
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Qué sentido tiene proponer una candidatura que sea jurídicamente inviable, políticamente inocua y electoralmente inútil? Pues ni más ni menos que dinamitar un proceso electoral ya sumido en el caos, echar leña al fuego de ilegitimidad que lo consume. Eso busca el correísmo obtuso con uno de los binomios presidenciales presentados al país. Y lo hace de una forma tan torpe y burda que no se necesita de mayor ingenio para darse cuenta.
El desorden y la improvisación que han caracterizado a las últimas movidas de esta agrupación política evidencian una desesperación propia de los condenados. Frente a la inminencia de ciertos hechos, como la ratificación de una sentencia en firme inapelable, que deja al caudillo fuera de toda opción política, la única salida es atizar el relajo y la incertidumbre. En buen romance, acentuar la imagen de ilegitimidad que lentamente va permeando las próximas elecciones.
La apuesta apunta a resolver desde la típica informalidad de nuestra política lo que no se puede resolver desde la justicia o desde la participación electoral. Sembrar de dudas al actual proceso electoral pretende, en la práctica, deslegitimar los resultados, cualesquiera que estos sean. Si tal como se anticipa los ganadores de la primera vuelta entrarán arañando el 20 por ciento de los votos, el escenario para la inestabilidad está montado.
Es imposible suponer que los abogados de los jerarcas correístas prófugos, asilados y condenados no estaban al tanto de las consecuencias jurídicas que se derivaban del juicio por sobornos, tal como la jueza Daniella Camacho lo acaba de confirmar. La inhabilitación para que Correa participe de estas –y de las próximas elecciones– quedó oficializada desde el momento mismo en que le negaron la apelación en segunda instancia. Eso lo sabían hasta los legos. No obstante, insistieron en presentar su candidatura.
¿Qué dirán quienes han hecho cola durante años para ser tomados en cuenta, aunque sea para unas primarias simuladas? ¿Qué pensarán los sumisos y diligentes operadores del correísmo de esta absurda imposición? ¿En qué queda el cacareado discurso de la democracia interna frente al último carajazo del jefe?
Colocar como cabeza de binomio a un personaje desconocido y anodino también es un mecanismo para pasarse por el forro no solo a los electores ecuatorianos, sino a los militantes y cuadros de lo que queda del correísmo. ¿Qué dirán quienes han hecho cola durante años para ser tomados en cuenta, aunque sea para unas primarias simuladas? ¿Qué pensarán los sumisos y diligentes operadores del correísmo de esta absurda imposición? ¿En qué queda el cacareado discurso de la democracia interna frente al último carajazo del jefe?
Proponer candidaturas desde un membrete sin registro electoral, como Unidos por la Esperanza, es otra forma de bufonada política. Ni siquiera se sabe por qué partido correrán los ungidos. Con un partido suspendido (Compromiso Social) y otro que más parece una ruleta (Centro Democrático), no existen condiciones medianamente coherentes para una participación electoral.
Por eso el caos aparece como la única alternativa de supervivencia para el correísmo. Si la inestabilidad política vuelve a instalarse como un karma nacional, luego de un proceso electoral ilegitimado, la posibilidad de soluciones inusuales estará a la orden del día. Por ejemplo, un golpe de Estado, como intentaron en octubre, una nueva asamblea constituyente o la consabida amnistía con la que nuestra clase política acostumbra a echarle tierra a los asuntos malolientes. Cualquier alternativa es válida para evadir la justicia.
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