
Umberto Eco fue uno de los académicos más respetados del mundo, y uno de los literatos más importantes de su tiempo. Su ámbito de estudio es vertiginoso, y va desde la semiología, la comunicación, y la lingüística, hasta los estudios medievales, la crítica religiosa, y el análisis erudito de historietas y comics. Lector implacable, admirador declarado de Borges, e incluso autoridad mundial en el universo James Bond (era un estricto seguidor de las obras de Ian Fleming), Umberto Eco fue también un creador extraordinario. En efecto, un experto en literatura podría empaparse hasta el cuello en las múltiples novelas de este pensador, y aun así ser un perfecto desconocedor de su faceta académica; mientras que un profesor de filosofía del lenguaje podría haber estudiado las obras académicas de Eco por años en el contexto universitario, sin haber llegado a conocer su faceta literaria. Umberto era intelectualmente imponente. Afortunadamente logró recibir el reconocimiento mundial durante su vida.
Al igual que para muchas otras personas, las obras de Eco han jugado un papel trascendental en mi propio entendimiento de las realidades sociales y literarias. En ellas (de ficción o académicas), se puede reconocer un mensaje constante: el conocimiento como elemento liberador y la denuncia contra la manipulación a través de la ignorancia. Basta recordar algunos de sus trabajos para confirmarlo:
En La misteriosa llama de la reina Loana (2004), Eco narra la historia de un hombre que ha perdido la memoria por causa de un accidente vascular. El personaje en cuestión no recuerda a nadie, ni a su esposa, ni a sus amigos, ni a él mismo. Su mente está en blanco, con una sola excepción: se acuerda de todos los libros que ha leído. De este modo, el protagonista de la novela, rememora citas de Baudelaire, cuentos de Borges, narraciones de Cervantes, referencias de Dante, así como pasajes de filósofos clásicos. Paulatinamente, y gracias a los libros, el hombre recrea elementos estrictamente racionales de su vida, pero aún le falta mucho, las sensaciones, las emociones, el origen de sus sentimientos. De ese modo viaja a la aldea de su niñez en el Piamonte italiano, y en su vieja habitación encuentra su querida colección de historietas. En ese archivo secreto, poblado de dibujos de Flash Gordon, y otros héroes de su infancia, logra reconstruir su mente, su origen, y su presente. El libro es una magnífica metáfora del necesario balance entre erudición y magia que se necesita para emancipar a los individuos.
En el Péndulo de Foucault (1988), un grupo de amigos, con particular interés por la literatura medieval, deciden inventar una compleja mitología basados en las tradicionales teorías conspirativas, esgrimidas por los admiradores de temáticas como el santo grial, los conocimientos arcanos de los templarios, y las alegorías masónicas. Jugando y tratando de divertirse, los personajes generan una disparatada teoría según la cual la clave para encontrar el punto central del universo, una suerte de aleph, estaría señalado, de manera mística, por el enorme péndulo de Foucault en París. El problema comienza cuando una bizarra hermandad ocultista se toma en serio el ejercicio literario de los autores causándoles innumerables penalidades. El libro puede entenderse como una crítica al fanatismo creado por las pseudo ciencias, y la tensión entre erudición y dogmatismo, que es un constante en el universo literario de Eco.
En Baudolino (2000), Umberto Eco trata de hacer homenaje a la novela picaresca (cuyos antecedentes pueden buscarse en La vida del Buscón de Quevedo, o en el Lazarillo de Tormes de autoría anónima). Baudolino es un chico del siglo XII que emprende un viaje fantástico en busca del reino del Preste Juan, un personaje legendario que supuestamente vivió en algún lugar de la ruta de la seda entre occidente y oriente. Este libro es extraordinario (mi favorito), en él se narra una geografía compuesta por la cosmovisión medieval, donde seres mitológicos conviven con pueblos secretos. Antípodas, sátiros, e "hipatias", forman parte de una alucinante narración llena de referentes literarios respaldados por la erudición de su autor en temas medievales. El libro describe de manera ingeniosa las tensiones sociales medievales, la lucha (una vez más) entre dogmatismo y sentido común, y el reclamo de la libertad individual representado por el antihéroe que protagoniza el texto.
En El nombre de la Rosa (1980), Eco se inspira, según creo, en Chesterton y su personaje el Padre Brown para crear una novela policial, en la cual un investigador franciscano del siglo XIV, debe acudir a una vieja abadía y determinar si una de las ramas franciscanas ha caído en herejía. Durante su visita se le invita a resolver un misterioso crimen. Desde luego no arruinaré la lectura de este libro contando pormenores, bástese decir que el texto tiene claras referencias a los debates teológicos de la época (y contemporáneos); se especula sobre la existencia de una de las obras perdidas de Aristóteles (La comedia), e incluso hay un intrigante homenaje a Jorge Luis Borges, en uno de los personajes. La novela es un extraordinario tratado contra el dogmatismo y el autoritarismo, y una vez más, realiza una emocionante apología a la inteligencia y la honestidad intelectual.
En la obra En que creen los que no creen, Umberto Eco entabla un cortés debate con el teólogo y erudito bíblico Carlo María Martini. Eco era un no creyente confeso y un agnóstico (no un ateo, porque el ateísmo es un dogma religioso), mientras que Martini es parte de la alta jerarquía de la iglesia romana. El debate entre ambos está caracterizado por la cordialidad, la tolerancia y el respeto a las ideas del otro. En este libro usted puede encontrar algunos momentos poco comunes, como cuando Martini corrige ciertos elementos mal interpretados por Eco sobre la obra de Tomás de Aquino. Al final, ambos acuerdan que tanto creyentes como no creyentes pueden compartir valores idénticos si se encaminan hacia las libertades humanas, el respeto y la valoración del otro.
Otra obra importante, Apocalípticos e Integrados (1964), relata la vigencia de mitologías modernas, pero desde una perspectiva distinta a la de otras obras que tratan temas, aparentemente, afines como las Mitologías de Barthes, o El Hombre y sus símbolos, de Jung. En este caso Eco no se enfoca en los símbolos sino en los signos, es decir en la semiótica de los mitos contemporáneos. Tuvimos la oportunidad de leer este texto en la clase de Filosofía del Lenguaje que impartí este semestre en la Universidad Central, y es muy interesante cómo la tensión entre apocalípticos, es decir aquella visión conservadora y reaccionaria de los elementos culturales tradicionales, se enfrenta a los integrado, es decir aquel segmento que acepta los adelantos comunicacionales y las tecnologías modernas para crear manifestaciones culturales. Seguramente el joven Eco de la década de los sesentas era un integrado (por su amor a los comics y la cultura pop), pero llama la atención como el Eco de los últimos años y su protesta frente a la trivialización de la información por parte de las redes sociales, podían orientarlo en cierto modo a la aristocracia intelectual de los apocalípticos. No lo sé, en esto el prevenido lector deberá sacar sus propias conclusiones. Lo que sí está claro es la dinámica en el pensamiento del autor, y su increíble vigencia en la actualidad. Note usted como un texto de hace más de cincuenta años, ilumina un debate cada vez más importante: el del uso de tecnologías y plataformas modernas para la comunicación y el entendimiento de la mitología del hombre moderno.
Por supuesto las menciones que he señalado en este texto son limitadas, existen muchos otros libros de Eco que no he tenido la oportunidad de leer aún (traté con El Cementerio de Praga, pero tiré la toalla). En todo caso hay, como dije antes, elementos que siempre están presentes en la obra de este autor, y tienen que ver con la idea del conocimiento y el pensamiento honesto como factores liberadores, frente al dogmatismo, y el autoritarismo. Es por esto, que las reacciones lisonjeras de varios funcionarios de la revolución ciudadana frente a la muerte del intelectual italiano no hacen sino despertar perplejidad, y en varios casos burla.
El correísmo ha propuesto un sistema ético, comunicacional, y propagandístico totalmente inverso al universo intelectual de Umberto Eco. La revolución ciudadana generó un caparazón disciplinario alrededor de los medios dando rienda suelta a la censura y la intimidación de comunicadores críticos; el gobierno ha erosionado de manera cada vez más tosca la autonomía universitaria, interviniendo incluso en la elección de sus rectores; se ha implantado una plataforma burocrática que busca crear una suerte de "academia oficial" principalmente representada por las llamadas "universidades emblemáticas", generando un imponente zoológico de elefantes blancos, que en sí mismo es una afrenta al resto del sistema universitario que se tambalea por necesidades económicas negadas a favor de las aventuras propagandísticas del régimen; la educación media también ha sido lacerada, hasta el punto que colegios tradicionales como el Mejía y el Montúfar han tenido que sentir la pesada mano del autoritarismo.
Bajo esa perspectiva, quien ha tenido oportunidad de estudiar algo de la obra de Eco, podría decir sin empacho que su trabajo puede ser utilizado con mucha más legitimidad por los críticos al sistema disciplinario de la revolución ciudadana, que por los funcionarios del régimen. Cuando alguien como Fernando Alvarado expresa en un lamentable tweet: "Hasta siempre Umberto Eco, lo poco que se lo aprendí de tus libros", no hace más que hacer el ridículo. Cualquiera que realmente haya leído a Eco, puede darse cuenta porqué.
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