
Si no tienes habilidad terminarás tocando rock
W hiplash es una película dirigida genialmente por Damien Chazelle. Ha merecido múltiples premios y se rodó en diecinueve días. El filme trata la relación creativa y violenta entre un maestro de jazz atípico y un talentoso estudiante, que va creando una dialéctica estética conmovedora, sublime.
Terence Fletcher y Andrew Neiman, dos músicos humanamente diferentes, comparten el amor a la perfección interpretativa en el jazz. Fletcher tiene una propuesta pedagógica basada en la provocación a sus educandos para que estos alcancen la excelencia musical sin importar los medios. Andrew destila inocencia y generosidad, es el polo opuesto de Fletcher, pero al igual que su maestro está dispuesto a entregar todo por trascender cualquier rutina social marcada por el dominio agobiante de la técnica musical. Terence cree que good job es la muletilla que más daño ha hecho al arte. Esta convencido de que ese artilugio pedagógico ha sido el soporte de una época desapasionada y conformista, no sólo en lo musical, sino también en todos los ámbitos.
El director es un ser obsesionado por el tempo, la armonía es tempo, la exactitud en los diferentes tropos marca la diferencia entre la belleza y la rutina. Cuando los discípulos de Fletcher pierden el tempo de su profesor no sólo cometen un error, además se van en contra del imperativo categórico de la banda del extraño maestro.
Película indispensable para comprender algo del “kalos kindunos” del que hablaba Sócrates, respecto a la vida. Sí, el arte tiene mucho que ver con una extraña pasión, un bello riesgo. Un riesgo poco comprendido pero imprescindible para darle sentido a la existencia
El profesor lleva a sus estudiantes al límite de sus capacidades, sin importarle los riesgos que esto pueda generar, incluso en la salud mental de los chicos: uno de ellos se suicida por el exceso de presión del preceptor. Los límites entre arte y locura son devorados por una pasión extrema y afiebrada por el tempo.
Fletcher crea belleza y destrucción, no tiene límites para dirigir, es un sociópata enamorado de la música y los abismos. La velocidad de ejecución tiene que estar en consonancia con la lógica melódica de cada canción, en el jazz existe la posibilidad disruptiva para dotarle de más vitalidad a la composición, pero todo juego de improvisación no puede perder el tempo porque allí radica el núcleo articulador del jazz. Una de las anécdotas en las que se inspira Fletcher, es la del maestro de Charly Parker, que lanzó un platillo al rostro de Bird cuando el genial saxofonista desentonó en alguna melodía. La perfección es algo con lo que no se negocia si se busca la excelencia.
Andrew acepta el reto de Fletcher; ensaya hasta que sus dedos sangran, se aísla, rompe con su novia, su mundo gira alrededor de la batería. El sentido de la vida está dado por la transpiración extrema mientras ensaya intentando memorizar el tempo. Los giros en su vida son extremos, lo terrible es que mientras más se aleja del mundo real su dominio musical aumenta. El método Fletcher, con su antipedagogía total, dota de mayor fuerza interpretativa al aguerrido Andrew quien empieza a dominar el tempo y la cinética musical exacta.
Pese a todas las vejaciones de Fletcher, Andrew sobrevive frente a tanta locura, se aleja de él, pero aprende a manejar mejor sus velocidades de ejecución, fluyendo con mayor convicción, mientras controla los tempos de los que hablaba su mentor. Demanda a Fletcher, se aleja de la música, pero en un giro inesperado se reencuentra con el estigmatizado director. Éste, nuevamente pone a prueba a Andrew, hay una suerte de venganza y reto con su exestudiante. Andrew no se amilana y utiliza todo lo aprendido de Fletcher para superar al maestro liberándose no solo de Terence sino también de sus miedos.
Fletcher es superado por su discípulo, pero al mismo tiempo Fletcher logra mimetizarse con su estudiante. Dialéctica amo-esclavo, en jazz. Al final, Andrew interpreta Caravan, de Duke Ellington, viajando con un dominio excepcional sobre tempos y velocidades que fluyen con el delirio de un músico que se transforma el momento en que sostiene las baquetas y juega con platillos, tambores y pedales. Película indispensable para comprender algo del “kalos kindunos” del que hablaba Sócrates, respecto a la vida. Sí, el arte tiene mucho que ver con una extraña pasión, un bello riesgo. Un riesgo poco comprendido pero imprescindible para darle sentido a la existencia.
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