
Las dos últimas semanas visitaron el Ecuador (en concreto, Quito, Lago Agrio y Guayaquil) una docena de periodistas de importantes medios internacionales ––desde el Times of India a la Folha de Sao Paulo, desde Al Jazeera hasta NBC, desde la National Public Radio de EE.UU. hasta revistas alemanas–– invitados por un programa de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. La iniciativa busca interesar a grandes medios mundiales a que conozcan y hagan reportajes sobre países que reciben poca cobertura. Este año escogieron el Ecuador, y tuve la suerte de participar en un panel introductorio para todo el grupo y luego asesorar y contestar preguntas de muchos de ellos, que empezaron a escribir notas y mandar despachos a lo largo de los 15 días de estadía. Lo cuento porque ya viajaron de regreso a sus países.
Tras las charlas del panel, una de las primeras preguntas fue sobre el presidente que desafía a puñetes a un legislador, cosa que acababa de ocurrir cuando llegaron. Otros se enfocaron en temas más generales: la dolarización y sus efectos; la contaminación petrolera; el Yasuní; la pobreza; el control de la prensa; la provisión de servicios de salud; la crisis económica. Y otros, inclusive, combinaron esos temas generales con notas más puntuales: el uso de la moneda de un dólar, cosa inusual en EE.UU. pero corriente en el Ecuador; o la existencia de cachinerías, como las del Centro Comercial Montúfar y alrededores de San Roque, a la vista y paciencia de las autoridades.
Todos se interesaron por la reactivación del Cotopaxi, y nos acribillaron a preguntas. La periodista Priyanka Gupta del sitio en inglés de Al Jazeera me hizo más tarde una entrevista a fondo sobre el tema y, empezó por pedirme que le describiera el Cotopaxi, sus peligros y lo que sucedió en la erupción de 1877, pues algo les había contado en la charla general.
Le conté que el Cotopaxi se reactivó en enero de 1877, con emanaciones diarias de humo y ceniza y explosiones esporádicas. Pasó varios meses así hasta que el 24 de junio de 1877 hizo una gran erupción con mucho ruido, fuego y lava, enviando piedras y rocas grandes como balas de cañón al cielo. Sin embargo, la principal destrucción fue causada por las avenidas de lodo producidas por la lava que rebosó por todo el perímetro del cráter y deslió con su altísimo calor las masas de nieve y hielo que cubren el volcán. Las corrientes de lodo, que los vulcanólogos de hoy llaman “lahares” usando una palabra javanesa, bajaron a toda velocidad por la montaña y destruyeron lo que encontraron a su paso al enrumbarse y desbordar los cauces de los ríos que drenan el volcán al norte, sur y este.
Conté también que testigos presenciales de esa época dijeron que el Puente de Salcedo, que estaba a 40 m sobre el río Cutuchi a 38 km al sur del Cotopaxi fue destruido en cuestión de segundos como a la media hora de la erupción. Que los lahares destruyeron muchas haciendas, pueblos pequeños y una gran parte de la ciudad de Latacunga. El flujo de lodo y piedras también viajó muy rápido hacia el norte, a lo largo del cauce del río Pita, destruyéndolo todo una hora después de la erupción al llegar al Valle de los Chillos, cerca de Quito. La erupción y los lahares causaron la muerte de más de mil personas, en total, sobre todo en Latacunga y Los Chillos.
Dado que escribí un artículo en El Comercio sobre lo sucedido en la anterior erupción, también me preguntó sobre la situación política del país en 1877. Narré que el Ecuador estaba sometido a la dictadura del General Ignacio de Veintemilla. Luego de sublevarse en Guayaquil el 8 de septiembre de 1876, su ejército desató una guerra civil de tres meses contra las tropas leales al presidente constitucional Antonio Borrero. Veintemilla y su gabinete tuvieron que esperar esos tres meses en Guayaquil antes de aventurarse a ir a la capital.
Aunque Veintimilla era quiteño y provenía de una familia conocida y apreciada, su toma del poder a través de un golpe, la ruptura de la Constitución y la sangrienta guerra civil, hizo que fuera rechazado por la mayoría de los habitantes de Quito, muchos de los cuales habían perdido miembros de familia y amigos en la guerra. Otra razón importante para el rechazo fue su posición anticatólica. El dictador, y especialmente su Ministro General, Pedro Carbo, jefe del partido Liberal y principal político anti-clerical del Ecuador, no podían caer bien en Quito, una ciudad conservadora y religiosa. Carbo tenía que caminar de ida y vuelta al palacio rodeado de guardaespaldas. El conflicto con la Iglesia se agudizó porque Carbo quería desconocer el Concordato firmado por García Moreno con el papa. En marzo de ese año, el Arzobispo José Ignacio Checa y Barba fue asesinado, envenenado con cianuro mezclado en el vino con el que comulgó en la ceremonia del Viernes Santo en la Catedral de Quito. El pueblo enseguida señaló al Gobierno como el autor del asesinato. Veintemilla negó las acusaciones. Se tomó presos a una docena de sospechosos y, tras la investigación, los fiscales acusaron a un hombre sobre el que había numerosos indicios pero fue liberado por la corte superior que encontró insuficientes las pruebas.
En cualquier caso, dije, la Iglesia y Gobierno tuvieron aún más problemas pues el canónigo Arsenio Andrade ––quien fue elegido por los otros canónigos para dirigir la arquidiócesis en reemplazo de Checa y Barba, hasta que Roma nombrara un nuevo arzobispo––, siguió defendiendo el estatuto de la Iglesia otorgado por el Concordato y confrontando los avances anticlericales de Veintemilla y Carbo. Finalmente, el 23 de junio de 1877, Veintimilla fue personalmente a apresar a Andrade y lo envió al exilio. Pero Andrade, quien se temía este tipo de medida, había emitido ya un decreto canónico de entredicho, ordenando que, en el caso de que fuera expulsado, todas las Iglesias de la ciudad cerrasen sus puertas, quedando prohibida la celebración de misas y cualquier acto litúrgico hasta que él volviera a su cargo.
Los católicos de Quito quedaron estupefactos cuando en la mañana del 24 de junio encontraron todas las iglesias cerradas. Empezaron procesiones religiosas, rezando en coro y cantando himnos religiosos, pero algunas de ellas se convirtieron en protestas contra el régimen. De pronto, a las dos de la tarde, el cielo se oscureció y empezó a llover ceniza. Todo el mundo lo interpretó como un castigo divino contra Veintemilla. La angustia se apoderó de la población; las protestas se convirtieron en disturbios y grupos de manifestantes atacaron a los soldados de guardia en algunos sitios y se apoderaron de sus armas. Veintemilla sacó más tropas para acallar las protestas y se produjeron varios muertos en las oscurecidas calles de Quito.
La periodista de Al-Jazeera, asombrada de esta coincidencia extraordinaria, me preguntó cómo llegó la noticia de la erupción del Cotopaxi a Quito, si es que fue enviada desde Latacunga. Le repetí que llegó por los cielos, cuando estos se volvieron negros y momentos después “era imposible saber si era de día o de noche” por la oscuridad que reinaba. Eso y la lluvia de cenizas que cayó sobre la ciudad eran señales de que alguno de los volcanes que rodean Quito había erupcionado. Todo el mundo sabía eso. Y lo más probable es que los habitantes supusieran que era el Cotopaxi pues había estado en actividad durante algunos meses. En efecto, la gigantesca emisión de ceniza del Cotopaxi se expandió muy rápidamente en todas las direcciones y en solo unos minutos cubrió los cielos de Quito, viajando luego sobre las ciudades costeras de Guayaquil, Portoviejo y Manta y el sur de Colombia.
Al indagarme más sobre la erupción de 1877, narré el espanto de los habitantes de Quito cuando al día siguiente descubrieron que además de las muertes producidas en las calles por las balas del dictador, mucha gente había muerto por las avenidas de lodo que cubrieron el área central del valle de Los Chillos, donde las familias acomodadas tenían sus haciendas. Los obrajes, casas, tiendas y talleres habían sido borrados del mapa en un instante, y hombres y animales se habían ahogado en la corriente de lodo y piedras. En los siguientes días muchos cadáveres de personas y animales aparecieron en la boca del río Esmeraldas en la costa norte del Ecuador, donde descargan los ríos de la cuenca de Quito.
La periodista también indagó mi opinión sobre la situación actual y la respuesta gubernamental. Dije que la primera reacción del Gobierno fue política: declarar el estado de emergencia y la censura de prensa, lo cual ayudó al Gobierno a detener las demostraciones en su contra que tenían lugar en el país, especialmente las marchas indígenas hacia la capital y las protestas en las calles de Quito. Cuando a los 60 días caducaron estas medidas, el Gobierno no las renovó, lo que para mí, es una prueba adicional de que la primera reacción fue motivada por la política.
El Gobierno también declaró la alerta amarilla y realizó preparativos. Las primeras semanas fueron un poco embarazosas porque el Gobierno quiso forzar a las personas a asistir a reuniones y simulacros sin tomar en cuenta las necesidades inmediatas en las áreas donde estaba cayendo ceniza, como alimento y comida para las personas y pasto para su ganado. Felizmente el Gobierno cambió de rumbo en las siguientes semanas y organizó de mejor forma la distribución de alimentos, la provisión de refugios para las personas que querían abandonar el área más afectada por la ceniza (el norte de la provincia de Cotopaxi). La Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos ha estado centralizando la respuesta a la emergencia y muchas veces trata de hacer todo por sí misma, sin la ayuda de las organizaciones locales y de los líderes naturales de las comunidades en el área. Eso causa rupturas y desconfianza en las comunidades indígenas. En el lado positivo hay que resaltar que el Gobierno por fin está dando atención al Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional (centro de excelencia en educación e investigación sobre geología y volcanismo), y le ha provisto de más equipamiento para el monitoreo del volcán.
La periodista Priyanka Gupta quiso saber qué era lo que yo más temía en el caso de una erupción y si esta era inminente. Le respondí que es muy difícil predecir una erupción volcánica. Que históricamente el Cotopaxi ha tenido erupciones grandes en promedio cada 111 años y ahora han pasado 138 años sin ella. Que los técnicos dicen que con la actual actividad sísmica hay tres posibilidades: (a) Una erupción grande, con o sin aviso previo; (b) Una estabilización de la actividad sísmica, con continuas emisiones de gas y ceniza sin llegar a una erupción y (c) Que no pase nada.
Que el escenario más probable es una erupción grande, ojalá con aviso previo. Este aviso debe ser con al menos 45 minutos de anticipación para dar tiempo de evacuar a sitios más seguros a las personas que viven en las áreas vulnerables (principalmente Los Chillos al norte y Latacunga al sur, cerca de los ríos que nacen en el Cotopaxi). La gente que vive en las áreas de alto riesgo son unas 120.000 pero muchas más van a ser las afectadas.
Conté que en un memorando resumido de la Embajada de EE.UU. se especifica que las mayores amenazas para Quito son: “Ceniza: La acumulación de ceniza podría ser de más de 5 cm sobre todo al suroccidente del Cotopaxi. Quito podría recibir un poco de ceniza. El volcán también podría lanzar piedras a larga distancia pero de nuevo sin afectar a Quito.- Lahares: Aunque a la distancia puede que no se note, el Cotopaxi tiene varios miles de millones de metros cúbicos de hielo (glaciar). El calor de una erupción grande puede desleír rápidamente todo ese hielo que bajaría de la montaña a una velocidad extremadamente rápida (60 a 100 km/h) mezclado con lodo, piedras y rocas para sembrar la destrucción a su paso. Los lahares se canalizarán principalmente por los valles de los ríos que se alimentan del Cotopaxi: Santa Clara, San Pedro y Pita [allí hay una equivocación de la embajada, pues el San Pedro no nace en el Cotopaxi sino en los Ilinizas]. El río San Pedro [después de que el Pita y el Santa Clara se le unen en San Rafael] fluye hacia Tumbaco y Cumbayá (La Viña), la cual con seguridad sufrirá los efectos en caso de un lahar fuerte. La parte consolidada de Quito no será afectada por lahares. Los lahares fluirán al occidente hasta Guayaquil [otro error de la embajada, pues los lahares del noroccidente irán por el Guayllabamba al Esmeraldas] y al oriente a la selva amazónica.- Lava y Magma: no son amenazas importantes porque son muy espesas y se moverán a una velocidad de unos pocos metros por día. No habrá ríos de lava”.
Pero, añadí, mi principal preocupación sobre una erupción es sobre las personas que podrían resultar muertas por falta de alerta o por el caos producido después de la alerta (un geógrafo francés que conoce bien Quito dice que 10.000 personas podrían morir sentadas en sus carros tratando de escapar del Valle de Los Chillos en el caos vehicular en El Triángulo). Le confirmé que se están haciendo simulacros y que la gente está hoy más consciente. Y mientras más se demore la erupción, la preparación será mejor. Por ejemplo, nadie que viva en zonas de riesgo tiene que coger su carro sino que debe caminar rápidamente a sitios seguros ya designados en lugares más altos. Pero sigo temiendo a la naturaleza humana: todo lo aprendido en los simulacros puede olvidarse en un momento de pánico.
Otras preocupaciones son el corte de las carreteras, la provisión de agua y electricidad para tres millones de personas (Quito, Sangolquí, San Rafael, Lasso, Latacunga, Salcedo). Le conté que se están construyendo obras de protección y desvíos pero muchas serán inútiles en el caso de una erupción mayor.
La periodista no dejó de preguntarme sobre si hay parecidos entre la actual situación política y 1877. Le respondí que sí en el sentido de que tenemos de nuevo un gobierno autoritario. Por más de 130 años, el general Ignacio de Veintemilla fue el poseedor del récord de mayor permanencia continuada en el poder (más de 7 años), hasta que llegó Correa. Y hoy es Correa quien tiene ese récord, pues ya está 8 años y 10 meses. La diferencia es que Veintemilla lo hizo a través de la fuerza bruta y Correa lo está haciendo como los gobiernos populistas autoritarios mal llamados socialistas de América Latina: con elecciones supuestamente libres que se realizan en una atmósfera de temor y bajo el control absoluto de todos los poderes del Estado y del flujo de información (con un sistema de pequeñas cuotas para la propaganda de los candidatos de oposición mientras el Gobierno usa a sus anchas sus canales propios e incautados). Que otra semejanza es el control total del ejecutivo, legislativo, judicial y electoral, es decir, un poder totalitario como el de Veintemilla hace 138 años. Igualmente, hoy hay conciencia de una corrupción extendida, difícil de probar por la opacidad y las redes de autoprotección del Gobierno, y el de Veintimilla fue calificado como el gobierno del robo. Y que el descontento del país con el gobernante es creciente.
Por supuesto que hay diferencias. Una muy grande reside no en lo político sino en lo técnico: la existencia de medios de comunicación, de Internet, de las redes sociales. En 1877 no había ni telégrafo y la carretera de García Moreno iba a caer en el olvido. La otra diferencia es que ahora al Cotopaxi se lo está monitoreando 24/7 y confiamos tener una alerta temprana.
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