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1 de Noviembre del 2022
Ideas
Lectura: 4 minutos
1 de Noviembre del 2022
Luis Córdova-Alarcón

Coordinador del programa de Investigación, Orden, Conflicto y Violencia de la Universidad Central del Ecuador.

Violencia, cultura y memoria
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¿Por dónde empezar? Urge escapar de la amnesia selectiva que promueve la cultura violenta. Tenemos la obligación de recordar para no repetir y abastecer de relatos el acervo colectivo del grupo que alimenta nuestro sentido de pertenencia.

Hace pocos días Milton Luna mencionó datos desconcertantes: "a junio del 2022, más de medio millón de jóvenes de entre 15 y 24 años no estudia ni trabaja.

Según Enemdu, a diciembre de 2021, unos 251.228 niños y adolescentes entre 5 y 17 años estaban fuera de la escuela. De estos, según UNICEF, el 55%, adolescentes de entre 15 y 17 años, no está interesado en estudiar". Cifras que dejan entrever un problema mayor: la dificultad que tienen niños, niñas y adolescentes para dotar de sentido a su vida y relacionarse con su entorno social y material.

No se trata solo de falta de acceso a la educación; necesidad insatisfecha por parte del Estado, y expresión de una grave violencia estructural. También implica el fracaso del sistema educativo imperante.

El resultado lógico: una cultura violenta en donde las respuestas agresivas ante los conflictos se naturalizan y la jerarquización de roles entre víctimas y victimarios reproduce un orden social amenazante y hostil.

Ricos y pobres se forman por igual en esta cultura violenta, que inculca el miedo y premia la ira. Los unos, pugnando por el libre porte de armas como mecanismo de defensa, por ejemplo. Los otros, luchando por ingresar a las filas militares o policiales como mecanismo de supervivencia.

Pero la cultura hace mucho más que eso. En un reciente ensayo, Antonio Monegal (Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura, 2022) cita al teórico israelí Itamar Even-Zohar, para quien la cultura puede pensarse como una caja de herramientas que sirve para modelar el mundo y desarrollar estrategias de acción.

¿Por dónde empezar? Urge escapar de la amnesia selectiva que promueve la cultura violenta. Tenemos la obligación de recordar para no repetir y abastecer de relatos el acervo colectivo del grupo que alimenta nuestro sentido de pertenencia.

En términos culturales, la riqueza de una sociedad se mide por el volumen de su “caja de herramientas”, es decir, por la disponibilidad de opciones.

La renovación del repertorio de opciones culturales es responsabilidad de lo que comúnmente llamamos intelectuales, y a quienes Even-Zohar denomina “hacedores de imágenes de la vida”: productores de ideas y relatos, como los escritores, pero también de representaciones no verbales, los pintores o cineastas, cuyas aportaciones sirven para modelar e imaginar formas de interpretar y gestionar la experiencia humana.

“Un repertorio cultural –dice Monegal– es un conjunto de modelos y recursos de organización social: idioma, opciones de vida, tradiciones y costumbres, y un canon de autorrepresentaciones, de textos y relatos que configuran una memoria colectiva, un imaginario compartido alrededor del cual se cohesiona la comunidad”.

La vorágine de violencia, corrupción y criminalidad que enfrentamos hoy tiene mucho que ver con la degradación de nuestro repertorio cultural. Si no hallamos manera de renovarlo menguarán las capacidades sociales para superar la encrucijada actual y las que vendrán.

¿Por dónde empezar? Urge escapar de la amnesia selectiva que promueve la cultura violenta. Tenemos la obligación de recordar para no repetir y abastecer de relatos el acervo colectivo del grupo que alimenta nuestro sentido de pertenencia. Al fin y al cabo, somos un relato que nos contamos a nosotros mismos y es un imperativo ético hacerlo con fidelidad.

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