
Ni el capital político de Lenín Moreno es el 68%, ni lo es el 32% el de Rafael Correa. Los electores no somos barras en las gráficas estadísticas, ni ningún análisis político puede convertirnos arbitrariamente en el patrimonio de un partido o un actor público.
Tampoco hubo dos tipos de votos como se dice equivocadamente. Hubo cuatro tipos: el voto en plancha por el sí, el voto en plancha por el no, el voto mixto y el voto no válido o aquel que no se contabiliza, como el nulo o el blanco y hasta el abstentivo. Los únicos votos válidos son los que se expresan en rechazo o aprobación de alguna de las opciones o combinación de opciones. En una elección binaria no cabe afirmar que las opciones se dividan en preferencias partidarias, porque no se vota por partidos o candidatos, sino por preguntas.
Tampoco hay padres o madres de cada una de las opciones. Hubo múltiples formas de votación y varios interesados en promocionar sus preferencias. Los más interesados en los resultados fueron el presidente Lenín Moreno, para generar un nuevo pacto de gobernabilidad, y el ex presidente Rafael Correa para evitar ser proscrito de una próxima candidatura presidencial. Pero estos no son los padres de una u otra opción. Tampoco lo son los actores que gravitaron alrededor de la consulta y que se atribuyeron el triunfo del “sí”. No hay dueños de la consulta, aunque haya beneficiados y perjudicados.
Si los resultados de la consulta expresaran inequívocamente una u otra preferencia, entonces debería restárseles el “voto mixto”, que supone aceptación y rechazo en la misma papeleta al mismo tiempo. Tanto el gobierno del presidente Lenín Moreno, como la oposición del ex presidente Rafael Correa convocaron al voto en plancha de una de ambas opciones y, por tanto, no deben sumarse el voto mixto. Si el Consejo Nacional Electoral no discrimina esta tercera opción ¿cuál podría ser el porcentaje real de apoyo o rechazo a la consulta popular?
Ambas opciones tienen votaciones máximas y mínimas. En ese margen se promedia aproximadamente un 11% de voto mixto. Si este tipo de voto resta y suma al mismo tiempo a ambas opciones, sin manifestar un criterio de rechazo o aceptación claros, entonces al restar este tipo de voto, en cada una de ambas opciones, e intentar encontrar un posible voto en plancha, podríamos decir que el voto total por el sí cae del 68% al 62% y el no del 32% al 26%.
Esta última cifra coincide, a un punto de distancia, con el 27% obtenido por la campaña por el no en el rechazo a la pregunta 4 que consultaba sobre la imprescriptibilidad de los delitos sexuales si se cometen en contra de los niños. Nadie podría estar en contra de votar por una propuesta como esta, que se planteó para viabilizar algo tan delicado como la persecución judicial de pedófilos y agresores de infantes. Pero sí hay quienes se opusieron. ¿De dónde sale ese voto?
Desde el retorno a la democracia en 1979, en ocho de once elecciones presidenciales, al menos un finalista fue impulsado por el voto populista. De estos binomios finalistas hubo cinco candidaturas de derechas y otras cinco candidaturas izquierdistas.
Como derechistas, en 1979 Jaime Roldós de la Concentración de Fuerzas Populares (CFP) que luego se coaligó al Frente de Reconstrucción Nacional liderado por el Partido Social Cristiano (PSC); en 1984, León Febres Cordero del PSC; y en tres ocasiones consecutivas, en 1998, 2002 y 2006, Álvaro Noboa, la primera vez apoyado por el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) y las siguientes con el Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN).
Como izquierdistas, en 1988 y 1996, Abdalá Bucaram del PRE, el primer socialista del s. XXI; en 2002, Lucio Gutiérrez del Partido Sociedad Patriotica (PSP); en el 2006 Rafael Correa con el movimiento Alianza País (AP); y en 2017 Lenin Moreno con AP, la misma organización de su antecesor.
En todas estas ocasiones se promedia un voto del 26% a favor de las candidaturas populistas, sean de derechas o de izquierdas. Mientras que las candidaturas no populistas bordean un ligeramente superior 28% de la votación. El 46% restante se dividía entre los aspirantes restantes.
Según estos datos, en 8 de 11 veces triunfó un aspirante populista. También hubo balotajes protagonizados por dos populistas y únicamente en 1992 se disputó la final entre dos no populistas. Para encontrar el voto populista se excluyeron las elecciones de 2009 y 2013 que fueron arbitradas en una sola vuelta electoral.
Estos números sugieren que el voto populista tiene una presencia constante y vigorosa en la vida política nacional, que no distingue de ideologías, que es tendiente a justificar el autoritarismo y que necesita conectarse a un caudillo que encauce las demandas de desagravio social y revanchismo popular.
También parece cierto que ese 26% de voto populista histórico coincide con el 27% del voto afín al correismo en esta última consulta popular. Pero esto no quiere decir que ese sea un voto arrebañado y patrimonio personal del ex presidente. Quiere decir que ese es un espacio electoral que regularmente lo ocupa alguien que se vende como un mesías predestinado a salvar la patria, que encaja con el patrón autoritario que busca ese tipo de elector. Quiere decir que el voto populista no distingue de ideologías y es una constante en nuestro sistema electoral, disponible solo para quienes sepan cómo encontrarlo.
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