
PhD en Educación por la Universidad Católica de Lovaina, Maestro en Estudios Culturales y Desarrollo, Graduado en Economía. Ex gerente del Proyecto de Pensamiento Político de la SNGP. Docente universitario.
Llueve y cuando eso pasa en Quito, no se puede tomar un taxi y el tráfico se congestiona. Aun sin paraguas elijo caminar bajo la lluvia, cosa poco común en Quito, y llego a mi destino cinco minutos antes de la hora programada. Nicolás, en la puerta, me saluda afectuoso y mientras charlamos, llega una amiga quien le dice que le parece mal que se asuma como un fracaso, él responde flemático que esa apreciación no es suya, sino de Alberto. Llega luego Santiago, quien comentará la obra, saluda con Juan, y yo percibo junto a ellos los espectros de Ricardo y de Fausto.
Saludo a algunos que ya están en el local, dirigentes y militantes de diversas facciones de izquierda, a muchos de los cuales no veo desde hace tiempo y que han envejecido, como yo, como todos... Busco en el auditorio rostros conocidos, uno más, dos más, no vienen esos que quería encontrar luego de tanto tiempo. Llega la otra comentarista, el auditorio está parcialmente lleno y comienza el evento veinte minutos después, algo que casi siempre ocurre en Quito.
Mientras me acomodo en la segunda fila, recuerdo mis breves conversaciones con Carlos en la tienda, mientras hacía el mandado, sobre el futuro de la reciente Revolución Sandinista.
La Dra. Amparo Ménendez Carrión comenta la obra que se presenta en ese fin de tarde: Los últimos Guerrilleros del Ecuador, escrita por Nicolás Buckley. La lúcida académica resalta una característica del libro, el ser la mirada de un extranjero joven sobre una realidad pasada.
Rememoro mi ingreso al primer curso del Colegio Mejía y a la brigada Cultural Benjamín Carrión y recuerdo esas reuniones en las que escuchaba atento y admirado a Iván, a Sidartha, a los gemelos Yuri y Raúl, todos próximos a graduarse, analizando la política y vislumbrando la revolución y las elecciones para el Consejo Estudiantil desde nuestra rojinegra “lista Z”. Veo de nuevo la sonrisa amplia de un chico sencillo que se había graduado unos años antes y a mí mismo preguntándome por qué cuando él habla con su acento pastuso, todos callaban. Y me encuentro tres años después, en las vacaciones del 83. Tengo 13, en unos meses comenzaré el ciclo diversificado y dejaré de ser compañero de aula de Roberto, mi amigo desde la infancia, pues él será químico biólogo. Mientras tanto, en ese verano, con él, con Yanko y Felix conversamos cada día en la esquina barrial sobre chicas y política, escuchamos música protesta y aprendemos a bailar salsa. Pronto comenzamos con Carlos la célula de formación política 14 de marzo. En el Ejido, aparece el carismático carchense para conversar sobre clases sociales y con Antonio reflexionamos sobre el capitalismo. Veo en el 86 el cadáver de Roberto velándose en su casa de la calle Panamá.
Estoy en mi memoria llegando al Coliseo Julio César Hidalgo, expectante por el Festival Lationamericano de la canción y con “La Hoguera Bárbara” bajo el brazo. Cuando la reminiscencia se hacía más nítida gracias a la lluvia mojando la ventana, estas se interrumpen al instalarse la mesa. La Dra. Amparo Ménendez Carrión comenta la obra que se presenta en ese fin de tarde: Los últimos Guerrilleros del Ecuador, escrita por Nicolás Buckley. La lúcida académica resalta una característica del libro, el ser la mirada de un extranjero joven sobre una realidad pasada, que coloca una distancia y evita ciertos apasionamientos acerca del movimiento, el evento, el contexto... La alteridad importante entre individuos y culturas, es crucial cuando se mira la sociedad y brinda percepciones que a veces no gustan, tanto como ciertas verdades. Amparo Ménendez contextualiza la época, desde esa mirada del otro, desde su propia percepción de la académica uruguaya recién llegada a este país andino en los ochenta. Como Hassaurek o Humboldt mostrando nuestros rasgos identitarios, ella describe el ethos político de la izquierda de entonces. Todos eran marxistas, dice, y todos ellos veían con recelo, invisibilizaban o minimizaban a los románticos alfaros.
Estoy envuelto en las palabras agudas y en el tono de voz elegante, cuando me doy cuenta que en quince minutos debo dar clases. Salgo del salón muy a mi pesar. Sigue lloviendo y cuando eso pasa en Quito, no se puede tomar un taxi y el tráfico se congestiona, pero estoy cerca y elijo otra vez caminar, ahora con el libro de Nicolás bajo el brazo y con las memorias, zumbando suavemente como un enjambre de abejas alrededor de mi cabeza.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



