
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El conflicto en Ucrania dará mucha tela para cortar, sobre todo por la dificultad para entender y explicar una situación tan compleja. Las guerras promovidas desde cualquier Estado siempre son de naturaleza oscura. Sirven para ocultar o escamotear motivos, intereses o propósitos. Con frecuencia transcurren años o décadas para que se desvelen las intenciones de fondo de una conflagración. Basta citar las disputas petroleras detrás de nuestra guerra con el Perú para confirmarlo.
Es impresionante la variedad de entradas (políticas, económicas, culturales, religiosas, históricas, etc.) con las que se aborda la invasión de Rusia a su vecino del sur. Y eso que no ha pasado ni una semana desde que empezaron los enfrentamientos. Como si esto fuera poco, cada una de esas entradas tiene a su vez múltiples enfoques, con lo cual las explicaciones pueden volverse infinitas.
En estas condiciones, resulta conveniente echar mano de las predicciones. Es decir, de aquellos análisis que anticiparon hace mucho tiempo este acontecimiento.
En 1996, Samuel P. Huntington publicó su más célebre libro (El choque de civilizaciones) a partir de un artículo con el mismo nombre publicado tres años antes. La obra tenía varios propósitos: contraponer al marxismo una visión diferente de la historia, advertir sobre los conflictos geopolíticos del futuro y, de manera particular, repotenciar la decreciente influencia occidental en el mundo. Su tesis central es que el debilitamiento político y económico de Occidente permitiría la consolidación de otras civilizaciones diferentes e incluso antagónicas.
Entre las civilizaciones que estarían ejerciendo un contrapeso a la hegemonía de Occidente, Huntington presta mucha atención a los países musulmanes y a Asia, particularmente a China. Sobre Rusia afirma que más bien ofrece posibilidades para lograr acuerdos y coincidencia con la civilización occidental.
En uno de los capítulos plantea una diferencia de fondo con el paradigma estatista de John J. Mearsheimer. Para este autor, una guerra entre Rusia y Ucrania no sólo tenía entonces altas posibilidades de ocurrir, sino que lucía inevitable por temas de seguridad. La desconfianza nacida desde la contraposición de intereses de Estado impediría una convivencia armónica entre ambos países.
Huntington, en cambio, sostenía que, desde su teoría de las civilizaciones, la fractura cultural entre las zonas oriental y occidental de Ucrania más bien anticipaba una posible división –inclusive violenta– de ese país en dos repúblicas. La zona oriental, de religión ortodoxa, rusófila y con fuertes vínculos culturales y familiares con Rusia, terminaría adhiriéndose a esta última.
Entre las civilizaciones que estarían ejerciendo un contrapeso a la hegemonía de Occidente, Huntington presta mucha atención a los países musulmanes y a Asia, particularmente a China. Sobre Rusia afirma que más bien ofrece posibilidades para lograr acuerdos y coincidencia con la civilización occidental. A fin de cuentas, las diferencias culturales e históricas con Rusia no son tan profundas como las que se arrastra con el mundo islámico o con los países asiáticos.
Huntington fue miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. En consecuencia, sus análisis deben haber servido hasta ahora para orientar muchas de las decisiones estratégicas de los Estados Unidos. Hoy les tocará revisar sus tesis y predicciones. No sólo están equivocadas, sino que tienen un sesgo de superioridad ideológica incompatible con la dinámica geopolítica del planeta. Frente a la guerra de Ucrania, por ejemplo, las potencias occidentales no saben qué mismo hacer.
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