En los países con una débil institucionalidad pública, las personas destacan sobre las instituciones. La suerte de estas depende de la persona que esté al mando y de quienes sean sus operadores. Wilman Terán, al mando del Consejo de la Judicatura, lo llevó al borde del precipicio moral, mientras que Diana Salazar, a la cabeza de la Fiscalía, ha develado la trama de la narcopolítica ecuatoriana y se ha enfrentado, a riesgo de su vida, al narcoterrorismo.

Las decisiones sobre los asuntos públicos, obviamente, las toman los individuos; pero en países con instituciones sólidas, las decisiones individuales están limitadas por las normas y los procedimientos institucionales, así como por la cultura y la opinión pública, que en esos lugares sí cuenta. El individuo, ahí, sirve a las instituciones en lugar de servirse de ellas, que es lo que, lamentablemente, hacen los funcionarios en los países con instituciones débiles como Ecuador.

El peso de los individuos, especialmente de quienes las dirigen, en su funcionamiento es decisivo. Imaginemos, si no, cuál habría sido el desempeño de la Fiscalía dirigida por Galo Chiriboga en la situación de conflicto armado interno que vivimos y en el desentrañamiento de la trama de la narcopolítica ecuatoriana. Nada. Cero. Ocultamiento y olvido.

Falta un año y medio para que Diana Salazar deje su cargo de fiscal general del Ecuador y, francamente, no creo que estemos preparados para sustituirla. Hay que ponerse a pensar desde ahora en lo que se debe hacer para continuar y mejorar el trabajo que ella ha realizado.