
Economista y Magister en Estudios Latinoamericanos.
@giovannicarrion
En Ecuador, a pesar de los densos nubarrones que acompañan a su paisaje político y económico, la gente –afortunadamente- aún no ha perdido completamente la capacidad de asombro. Ciertamente, la población todavía reacciona ante los dislates de diferente calibre que se escuchan u observan en todo lugar. En unos casos basta con arrugar el ceño o terminar viéndose las personas, unas a otras, con los ojos bien abiertos, como platos extendidos de cerámica china, para denotar la sorpresa, fastidio o indignación que producen hechos o pronunciamientos vacíos de sustancia.
En días pasados, Carlos Vera, durante una entrevista realizada al periodista Anderson Boscán, afirmó sin sonrojarse siquiera que ‘...en algún rato, puede que la verdad, quien creyera, genere más mal y convulsión decirla que el mantenerla... (...) La verdad debe ser administrada además con responsabilidad...’. Ante lo cual, el periodista del medio digital La Posta no dudó en ripostar: ‘...no, no lo siento, estoy totalmente en desacuerdo...’.
Estos hechos son importantes puntualizarlos en la medida que no pueden ser soslayados o minimizados, más en un sistema político etiquetado como democrático, en el que se debe cuidar con esmero los principios y valores superiores que lo definen.
Aidan White, fundador y presidente honorario de la Red de Periodismo Ético, o por sus siglas en inglés (EJN), en un interesante escrito titulado ‘El periodismo ético vuelve a primera plana’, defiende abiertamente que ‘...los valores éticos del periodismo –información conforme a los hechos, humanidad y respeto por los demás, transparencia y reconocimiento de los eventuales errores– constituyen principios cardinales por los que deberíamos guiarnos todos, incluidos los usuarios de las redes sociales y los que practican el periodismo ciudadano...’. Es decir, si bien el trabajo del periodismo, como toda actividad humana, está alejada de la perfección, empero, su carácter eminentemente ético lo obliga a identificar los fallos y sobre todo adoptar las acciones correctivas encaminadas a que la información que se proporcione a la sociedad sea ‘veraz’ e íntegra.
¿Cómo se puede ejercer un periodismo responsable y a la vez administrar la verdad? ¿Es posible conciliar la ética y dosificar, a cuenta gotas, la entrega de un hecho noticioso o los resultados de una investigación periodística a las audiencias, en función del bienestar general, definido por el propio comunicador? Evidentemente, la respuesta es un ‘no’ rotundo.
De ahí que surge la lógica pregunta: ¿cómo se puede ejercer un periodismo responsable y a la vez administrar la verdad? ¿Es posible conciliar la ética y dosificar, a cuenta gotas, la entrega de un hecho noticioso o los resultados de una investigación periodística a las audiencias, en función del bienestar general, definido por el propio comunicador? Evidentemente, la respuesta es un ‘no’ rotundo, dado que las interpretaciones sesgadas de la realidad o, lo que sería peor, el uso político y/o económico que podría hacerse, discrecionalmente, de los silencios de los periodistas, terminarían dinamitando las bases de la democracia, que hoy mismo presenta niveles de apoyo y satisfacción bastante paupérrimos, dado su bajo desempeño, lo cual da pábulo para el surgimiento de ‘mesías’ e iluminados, propios de los regímenes neopopulistas y autocráticos.
En este punto, es hora de recordar las palabras del inmortal ‘Gabo’, Gabriel García Márquez, quien definió, sin vacilaciones, que la ‘primera función del periodismo es la verdad, porque vivimos en un mundo lleno de mentiras’.
Por eso, no hay que evadir estos temas, sino -más bien- desmenuzarlos en el afán de construir un periodismo ético que tenga claro su papel de afligir al fuerte y de consolar al afligido. Y eso parte por reafirmar el irreconciliable papel que tienen el periodismo y el activismo político. Además, no se puede pretender justificar lo injustificable apelando a que en la juventud los individuos actúan como incendiarios y en la vida sosegada de la adultez se convierten en bomberos. Sépase que los principios no tienen fecha de caducidad.
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