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2 de Agosto del 2016
Ideas
Lectura: 6 minutos
2 de Agosto del 2016
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

¿Una mujer para USA?
Una mujer se postula para la tarea de gobernar Estados Unidos, el país que no puede ser desconocido por nadie sin que en ello vaya parte de algunos de aquellos malestares que nacen de la pobreza, del subdesarrollo y también de las violencias sociales, políticas, religiosas. Porque, ya en el siglo XXI, aun persisten pensamientos medievales que se expresan en las luchas religiosas llevadas incluso a los extremos del absurdo.

Pese a los grandes cambios que se han producido en la mentalidad social y política de Occidente, todavía posee cierto carácter de excepción el hecho de que una mujer se presente como candidata para las elecciones presidenciales. Como si la democracia hubiese sido, desde sus orígenes, una realidad absoluta y exclusivamente masculina. Atenas y Roma constituirían el ejemplo apodíctico. El mundo, tanto terrestre como celestial, fue machista en grado sumo. Los grandes héroes o eran encarnaciones divinas o se hallaban íntimamente ligados a poderes divinos. A las diosas correspondían únicamente aquellos poderes concedidos por sus divinos amantes. 

Occidente fue y es eminentemente machista. Un machismo cuya expresión paradigmática se encuentra en el poder político y sus ejercicios. El machismo es un poder que  se sostiene en sí mismo y en lo mítico de la supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Lo masculino se halla íntima y necesariamente ligado al poder omnipotente de la divinidad. Dios hizo al hombre a su imagen para que se eleve sobre todos y gobierne sobre todo, incluida la muerte. La expresión más paradigmática del poder no consiste, precisamente, en producir la vida sino en dar la muerte. La muerte como retorno irreversible a la nada. En cambio la mujer, incluso cuando ha sido pervertida por el poder masculino, nunca deja de representar la vida. En el poder, el hombre, incluso cuando aparece bondadoso y tierno, no logra ocultar del todo su capacidad de oprimir y destruir.

Esto para pensar que bien podría acontecer que una mujer llegue a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo. Un país cuyo poder no se sostiene en discursos vanos ni en palabras apolilladas ni en consignas de barricada o de tarima levantada para los profetas del reino de la nada. Estados Unidos no es un mito, sino una realidad fáctica, política, económica y narrativa. No es un conjunto de enunciados precariamente hilvanados entre sí. Es una de las naciones con mayores índices de desarrollo del mundo. También posee, de entre todas las naciones, la tarima más grade para  hacer que se rieguen por el mundo las voces de todos los que deseen hablar. Sin embargo, también ahí habita el mal de la segregación, de la prepotencia e incluso de la crueldad.

Una mujer se postula para la tarea de gobernar Estados Unidos, el país que no puede ser desconocido por nadie sin que en ello vaya parte de algunos de aquellos malestares que nacen de la pobreza, del subdesarrollo y también de las violencias sociales, políticas, religiosas. Porque, ya en el siglo XXI, aun persisten pensamientos medievales que se expresan en las luchas religiosas llevadas incluso a los extremos del absurdo. No faltan quienes, inspirados por sus propios intereses, pretenden sembrar a toda costa el imperio del pensamiento único en espacios  en los que hasta hace poco florecía la democracia.

Posiblemente el movimiento feminista sea el más complejo de todos los movimientos surgidos en el siglo pasado. Sencillamente porque se enfrentó no solo a la cultura machista de Occidente sino porque, al hacerlo, puso en entredicho buena parte de las supuestas verdades que han sostenido los pensamientos sociales, económicos, políticos y religiosos. La esclava del señor dijo: hasta aquí y  no más oprobios, no más servidumbres y sometimientos. 

Las mujeres latinoamericanas tomaron la iniciativa de su ingreso en política de alto nivel y optaron por la presidencia de sus países. Algunas lo han hecho bien. Otras no tanto quizás porque se dejaron seducir por las serpientes de la corrupción. Aunque se ha afirmado lo contrario, la corrupción casi siempre es masculina aunque se disfrace con lo femenino.

Una mujer se ha candidatizado para la presidencia de los Estados Unidos y tiene como único rival a su antítesis, no porque se trate de un hombre, sino porque, parecería, se trata de alguien que se presenta a sí mismo como el paradigma del poder masculino que no cesa de hacer alarde de su eficiencia como dueño y señor que amasa fortunas y, sobre todo, porque posee el don divino del dominio, del éxito y de regar desprecios a manos llenas.

Esta mujer habla de la necesidad de crear acercamientos indispensables entre los pueblos. Habla de la democracia como de un bien que circula y de la libertad como una condición de la existencia. No se refiere a los éxitos económicos  como elemento de dominio entre los pueblos. Se refiere a los principios que surgen de las libertades incluso, quizás aun soto voce, de esa necesidad imperativa de hacer que las fronteras se abran como brazos que dan la bienvenida y no como un muro que separa las ilusiones de los fracasos, la pobreza de la riqueza, la realidad de los sueños quizás nunca imposibles.

Desde hace ya varios años, Alemania. Recientemente Inglaterra por segunda vez. Probablemente a finales de año, Estados Unidos llegue a formar parte de  estos países que ni han dudado en colocar en el poder a mujeres preparadas ni se han arrepentido de ello. La mujer no es un mito, como decía Lacan para quien ni siquiera poseía el don de la existencia sino ligada de manera necesaria a lo masculino. La mujer es una suerte de realidad absoluta en nuevas culturas que  entronizan las actuales generaciones.

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