
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Ora el papa Francisco por la selección argentina de fútbol? Tratándose de un fanático confeso del rey de los deportes, habría que suponer que sí. Obviamente, tendrá que hacerlo en la más absoluta reserva, por ese principio de que no se puede excluir a ninguna criatura de Dios de su gloria. Mucho menos tratándose de una selección integrada en su mayoría por negros africanos migrantes o hijos de migrantes (utilizo aquí la palabra negros no solo para evitar la cacofonía de afros africanos, sino por respeto a los millones de seres humanos que se autoidentifican con ese término).
Antecedentes existen, y muy claros. En la final de 2014, Francisco vio el partido entre Alemania y Argentina en compañía de Benedicto XVI. El resultado final desató el humor malicioso de muchos: decían que Dios se entendía mejor con el papa emérito.
Para fortuna del papa, él no tiene que enfrentar el prurito político de una parte de sus mandantes, como le ha ocurrido al presidente de Francia, país cuna del laicismo y la ilustración. Las críticas a la grave situación de los derechos humanos en Catar han agitado las presiones para que se boicotee la final. Emmanuel Macron decidió bendecir el evento con su presencia. Es más, optó por sacar el mayor provecho político de un evento al que pidió a los franceses críticos “no politizarlo”.
El papa Francisco, en cambio, tiene a su favor ser profundamente católico y argentino. Ni en sueños se le ocurriría pedir el boicot de la final del próximo 18 de diciembre, menos aún cuando la denominada iglesia maradoniana está a punto de elevar a los altares a su nuevo ídolo. Contrariar la devoción de millones de admiradores de Lionel Messi podría ser catastrófico para su autoridad.
Marx decía que la religión es el opio del pueblo. Parafraseando a su profeta, la izquierda escaldada y grandilocuente, aquella que creía que la revolución se hacía debatiendo ideas en las cafeterías universitarias, acuñó la frase de que el fútbol es el opio del pueblo.
Marx decía que la religión es el opio del pueblo. Parafraseando a su profeta, la izquierda escaldada y grandilocuente, aquella que creía que la revolución se hacía debatiendo ideas en las cafeterías universitarias, acuñó la frase de que el fútbol es el opio del pueblo. Otros, más agudos, adecuaron la ecuación afirmando que el fútbol es la religión del pueblo. Y es muy cierto. Basta ver algunas escenas para confirmarlo.
La mayoría de los futbolistas cristianos se persignan antes de entrar a la cancha; los musulmanes besan el suelo cada vez que meten un gol. Durante ocho minutos interminables, miles de coreanos juntaron las manos en la tribuna del estadio pidiendo al cielo el milagro (más bien dicho, pidiendo que no se diera el milagro) de que el equipo uruguayo, experto en estas sorpresas desde el mundial de 1950, no anotara un gol de último minuto a los ghaneses. Ahora sí me puedo morir en paz, declaraba en televisión un centenario hincha del Aucas, luego de haber esperado 77 años para conseguir su primer título nacional. Por sus arrugas, era fácil deducir que de niño había presenciado el primer partido del equipo de sus amores.
Dejemos por ahora al papa Francisco con sus tribulaciones. Y preparémonos para disfrutar este domingo de la liturgia deportiva más emocionante del planeta.
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