
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Rafael Correa no tiene calidad moral para pedir la renuncia del presidente Lasso. Antes que eso debería entregarse a la justicia y responder por los innumerables casos de corrupción en los que está involucrado. Pero como en este país un efímero como relativo éxito electoral faculta para convertirse en apóstol de la institucionalidad democrática, ahora tenemos que padecer este tipo de despropósitos.
Guillermo Lasso no tiene calidad moral para menoscabar a los millones de ecuatorianos y ecuatorianas que optamos por el NO en la consulta popular. Antes que eso debería responder por los incumplimientos y desatinos cometidos durante los veinte desastrosos meses que lleva su gobierno. Pero como en este país los primeros mandatarios están acostumbrado a arrogarse las funciones de sumo pontífice, al pueblo le toca tragarse las ruedas de molino de las verdades sagradas.
En realidad, ni estos dos personajes, ni la mayoría de los candidatos que fueron elegidos a alguna dignidad en las últimas elecciones, se han tomado la molestia de revisar ciertos datos. Por ejemplo, el elevado número de votos nulos que aparecen por todos lados, un fenómeno que se destapó luego del fraude que se cometió en las elecciones de 2021 en contra del candidato del movimiento indígena.
En efecto, además del narcotráfico y la corrupción, el otro gran triunfador en las pasadas elecciones es el hartazgo ciudadano. Y no solo por el voto nulo, sino por ese sorprendente 50% de indecisos que había hasta horas antes de acudir a las urnas. Pero también por el quemeimportismo y el desencanto con que una gran parte del electorado acudió a cumplir con sus obligaciones constitucionales.
Guillermo Lasso no tiene calidad moral para menoscabar a los millones de ecuatorianos que optamos por el NO en la consulta popular. debería responder por los desatinos cometidos durante los veinte desastrosos meses que lleva su gobierno.
Hay situaciones patéticas. Por ejemplo, las elecciones de los consejeros y consejeras del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, un engendro que hace gala de un poder tan grande como su desprestigio. La mayoría de votantes no solo que desconocían prácticamente a todos los candidatos, sino que siguen sin entender el sentido y la importancia del organismo. La gente solo percibe que en su interior se cocinan acuerdos espurios y poco transparentes. Más opacos inclusive que aquellos a los que nos tiene acostumbrados el poder legislativo.
Por eso mismo no debe llamar a sorpresa que, según datos proporcionados por el Consejo Nacional Electoral, prácticamente la mitad de los diez millones de votos consignados para el CPCCS corresponden a blancos y nulos. Los votos nulos, que a diferencia de los blancos sí pueden calificarse como un rechazo específico, superan ampliamente a los consejeros y consejeras más votados. En síntesis, no hay que ser muy ingeniosos para concluir que ese organismo carece de total legitimidad ante los ojos de la población.
Este escenario postelectoral nos conduce a conclusiones más complejas y desalentadoras. Existe una profunda e inocultable descomposición del sistema político, que no puede ser disimulada ni con la parafernalia electoral ni con la formalidad institucional. Que los ganadores celebren alcanzar la cumbre de una estructura endeble y carcomida por la desconfianza popular suena ridículo. Es como celebrar navidades en un campo de concentración.
Febrero 8, 2023
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