
Que diferente sería el mundo democrático si los países fuesen gobernados por ciudadanos que efectivamente ponen en práctica la ética con la que se comprometieron durante su campaña electoral. Cero tolerancia al engaño. Cero tolerancia a la corrupción política. Cero tolerancia al aprovechamiento del poder para el enriquecimiento ilícito. Cero tolerancia a cualquier tipo de corrupción en todos y cada uno de los espacios que hacen la administración pública. Cero tolerancia a la mentira política.
Palabras vacías. Globos en la gran fiesta del ejercicio de los poderes absolutos en lo político, lo jurídico, en lo económico. Nada. Esa nada ética que ha apolillado no solo las palabras y las promesas sino también las esperanza, la fe, la verdad. No se puede tapar el sol con un dedo. Las sabatinas no sirvieron para informar sobre la verdad y la ética del gobierno.
¿Corazones ardientes de pasión por la verdad y la justicia? Corazones ardientes con el fuego de los odios, las venganzas, los insultos, las vejaciones a las mujeres. Ardientes con los silencios cómplices ante las manos sucias de colaboradores que se fueron con el santo y la limosna. Muy probablemente ni este ni el gobierno entrante sacarán a la luz pública la lista de nuestros amados conciudadanos enriquecidos con las coimas dadas, entre otras, por la empresa Odebrecht. A los amigos y allegados es necesario protegerlos a todo mal, sobre todo del mal de la justicia.
¡Qué diferente sería el país luego de diez años de gobierno si la ética de las manos limpias se hubiese aplicado al pie de la letra, sin ninguna excepción! En demasiados casos, el calificativo de socialista no ha servido sino para camuflar los orígenes perversos de la violencia y de la corrupción. Es necesario recordar que históricamente el poder apareció divorciado de la ética, pese a que su misión original no habría sido otra que la de facilitar y proteger las sanas y honradas relaciones entre los miembros de una comunidad. Hay algunas excepciones en la historia internacional. Excepciones que permiten ver con mejores ojos el problema de la corrupción.
La ética versa sobre el ejercicio personal y colectivo de las buenas costumbres. Y las buenas costumbre se sostienen en la verdad y legitimidad de la palabra dada, en la coherencia entre lo que se dice y aquello que se practica. La honradez es la materialización fáctica de la verdad. La honradez no existe, pero sí sujetos honrados a carta cabal y que se contraponen a esas listas de malhechores que se han aprovechado del poder para agrandar sus bienes. También reconocer que, al final, terminan pagando los pobres que no son más que el fruto de las manos sucias y los corazones podridos del poder.
La Universidad de Columbia acaba de otorgar el premio Pulitzer a quienes realizaron la investigación sobre los Panama Papers. Pero no solamente a los periodistas norteamericanos, como es costumbre, sino a todos los que intervinieron en la investigación y que forman parte del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. En total, trescientos periodistas de seis continentes que se jugaron su profesión para dar con el hilo y el ovillo de una de las grandes redes de corrupción enraizada en la prácticas económicas y políticas de muchos países, incluido, por supuesto, Ecuador. En ese equipo de galardonados, están, a mucho honor, periodistas ecuatorianos.
Qué diferencia entre el discurso que se sostenía en la absoluta seguridad de las manos limpias y de los corazones ardientes y las prácticas políticas sostenidas en la boca callada y los ojos bizcos. Dejar hacer. Callar. Mirar al otro lado, al lado de los denunciantes para lanzarles a la cara las denuncias transformadas en vejamen personal. Mientras allá se les otorga un increíble galardón, acá se los persigue.
Allá se alaba y se premia una investigación sobre la corrupción. Acá se protege a quienes aparecieron en una lista de Odebrech acusados de haber recibido miles de millones de dólares para otorgar contratos y para aprobar informes. Acá se recibió el informe de Odebrech, pero se lo guarda bajo siete llaves porque, se supone, no es bueno escandalizar al país con esas cosas tan feas y repugnantes. Allá se premia al periodismo de investigación que destapa la olla de grillos de lo corrupto. Acá se protege a los grillos.
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