se vieran obligados a tomar medidas económicas de escasa aceptación social pero inevitables?

¿En qué casos, si se equivocan, serían capaces de rectificar y pedir disculpas?

¿Cómo manejarían la libertad de prensa si ésta vulnerara la credibilidad de sus gobiernos?

¿Cómo manejarían la protesta social si ésta se convirtiera en un estallido violento?

¿En qué medida estarían dispuestos a someterse periódicamente a un proceso de petición y rendición de cuentas?

Estar preparado para gobernar implica ser capaz de responder a todas estas preguntas.

Roberto Aguilar anota hechos que comprueban que Lenin Moreno tenía razón: saqueos perpetrados a vehículos siniestrados en plena vía pública o escenas de turistas que comen bulliciosamente “entre tarrinas y bolsas plásticas en plena zona de anidación de tortugas”; transeúntes “que miran para otro lado mientras un grupo de niños asalta a los autos detenidos en un semáforo”.

Y claro habría que agregar a esta lista la reelección de “los peores asambleístas ecuatorianos” auspiciados por partidos y movimientos políticos que fraguaron un juicio político amañado que desembocó en la muerte cruzada. ¿Habrá ciudadanos que los reelijan?

Quienes no tienen una hoja limpia de conducta en la vida pública, como los que menciona en su crónica Aguilar, no tienen empacho en volver a la palestra “con capa de Superman o rodando sobre la pista de baile” confiados en que habrá votantes que se traguen el cuento.

Hay pues, en realidad, un sistema político en el Ecuador que permite elegir y reelegir a “rateros y analfabetos impresentables” que se valen del desconocimiento de los ciudadanos para volver a encaramarse sobre sus hombros como los salvadores del pueblo. 

Sin duda que debemos apelar a la responsabilidad de los votantes mediante la educación política, lamentablemente descuidada por los partidos y el CNE. Sin educación política, los cuentos o autoengaños seguirán nublando nuestra visión.

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