
El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos.
Simone de Beauvoir
Ciudad oceánica, 7 A.M
El canasto de bolas de tenis está a medio terminar, las repeticiones del drive continúan, aumentan en velocidad, mis movimientos tienen que ser más precisos, el profesor grita: “no quites la vista de la bola”, “mueve las piernas”, nuevamente mis impactos son defectuosos. Intento concentrarme, no es fácil, junto a la cancha han improvisado un gimnasio que sirve para clases de baile, un grupo de mujeres de entre 20 y 30 años repiten con cierta devoción y cada vez más alto el estribillo de una canción: “agárrala, pégala, azótala”. El griterío me entristece, no sólo es bulla sino locura: mujeres repitiendo frases misóginas donde son denigradas.
El reggaetón es el género musical que mejor retrata la asimetría de género y la decadencia de una sociedad patriarcal que no quiere comunicarse y peor seducir. Según Pierre Bourdieu, la violencia simbólica es casi siempre impuesta sin ser percibida por sus propias víctimas: “la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”.
Vivimos en sociedades articuladas por una industria cultural que funciona sobre la base de la venta de productos con una alta carga simbólica machista y patriarcal. En menos de un mes, la canción Cuatro babys, del cantante colombiano Maluma alcanzó 720 millones de visualizaciones en Youtube. La mayoría de fans de este reguetonero son mujeres, lo paradójico es que en 2019 se registraron alrededor de 90.000 femicidios en todo el mundo. El 45% de éstos crímenes fueron cometidos por las parejas de las víctimas cuyas conductas posesivas terminaron en violencia física.
Vivimos en sociedades articuladas por una industria cultural que funciona sobre la base de la venta de productos con una alta carga simbólica machista y patriarcal. En menos de un mes, la canción Cuatro babys, del cantante colombiano Maluma alcanzó 720 millones de visualizaciones en Youtube.
Según Jean Baudrillard, en el mundo actual ya no existe comunicación, sino contaminación viral, “todo se contagia de manera inmediata. Es lo que expresa la palabra promiscuidad, todo esta ahí, de inmediato, serializado, sin distancia, ni encanto y, peor aún, sin auténtico placer.” La metáfora más clara de la promiscuidad deslumbrante generada por la subcultura del regaettón está en los bailes de perreo y marroneo.
Si la seducción se basa en la distancia y en lo sutil, éstos bailes son representaciones burdas de diversas posiciones sexuales donde la mujer, casi arrodillada o en cuatro, mueve sus nalgas de arriba hacia abajo frotándolas con la entrepierna del hombre. La mujer juega a ser sometida y humillada, aparentemente se divierte, lo triste es que de a poco, este lenguaje visual y auditivo basado en la posesión y cosificación de la mujer termina interiorizándose como una conducta natural, socialmente aceptable y necesaria.
La masificación de esta música tiene varias explicaciones, para la docente de la Pontificia Universidad Javeriana, Marianny Sánchez, el reggaetón “triunfa porque no muestra nada nuevo, nada que no exista. Toma un fenómeno social que es el machismo y le da forma de música, de entretenimiento, de producto que la gente consume y aplaude sin postura crítica”.
Definitivamente, la banda sonora del patriarcalismo es el reggaetón. Éste es un problema de educación y consumo cultural, qué música se escucha, qué se lee, qué programas de televisión se ve. Mientras la cultura de la farándula y el reggaetón sean el alimento de nuestros jóvenes será muy difícil cambiar paradigmas de comportamiento.
Todas las marchas organizadas por los grupos feministas para erradicar con el patriarcalismo quedarán en la nada si no van acompañadas de políticas estatales que regulen a estas “diversiones inocentes” como perrear y marronear. El momento en que se entienda que la violencia simbólica puede ser más letal que cualquier arma de destrucción masiva tal vez podamos alejarnos de tanto femicidio y de tanto ruido.
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