
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
En junio de 2012 el correato trató de mostrarse como un paladín de la libertad de expresión, de esa misma que había vapuleado desde 2007 y que a partir de 2011 pisoteó con una avidez poco común. El recurso al que recurrió para intentar neutralizar esa imagen de depredador de los derechos vinculados con las libertades fue el de ofrecer al hacker australiano Julian Assange refugio en la embajada ecuatoriana en Londres. En agosto del mismo año el Ecuador anunció la concesión del asilo diplomático para su invitado. Desde entonces promovió que Assange fuera percibido como un periodista y no como un hacker y activista por el acceso irrestricto a toda información, incluida la confidencial.
En mayo de 2011 el gobierno correísta ejecutó una consulta popular. Ello le permitió, además de meter la mano en la justicia, decidir qué contenidos podrían publicar los medios de comunicación tradicionales: prensa, radio y televisión; introdujo mayor censura, por tanto. Ese mismo año, en febrero, el régimen inició un juicio contra los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita por haber publicado su investigación periodística titulada El Gran Hermano; es decir porque habían divulgado información de interés público, pero que molestaba a la cúpula gobernante. En marzo de 2011, el jefe de estado emprendió un juicio contra el editor de opinión de El Universo, Emilio Palacio, por una columna de opinión que escribió sobre la rebelión policial de setiembre de 2010, y contra los directivos de El Universo, Carlos, César y Nicolás Pérez. En julio de 2011 estos cuatro acusados fueron sentenciados a tres años de prisión y al pago de 40 millones de dólares. En febrero de 2012 se conoció la sentencia en contra de Calderón y Zurita, en virtud de la cual se los declaró culpables por daño moral y se les ordenó el pago de 1 millón de dólares a cada uno. A fines de ese mes, la presión social nacional e internacional, llevó a que el ex presidente Correa perdone a los periodistas sentenciados en los casos de El Gran Hermano y de El Universo.
El caso Assange, desde la perspectiva del periodismo ecuatoriano, consigna la fantasía, las incongruencias e inconsistencias de un gobierno que persiguió a la prensa, por revelar aquello que al poder político no le gustaba o le incomodaba.
Es evidente que la imagen del correato en cuanto a su respeto a los derechos a la libertad de opinión y de expresión, y su estima hacia la libertad de prensa estaba en entredicho. En este escenario, mostrarse ante el mundo como el campeón de la libertad de expresión, como el adalid del derecho al acceso a la información y amigo de alguien que había fundado un portal, Wikileaks, para descubrir y publicitar los secretos ominosos de gobiernos autoritarios o abusivos y otras injusticias, era un buen negocio. Las revelaciones de Assange, desde 2010, fueron un antecedente que alegró al mundo amante de la transparencia, pues con esa acción, conforme lo expuso en su pedido de asilo político, contribuía a “desenmascarar la corrupción y graves abusos a los derechos humanos” perpetrados por los poderosos de la tierra. Pero… algo no cuadraba en la argumentación de la cancillería ecuatoriana para conceder la protección diplomática a Assange, sobre todo porque los empleados de esta oficina destacaban que el peticionario es un “profesional de la comunicación galardonado internacionalmente por su lucha a favor de la libertad de expresión, la libertad de prensa y de los derechos humanos en general”.
Ese razonamiento sonaba simulado y resultaba indignante pues en Ecuador se acentuaba la persecución a las personas por opinar, a los periodistas por informar, a los medios de comunicación por ser el espacio de trasmisión de esas informaciones y opiniones. Cuando el país vivía un momento muy oscuro en cuanto a las libertades y derechos de opinión y de expresión del pensamiento la supuesta adhesión gubernamental al trabajo de Assange en resguardo del acceso a la información resultaba una insolencia. Y un artificio, pues Assange no era ni es un periodista. Lo suyo era el develamiento de información oficial y su publicitación: el activismo en favor del acceso a la información. Confundir a un hacker con un periodista y alabar la libertad de expresión y de prensa, con los antecedentes expuestos suena falso y es ofensivo.
El caso Assange, desde la perspectiva del periodismo ecuatoriano, consigna la fantasía, las incongruencias e inconsistencias de un gobierno que persiguió a la prensa, por revelar aquello que al poder político no le gustaba o le incomodaba. Y la tentación de manipular a un propagador de información confidencial, un hacker, declarándole periodista y defensor de la libertad de expresión.
Un periodista es responsable por lo que produce y publica. Un periodista verifica y contrasta. Un hacker se interesa por romper las reservas sobra una información, para que quien quiera pueda conocerla y consultarla. Justamente esta distinción le llevó a Assange a que los datos que en 2010 exhibió en Wikileaks los entregara a periodistas de diarios españoles, franceses, británicos y estadounidenses, para que pudieran examinarlos, analizarlos, publicitarlos y utilizarlos en beneficio del conocimiento público. Un hacker puede trabajar con periodistas, ser su fuente, proveerles de información, pero no los sustituye.
De ahí que la indignación de los actores del correísmo por la terminación unilateral del asilo a Assange y por el riesgo que ello plantea a la libertad de expresión y de acción del australiano es otra muestra de la sinrazón y del oportunismo de los herederos de la revolución ciudadana Ellos, que legislaron para que no se pudiera divulgar ninguna imagen comprometedora, que no fuera autorizada. Ellos que vulneraron y difundieron información personal de actores sociales críticos al correísmo. Ellos que buscaron afectar negativamente la reputación de tanto periodista. Ellos que no admiten la disidencia y solo se encuentran cómodos en su discurso dogmático y unilateral están presentando otra artimaña. Su irritación por la prisión de Julian Assange es una nueva utilización de la imagen del antiguo huésped de la embajada en Londres. Y un intento de manipular este hecho en provecho del correísmo y de sus dirigentes y voceros.
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