Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Los borreguitos con apariencia de adornos navideños han atiborrado las redes sociales. Su apariencia nos recuerda el mundo de Disney y su estética nos devuelve a la infancia. Sus creadores, en modo alguno, cuestionan el sentido del borreguismo, que es el de conformar una manada, dispuesta a seguir a quien la dirige sin capacidad de reflexión, de autocrítica, y de dirigirse incluso a un despeñadero si el camino por el que la lleva el guía así lo determina.
Esta es la comprensión, me parece, desde la cual muchos ecuatorianos atribuimos el apelativo de borregos a los seguidores y creyentes en el correísmo. Porque incluso quienes fungieron de dirigentes se allanaron a las directivas del caudillo único y se abocaron a obedecerlo, a costa de traicionarse a sí mismos. Pocos son los casos que recuerdo de militantes del correísmo que se atrevieron a contradecir al cabecilla. Esos pocos terminaron siendo atacados, perseguidos, descalificados y definidos como traidores y dueños de una agenda propia. Esta afirmación, “tienen agenda propia”, constituyó una de las máximas y peores acusaciones del amo en las sabatinas, de ingrata recordación.
Así, quienes se mantuvieron en el correísmo se acostumbraron a obedecer, sin posibilidad de réplica, y se convirtieron en esclavos de la voluntad del patrón, léase del mayoral de la manada. Triste. Indigno.
¿Cómo se sentirán, luego de años, si se atrevieran a reflexionar sobre los porqués eligieron perder sus libertades y abjuraron de su capacidad de pensar por sí mismos?
El borreguismo, sin embargo, no es monopolio de los correísmos. Es una forma de actuar que forma parte de la cultura de los militantes autodenominados progresistas o “de izquierda”, de quienes permanecieron fieles a las tesis a las que adhirieron en algún momento de sus vidas, y las mantuvieron congeladas, instaladas en ideas planteadas por individuos que luego fueron declarados fundadores de formas de mirar la realidad. Estoy pensando en Marx, a quien sus seguidores le declararon el pensador mayor del marxismo. O en Lenin, el creador del marxismo leninismo. Y Stalin, el inspirador del estalinismo. Más cercanos a nuestras latitudes pienso en Fidel Castro y el Che Guevara, promotores del castrismo-fidelismo, y del guevarismo respectivamente.
¿Qué encierra, o tal vez oculta, esta lealtad a individuos a quienes, en su momento, les erigieron en dioses, y postularon sus afirmaciones y premisas como los estatutos de una religión? A lo mejor el “miedo a la libertad” sobre el que reflexiona el pensador Erich Fromm en su obra del mismo nombre. Porque la libertad, una palabra y una perspectiva tan reclamada, e inquietante, encierra múltiples riesgos. Exige a sus participantes el pensar por cuenta propia, atreverse a no ser parte de una comunidad sumisa, pagar el precio por ser disidente, heterodoxo, rebelde. Y, a veces, esto implica un alto costo. Pero la sensación, luego de haber optado por pagarlo, es de una satisfacción inconmensurable.
Por lo anotado, concuerdo con quienes atribuyen el borreguismo a los correistas o correarnos. También algo de este carácter es posible encontrar en los militantes que responden a “un proyecto” y renuncian a su derecho a disentir y se allanan a las ideas de un líder, cualquiera este sea.
Algo que advierto es que el borreguismo tiende a explayarse en el ámbito de la política, sea ésta electoral y partidaria. No encuentro que los borreguismos estén presentes en movimientos como los de las mujeres, los ambientales o de los indígenas.
No existe un beauvoirismo. Hay quienes se inspiran en el pensamiento de Simone de Beauvoir, especialmente en aquel aserto de que el género es una construcción social. Pero quienes coinciden con esta idea central mantienen diferencias y muchos matices. Tampoco existe el butlerismo, como un colectivo que se ilumina en las reflexiones de Judith Butler. No veo ejemplos de borreguismo entre quienes adhieren a las preocupaciones sobre el ambiente, la sostenibilidad, la sustentabilidad, el cambio climático. Son grupos muy plurales los que se interesan por estos problemas. Iguales actitudes observo entre los pueblos indígenas. Mantienen diferencias, no solo entre sus bases, sino entre las dirigencias de cierto nivel. Los borreguismos en este movimiento social se dan entre algunos de sus líderes, justamente en aquellos que siguen las directrices de un pensamiento único. Y ajeno.
¿Se acabarán los borreguismos algún día? No lo creo, el miedo a la libertad está demasiado arraigado en las culturas de la humanidad. Y, hasta me atrevería a sospechar que se ha afincado más con los avances de las comunicaciones y de las tecnologías.
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