
Las crisis que han generado el desplazamiento forzado y masivo en Venezuela y Nicaragua han evidenciado una triste y dolorosa realidad: Latinoamérica es una región xenófoba y violenta. Esto llama la atención, pues todos los países de nuestra América (incluyendo Estados Unidos), han sido en diversas épocas países expulsores de migrantes y además le deben mucho a los procesos de inmigración.
Pensemos solamente en el caso de Ecuador. Fue hace apenas 20 años (o menos) que las imágenes de familias divididas rondaba el antiguo aeropuerto de Quito. Pasar por la cabecera sur de ese terminal, era enfrentarse a la mirada perdida de familiares que veían cómo al despegar un avión, se les llevaba un trozo de vida, un hermano, una madre, un hijo, una nieta.
Peor aún, no hace mucho que cientos de familias en diversas partes del Ecuador, tenían cuadros de sus seres queridos junto a las velas encendidas y otros cuadros de origen religioso; pues rezaban a diario para que su pariente haya llegado con bien. Y seguramente rogaban que no haya sido víctima de “La Bestia” (el tren de la muerte de México). O que no haya caído en las manos de algún coyotero o un cartel de la mafia o pandilla en el camino. O peor aún que no hayan sido apresados por “la migra”.
Y eso, sólo por contar el caso de Ecuador. Pero hagamos memoria, cada uno de los países de Latinoamérica tiene historias y dramas similares. Unos más cruentos que otros, (como los desplazados por el conflicto armado en Colombia, aquellos que huyeron de la violencia en Perú, de las dictaduras de Argentina y Chile, o de las guerras en Centroamérica); pero todos los países de Latinoamérica tienen en su historia a la movilidad humana como aspecto común, casi cotidiano.
Recordemos además, que varias economías de la región -algunas hasta la actualidad- se han mantenido gracias a las remesas de los y las migrantes y refugiados. Cada centavo ganado con un trabajo honesto, con jornadas más allá de las normales y con salarios que ni siquiera se podían comparar con lo mínimo requerido. Toda esta historia, es la de nuestros países, de los pueblos latinoamericanos que hasta hace poco nos llamábamos hermanos. Que nos pasó?
Se hace difícil explicar o mejor dicho entender, nuestra reacción frente al desplazado y desplazada de Venezuela o Nicaragua, la respuesta ha sido la insensibilidad, el odio, la intolerancia, la xenofobia y por qué no decirlo también la aporofobia.
Mirar los comentarios que se escriben en redes sociales da una profunda pena. En estos últimos días se han visto y escuchado tantos mensajes xenófobos, que exigían el cierre de fronteras, deportaciones, -incluyendo a quienes estén regularizados-, marchas de presión contra el gobierno. Lo más triste lo escribía un ecuatoriano desde New Jersey (Estados Unidos). ¿Se habrá dado cuenta este ciudadano, que su mensaje estaba siendo dirigido contra él, su familia y los millones de migrantes ecuatorianos?
Pudiéramos seguir enumerando tristes ejemplos de la incapacidad mental de las personas, para pensar que cada desplazado o migrante (ahora de Venezuela, Nicaragua o de cualquier otro lado) fuimos – y posiblemente seremos– cada uno de nosotros, de nuestras familias y de nuestros amigos en algún momento del transitar por la vida.
Mirar la marcha xenófoba, contra la presencia de Nicaraguenses que sucedió el sábado anterior en Costa Rica, o las imágenes deplorables en Roraima (Brasil) donde una turba de brasileños quemó los bienes personales de familias venezolanas que estaban en espacios públicos y los empujaban hasta la frontera cantando su himno (una réplica de las imágenes de los hitlerianos empujando a los judíos en Varsovia en 1940), nos debería vergüenza y repudio.
Esa misma xenofobia y ese odio incomprensible, es el que ahora lleva a los gobiernos de Ecuador y Perú a tomar medidas tan inconstitucionales, ilegales e inhumanas como la exigencia del pasaporte a extranjeros.
La sensación de rabia y dolor que emergen al leer las declaraciones del Ministro del Interior del Ecuador Toscanini (publicadas en El Comercio en su edición dominical), donde sólo muestra su ignorancia sobre el tema, su poca capacidad de entender un enfoque de derechos humanos y su desprecio contra la vida misma. Su actitud prepotente (repetida en varias ocasiones) y de poca capacidad para entender los acontecimientos son el caldo de cultivo para que otras personas aumenten sus acciones de xenofobia.
Entonces ¿qué hacer en estos momentos? Pues me parece que es momento de recuperar la esperanza y volver a pensar en nuestra región desde un punto de vista humano y empático. Si usted, tiene la posibilidad de ayudar a un hermano y hermana desplazado, hágalo. Si puede compartir con cada uno de ellos y ellas; no solo comida o ropa; sino su tiempo, sus historias, sus afectos; hágalo.
Es momento de actuar. La diferencia que podemos marcar en la actualidad es grande. Nos quedamos con el pensamiento aislacionanista, xenófobo, reductor y segregacionista; o empezamos a construir una región con fuertes lazos de solidaridad y de acción colectiva.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]





NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



