
Si no existe justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno.
Emiliano Zapata
En Buenos Aires, el presidente Guillermo Lasso posa sonriente junto a inversionistas argentinos, todo parecería estar en orden en un país emblemático para el Fondo Monetario. Sin embargo la realidad ecuatoriana es algo más que una postal, diariamente en nuestro país son asesinadas diez personas, y la cifra aumenta exponencialmente a medida que las inversiones extranjeras siguen disminuyendo (no representan ni el 0,58 del PIB). Y bueno, es que hay que que arrimar el hombro, me dirán algunos empresarios que en sus momentos de rabia publican tuits maldiciendo al gobierno por tener que tanquear su vehículo de alta gama con 100 dólares. Lo paradójico es que, éste momento, los únicos que arriman el hombro son nuestros migrantes que envían 4500 millones de dólares anuales, son ellos los únicos quijotes que invierten en Ecuador.
Somos una nación fondomonetarizada que cumple disciplinadamente las exigencias de esta organización financiera, tenemos una reserva internacional de 9200 millones anuales y austeridad fiscal extrema. Entonces, ¿qué está fallando?, ¿por qué si seguimos al pie de la letra las recetas de esta institución internacional nos va tan mal?, ¿por qué en el 2021 fuimos la nación que tuvo el crecimiento económico más bajo de toda la región con un 4,2% comparada con Perú que tuvo un 13,3%? ¿Por qué? Simplemente porque el Fondo Monetario aplica una lógica para los países emergentes y otra para las grandes potencias. Por eso, EE.UU. compra petróleo a Venezuela mientras nos obliga a nosotros a dejar de venderle banano a Rusia. Simplemente porque el Fondo Monetario vende ficciones, hermosamente edulcoradas por los mass media, mientras destruye países.
El filósofo Zygmunt Bauman dijo que vivimos una época de realidad líquida o de máxima incertidumbre; es como subir a un avión, iniciar el vuelo y luego constatar que no existe piloto en la cabina de mando. Nada más cercano a lo que sucede en Ecuador: subimos a una nave sin piloto, que avanza soportando turbulencias mientras sus pasajeros se desmayan y otros quieren saltar desesperadamente. El presidente Lasso vive una realidad paralela y simplemente prendió el piloto automático y dejó que las decisiones políticas y económicas sobre nuestra nación las siga tomando el FMI, el “programa de ajuste” no puede tocarse y la política de shock continúa.
Mientras continuamos este viaje borrascoso hay elementos performativos como la liberación de Glas, y la reapertura comercial con la Venezuela de Maduro. Hasta allí llegó el discurso anti-corrupción y libertario de Lasso, allí quedó clara la entente entre élites y populismo
Vivo en un departamento en una zona residencial que colinda con una de las urbanizaciones más exclusivas dentro de una ciudad oceánica. A ratos converso con guardias de esa zona, algunas tienen cierta confianza conmigo y me cuentan sus dramas, sus jefes les deben dos, tres meses de sueldo. Es decir, los grupos hegemónicos no tienen para pagarles por sus trabajo a los empleados que cuidan sus fortunas. Distopía total. Nuestras élites jamás han tenido espíritu shumpeteriano, siempre han apostado por sacar sus ganancias fuera del país, neoliberalismo radical, especulación extrema.
Y mientras continuamos este viaje borrascoso hay elementos performativos como la liberación de Glas, y la reapertura comercial con la Venezuela de Maduro. Hasta allí llegó el discurso anti-corrupción y libertario de Lasso, allí quedó clara la entente entre élites y populismo. Quedó claro que nuestra historia ha sido y seguirá siendo una comedia variopinta donde los límites entre comedia y tragedia no están claros. El viaje es a la deriva, las instituciones públicas y privadas están deterioradas, no generan confianza. En una nación distópica, donde gobiernan las mafias, hablar de inversión extranjera y de disminución de inequidad es una verdadera quimera.
Si Lasso sigue gobernando para quedar bien con el Fondo Monetario y las Cámaras de Comercio y Producción, en pocos meses surgirán estallidos sociales con su estela de caos y destrucción. La disyuntiva es extrema: o apaga el piloto automático del FMI y gobierna para la mayoría, o simplemente nos desbarrancaremos como tantas otras naciones sometidas a los experimentos de una de las instituciones que más daño ha causado a las democracias en el mundo.
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