Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El triunfo de Donald Trump refleja la crisis de una cultura política. El país que hizo de la encuestología una religión acaba de abjurar de su dios. Confirma un comportamiento social que viene reiterándose en los últimos tiempos, y por todos lados. ¿Irreverencia de los consultados, hastío de la gente con la política, volatilidad de las opiniones?
Lo único cierto es que cada vez se vuelve más difícil radiografiar los imaginarios de una población. La certeza con que algunos operadores políticos se mueven a partir de sondeos y estadísticas está derivando en unos equívocos catastróficos. Y obviamente frustrantes. Porque descuadra todo tipo de proyección y planificación.
No nos referimos a las encuestas amañadas, cuya finalidad está perfectamente esclarecida; hablamos de aquellas que supuestamente trabajan sobre el sentido común de una población. Como, por ejemplo, la aprobación del acuerdo de paz en Colombia.
Al parecer, el vértigo de la posmodernidad provoca un divorcio cada vez mayor entre las lógicas sociales y las élites. Los discursos supuestamente razonables, que nacen desde el poder, no encuentran receptividad en el pueblo. Algo no encaja. Desde la soberbia política y académica, a nadie se le podía ocurrir que los Estados Unidos terminarían sintonizados con un discurso atrabiliario, recalcitrante y grosero.
En el Ecuador, muchos tendrán que poner sus barbas en remojo. Sobre todo, aquellos que han renovado ajuar para cuatro años más. Por simple lógica, las cifras no les favorecen. ¿Por qué luego de la aparatosa derrota de 2014, y con una escandalosa crisis moral y económica de por medio, tendrían opción de ganar en 2017? A menos que opten por alguna irregularidad, no veo a los correístas gobernando otro período.
De pitonisas, algunas encuestas en el país han sido degradadas a lo que siempre debieron ser: simples instrumentos para afinar la percepción de la realidad. Y aquellas encuestadoras incondicionales con el gobierno corren el riesgo de terminar como aderezos electorales. Ya sucedió con los veinte puntos de diferencia en la consulta de 2011. Claro, muchos dirán que la gente olvida pronto, que ser cortesanos del poder rinde. Pero una vida como mercenario de los sondeos debe ser un infierno.
Por fortuna, la fineza del análisis político vuelve por sus fueros. No es suficiente con medir: hay que pensar. Y de ello dependerá que las próximas elecciones no sean una simple confirmación estadística, sino un ejercicio político creativo e inteligente. El país lo necesita… luego de una década de burda manipulación mediática.
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