
Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
La organización de las relaciones humanas asentadas sobre estructuras sociales de desigualdad, explotación y opresión mueven la voluntad del ser humano para superarlas e ir hacia la construcción de mundos mas justos y equitativos.
Esta búsqueda política, que la modernidad bautizó con el nombre de revolución, expresa así el pleno ejercicio de la libertad humana, que intenta construir mundos que brinden mejores condiciones para su existencia común.
En la historia política de América latina, y particularmente del Ecuador, la voluntad de superar relaciones humanas injustas e inequitativas, basadas en estructuras coloniales y capitalistas de explotación y opresión, supuso recuperar la dignidad como seres humanos iguales y distintos, la dignidad social como naciones soberanas, la dignidad cultural como pueblos y nacionalidades diversas y diferentes.
Nuestras luchas de resistencia por la transformación social e incluso civilizatoria se han dado, de esta manera, en contra del colonialismo cultural que oprime y niega nuestras otredades, de la dependencia económica, política y social a los imperios y potencias capitalistas que oprime y saquean nuestras naciones y territorios, del capitalismo nacional y transnacionales que explota el trabajo y la naturaleza.
Esta particular voluntad revolucionaria de los pueblos de la América latina, en el Ecuador de las décadas de los 80s y 90s del siglo pasado y del primer lustro del 2000, se concretó como la lucha en contra del neoliberalismo. El carácter de los procesos de resistencia social, en el período mencionado, tuvo un alto componente de reivindicación por la soberanía, que incluso rebasó la concepción nacional para proyectar una soberanía plurinacional.
En este escenario de resistencia social y cultural, la lucha contra el Imperio norteamericano ocupó un lugar central, en razón de que la dependencia impuesta por el poder imperial, a través de las políticas de ajuste estructural emanadas por el Consenso de Washington, había profundizado las relaciones de dominación, explotación y opresión en nuestros territorios. Es parte de nuestra historia revolucionaria que las luchas de resistencia del período aludido impidieron la aplicación total y nefasta del neoliberalismo en nuestro país.
Este escenario, marcado por una alta movilización social, por un proceso de fortalecimiento de la conciencia política de la población, acompañado de una emergente lógica de descolonizacion cultural, es decir, un escenario marcado por la formación de un espíritu revolucionario, es el que hace posible la llamada "revolución ciudadana".
Nueve años después, por una extraña magia propia de los tiempos líquidos del capitalismo financiero y la cultura posmoderna que lo acompaña, muy bien aprendida por los revolucionarios de Alianza País, el contenido de la revolución construido en décadas de lucha simplemente cambió.
La lucha por la soberanía ya no implica acabar con la dependencia a un poder imperial y recuperar nuestra autodeterminación como pueblos libres. La soberania en la nomenclatura verde flex es cambiar de imperio, dejar de ser colonias de los gringos y pasar a ser colonia de los chinos. Ser un pueblo soberano no significa liquidar con la ilegítima deuda externa que ha desangrado nuestra riqueza, sino cambiar de prestamista o, aún mejor aumentar la lista de rapaces prestamista articulados al poder norteamericano con los nuevos chulqueros asiáticos. La revolución ya no es poner fin a las relaciones de explotación y servidumbre, sino cambiar de amo o quizá asumir dos amos. La revolución ya no supone acabar con los privilegios que generan relaciones inequitativas entre los seres humanos, sino ser los nuevos privilegiados.
La revolución ya no exige acabar con el colonialismo cultural responsable del lastre del racismo, que negó nuestra cultural indígena y permitió la opresión de los pueblos y nacionalidades, fundamento de nuestra sociedad, sino la actualización cotidiana del racismo por parte de un Estado que no deja de ser colonial.
La revolución ya no es acabar con la explotación del trabajo y la naturaleza, sino radicalizar las condiciones de explotación laboral en el formato mandarin y la explotación salvaje de la naturaleza, también en código asiático. La revolución no es construir una soberanía de los saberes y la educación, sino copiar modelos extranjeros articulados a las necesidades y funciones de la acumulación de capital. La revolución no es superar el capitalismo, sino asumir su modelo asiático. La revolución no es terminar con el patriarcado y la inequidad del género que oprime que las mujeres y a las diversidades sexuales, al contrario, es extender la violencia machista a través de políticas públicas retrógradas y actitudes de altos funcionarios estatales. La revolución no consiste en avanzar y profudizar los derechos humanos tanto cuatitativa como cualitativamente, sino recortarlos y limitarlos en función del proyecto de modernización autoritaria del capital.
Segun dicen sus actos, la revolución para los revolucionarios de Alianza País no significa poner fin a la relación amo y esclavo, sino afianzar y propagar la voluntad de esclavos, su voluntad de esclavos.
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