Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La designación del reemplazo de Otto Sonnenholzner genera las más diversas y contrapuestas reacciones. Entre aquellos apasionados por la formalidad institucional y aquellos que simplemente quisieran dinamitarla por completo, no existe un acuerdo sobre el sentido ni la importancia de ese hecho político. Las propuestas oscilan entre quienes proponen desaparecer la vicepresidencia y quienes sugieren asignarle una función concreta (como presidir la Asamblea Nacional o dirigir los planes de desarrollo).
Los debates, no obstante, están obviando un tema de fondo, que sí tiene repercusiones políticas reales y que se sintetiza en una pregunta: ¿por qué el presidente Moreno envía a la Asamblea Nacional una terna integrada por dos de las figuras de gobierno más cuestionadas y desgastadas de los últimos tiempos? María Paula Romo y Juan Sebastián Roldan –junto con Richard Martínez– deben ser las autoridades que menos aceptación tienen entre la ciudadanía.
Los efectos de la decisión ya se han hecho sentir. La iniciativa generó un grave cortocircuito en la Función Legislativa, a tal punto que los propios asambleístas de gobierno han expresado su desacuerdo. Y desde otros sectores políticos se ha insistido en el cambio de la terna. Muchos anticipan que la designación puede terminar en un auténtico zafarrancho. Y si la ministra Romo es designada por el ministerio de la ley, tendrá menos legitimidad que futbolista con carné de discapacitado.
La pregunta es pertinente porque las opciones eran mucho menos conflictivas. Por ejemplo, proponer a una figura de una neutralidad tan obvia que hubiese provocado la indiferencia general. Para los siete meses de ejercicio real de gobierno que le quedan a Moreno, no necesitaba más.
Pensándolo mal, no existe otra explicación que la necesidad de cubrirse las espaldas con personajes de una total incondicionalidad que, además, han sido copartícipes de los más impresentables pecados del poder. La corrupción desbordada y la negociación de la deuda externa pueden señalarse entre los más evidentes.
No obstante, la ministra de Gobierno ha hecho unas declaraciones que únicamente llaman a la suspicacia. Resulta que hoy quieren consolidar un proceso. Después de tres años de haber navegado entre la más absoluta inercia, no se entiende cómo pretenden hoy, en siete meses, definir rumbos o apuntalar estrategias. En la práctica, y aunque lo desconozca la ministra, ya están de salida. Peor aún con una crisis económica y sanitaria que difícilmente permitirá hacer una administración eficiente.
¿Para qué, entonces, alborotar el gallinero si no se tiene un propósito válido que lo justifique? Pensándolo mal, no existe otra explicación que la necesidad de cubrirse las espaldas con personajes de una total incondicionalidad que, además, han sido copartícipes de los más impresentables pecados del poder. La corrupción desbordada y la negociación de la deuda externa pueden señalarse entre los más evidentes.
Por eso, meter a un personaje independiente y probo en las más altas esferas del poder se vuelve incómodo. Al margen de que lo condenen a cumplir con un simple ritual institucional, siempre tendrá la posibilidad de husmear en el desván. Y con la cantidad de rabos de paja que hay en el gobierno, los riesgos de una conmoción son evidentes.
Toca esperar. Las alarmas sobre las maniobras para conseguir una designación ya saltaron. Y las sorpresas pueden ser parte del desenlace.
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