
Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
Los progresistas, personas de clase media alta, están a favor de la revolución siempre y cuando la revolución no tenga un olor desagradable. Slavoj Žižek
El inexorable viraje de la política económica del gobierno hacia claros intereses mercantiles en el marco del capitalismo del siglo XXI, va acompañado de la puesta en circulación de un discurso de la revolución, de la soberanía, de la democracia de las mayorías y sobre todo de lo que llaman la nueva izquierda pragmática.
Esta pensada combinación tiene una clara intención de enmascarar la violencia estructural del poder económico que el gobierno ejecuta en contra de los intereses de vastos sectores sociales. Se busca con esto construir un imaginario social que, en referencia a la “necesidad” y “validez” de la Revolución Ciudadana, no registre lo real del proyecto económico de Alianza País y, de esta forma, los sujetos sometidos a su discurso se identifiquen con su semblante (manipulación discursiva de transformación social). En esto radica la estrategia ideológica del gobierno.
Como es obvio, siempre hay sectores sociales que no se cosen al discurso del poder ni se apropian de sus imaginarios funcionales, pueblos autónomos que actúan en referencia a sus propias demandas e intereses afectados por el proyecto económico y político del régimen. Solo por poner algunos ejemplos: los pueblos indígenas frente a la afirmación de un Estado colonial; los campesinos frente a una política agraria que les perjudica como son los TLC; el extractivismo, los transgénicos, etc; las mujeres frente a una política abierta y cínicamente patriarcal e incluso machista; los jóvenes ante una reforma educativa que los excluye; los trabajadores ante regulaciones laborales que limita sus conquistas, etc. Comunidades soberanas y libres que legítimamente resisten y luchan en contra de un proyecto que afecta y lesiona sus vidas. Comunidades que no han sido atrapadas en la red de manipulación discursiva ejecutada por el poder político del régimen.
Frente a la autonomía de las comunidades en resistencia y al incremento de la lucha social, el gobierno, al discurso de la Revolución Ciudadana y todas sus “bondades”, ha añadido una estigmatización agresiva con la que intenta deslegitimar la movilización social acusándola de acciones” terroristas” y “desestabilizadoras”, así como a las personas movilizadas como violentas. En una clara aceptación y subordinación a los mandatos de las grandes corporaciones, el gobierno ha acogido como suya la ideología dominante que se expresa en el discurso antiterrorista.
Pese a esta estrategia del poder, solo el acto político de resistencia de los pueblos logra desenmascarar la filiación del gobierno a las demandas del capital como proyecto civilizatorio, incluso allí donde éste se re-presenta con “rostro humano”, léase revolucionario, ciudadano, popular, intercultural, etc. La movilización social en defensa de la vida, desde Dayuma hasta la marcha del 17 de septiembre, han visibilizado ante la sociedad la violencia estructural de la expansión capitalista y el poder político-jurídico que la acompaña y la hace posible.
Fundamentalmente ha quedado al descubierto:
1. La total filiación del gobierno al capitalismo extractivista y las consecuencias sociales, ambientales y culturales para nuestros pueblos.
2. El poder estatal-gubernamental de dominación y control social necesario para llevar adelante lo primero. La instrumentalización de la justicia como mecanismo de poder político.
3. La manipulación ideológica de la población con fines de control social.
La resistencia de los pueblos a los mecanismos de poder emanados de la política imperial expresada en el discurso antiterrorista muestra el momento en el cual “…las figuras de la opresión ya no necesitan máscaras, pues se ha instaurado la cosa misma.”, esto es, el capital en su terrorífico vaciamiento humano que es en sí mismo el horror de su violencia estructural. No es acaso esto lo que viene sucediendo, de manera permanente, desde que el gobierno decidió poner en marcha su programa económico abiertamente mercantil y justificarlo en nombre del progreso y la civilización en contra de los “bárbaros” (izquierda boba, ecologistas infantiles, violentos, saboteadores) y “terroristas”.
El discurso contra los violentos, utilizado por el gobierno en contra de todo el que resiste, y que además tiene una referencia implícita al significante terrorista, organiza un deficiente imaginario ideológico del régimen que no logra diferenciarse de la violencia real de su proyecto económico. Esto a su vez evidencia que al gobierno de la Revolución Ciudadana parece habérsele agotado el lenguaje y el discurso amable, habérsele acabado el teatro donde se re-presentaba revolucionario. Cada vez es más difícil distinguir entre la violencia económica y la violencia política y simbólica que legitima todo tipo de atropellos para depurar al país del “enemigo de la revolución”: el terrorista, el violento, el bárbaro, el infantil, el bobo.
Lo que pretende el gobierno con su discurso de “los violentos” es evitar que más personas y comunidades conquisten su autonomía y con ello la libertad necesaria para ejercer su legítimo acto de resistencia. La lógica del poder sería la siguiente: necesitamos que haya más “ciudadanos” responsables con sus obligaciones políticas con el gobierno, “ciudadanos” cuyas manifestaciones hayan sido aprobadas y aún más planificadas desde el poder gubernamental. Así, se tendrán menos personas y comunidades autónomas que resistan.
El discurso de “los violentos” intenta que la lucha social se blanquee, y si esto no es posible sea criminalizada; que las comunidades y las personas obedezcan o sean convertidas en enemigos de la revolución e inmediatamente proscritos sociales. Este discurso apunta así a dos cosas: a) persuadir la fuerza del acto de resistencia que es la única que puede confrontar la violencia estructural del sistema, y b), si lo primero no resulta, asegurar la liquidación de cualquier intento de resistencia con la máxima violencia que el poder pueda ejercer sobre él.
Con el discurso “antiterrorista” (“violentos”) se inaugura la pura violencia real del capital y sus formas políticas, cuando éste ha lanzado la guerra en contra de la vida y su resistencia que pone en peligro su dominación. Abocado a su impotencia fundamental, el capital y los poderes políticos que lo expresan, busca hacer demostraciones de fuerza extrema, eso y no otra cosa es la exhibición del poder policial que el gobierno hace en contra de las movilizaciones sociales.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



