
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Cuando los acontecimientos políticos se precipitan, medio mundo tiene que poner las barbas en remojo. Nadie, ni los conspiradores de oficio, pueden anticipar por dónde vendrán los tiros. Menos aún con un gobierno que reproduce una parsimonia cercana a la inercia.
Lo demostró a propósito del último escándalo de corrupción en las más altas esferas del poder. El presidente Lasso no pudo –o no quiso– percibir la magnitud de un problema que podría poner en riesgo su continuidad en Carondelet. De confirmarse que su cuñado está directamente involucrado en la trama de corrupción en las empresas del Estado, quedaría en una situación de fragilidad insostenible, más grave que la que arrastra desde hace varios meses.
Pero pese a la gravedad de la situación, el primer mandatario prefirió los flashes de Davos y el incienso del Vaticano antes que enfrentar la crisis con agilidad y firmeza, tal como corresponde a un jefe de Estado. Volvió apurado de su periplo internacional; llegó a improvisar respuestas. Por eso, precisamente, sigue cometiendo errores que solo abonan a la suspicacia general.
Aunque desde el inicio de su gestión, y desde distintos sectores, se le advirtió a Luis Verdesoto de la inocuidad de su cargo, el informe que difundió les servirá a las fuerzas políticas que quieren la cabeza de Lasso. O que al menos buscan imponer un chantaje que sería lapidario en términos de gobernabilidad.
Mientras tanto, las sorpresas no paran. La renuncia del secretario anticorrupción del gobierno, intrascendente en términos prácticos, desgasta los desmentidos y las declaraciones oficiales. Equivale a una boya de cemento. Aunque desde el inicio de su gestión, y desde distintos sectores, se le advirtió a Luis Verdesoto de la inocuidad de su cargo, el informe que difundió les servirá a las fuerzas políticas que quieren la cabeza de Lasso. O que al menos buscan imponer un chantaje que sería lapidario en términos de gobernabilidad.
En esa misma lógica, la destitución de los siete consejeros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS) incrementa el vértigo político. La apuesta de la derecha socialcorreísta es clara: primero, asegurar el voto duro en la elección para el CPCCS; segundo, esperar que el gobierno pierda la consulta, especialmente en las preguntas 5 y 6; tercero, obligar a Lasso a convocar a la muerte cruzada. ¡El caos total! Pase lo que pase en el período posterior a las elecciones de febrero, ambas tiendas políticas quieren quedarse con la joya de la corona.
Pero el cálculo les puede fallar. Los desenlaces imprevisibles han sido la tónica de las crisis nacionales, particularmente para quienes fungen de políticos. Hay procesos tan vertiginosos que ni siquiera los poderes reales, esos que operan tras los bastidores de la política formal, pueden controlar. Para muestra basta voltear la mirada hacia el Perú.
En medio de este vértigo, los candidatos del narcotráfico y del crimen organizado avanzan plácidamente. Terminarán imponiendo su orden en distintos espacios y zonas del Ecuador. Que nos hayan declarado el país más peligroso de América Latina no es casualidad. La clase política no solo permite el descalabro institucional; lo empuja. Inclusive a riesgo de ser arrastrada por el alud.
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