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21 de Junio del 2021
Investigación
Lectura: 16 minutos
21 de Junio del 2021
Tania Orbe / Historias Sin Fronteras
Agricultura andina: la encrucijada de los transgénicos
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La ESPOL es una de las universidades ecuatorianas que con investigación científica busca soluciones a los problemas del agro. Fotos: Cortesía CIBE ESPOL/Historias Sin Fronteras

 

El país prohíbe el cultivo de transgénicos en su constitución desde el 2008. Sin embargo, un banano transgénico se desarrolla en una universidad ecuatoriana mientras ciertos cultivos de soya OGM fueron denunciados en la Costa.

Este proyecto Historias Sin Fronteras fue elaborado con el apoyo del Instituto Médico Howard Hughes e InquireFirst

Durante siglos los habitantes de la Cordillera de los Andes, entre ellos campesinos e indígenas, han sido guardianes de semillas nativas milenarias que hacen parte de su cultura y les proveen alimentos como maíz, plátano y papa que garantizan no solo el sustento familiar, sino también una fuente de ingresos.

Pero abuelos, bisabuelos y demás ancestros no imaginaron que llegaría el día en el que los frutos de sus suelos no serían suficientes para suplir las necesidades de la población; menos, que al terreno llegaría una semilla mejorada gracias a la biotecnología que se convertiría en la competencia de la nativa por rendimiento, producción y resistencia a enfermedades.

Lo que podría ser menos imaginable todavía es que la decisión de usar o no esa nueva semilla modificada con técnicas modernas -también conocida como semilla transgénica, organismo genéticamente modificado (OGM) u organismo vivo modificado (OVM)- no estaría en manos de ellos, los que trabajan de sol a sol en el campo, sino en aquellos legisladores que desde sus finos escritorios aprueban leyes que impactan el futuro de sus países.

Transgénicos Colombia, Ecuador y Perú, países que hacen parte de los Andes, comparten gran parte de su biodiversidad agrícola y el dilema por el uso de las semillas nativas o transgénicas. Estas últimas están en vilo porque, a pesar de haber pasado por muchos estudios científicos, todavía hay quienes dudan de su seguridad e impacto tanto en la salud como en el medioambiente.

Aunque en estos países hermanos el uso de los OGM es conocido desde hace más de 20 años, la falta de consenso entre el gobierno, la comunidad científica y los agricultores ha hecho que cada nación se asegure de tener una legislación que limite o apruebe su uso, según el nivel de producción; sin embargo, hay movimientos internos en cada uno de los países andinos que van en contra de las disposiciones legales actuales.

“Cada país tiene una realidad muy diferente y es difícil categorizar si este es el modelo apropiado o no lo es”, explica Marcos Rodríguez, coordinador de Desarrollo Rural, Agricultura Familiar y Mercados Inclusivos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Colombia. Él asegura que, independientemente de que el sistema fomente o acepte la propagación de productos transgénicos, agroecológicos, criollos o nativos, el eje fundamental es la sostenibilidad y sustentabilidad de dichos sistemas.

Este planteamiento puede ser entendible teniendo en cuenta que, dependiendo del nivel de producción agrícola del país, cada sistema utiliza el que más le conviene; por ejemplo transgénicos para alta producción como en Estados Unidos, Brasil y Argentina y combinada para otros países de Latinoamérica. A pesar de este argumento, la recomendación no es clara para los gobiernos de la región que legislan entre el uso y la prohibición de los OGM, sin garantizar la efectividad de otros mecanismos de producción inclusivos que aseguren el bienestar de los campesinos y la demanda alimentaria.

En Colombia, por ejemplo, después de que los transgénicos tuvieron vía libre para producción y comercialización, ahora podrían quedar prohibidos de aprobarse un Proyecto de Acto Legislativo; entre tanto, en Perú el Gobierno promulgó una nueva moratoria de 15 años para el cultivo de OGM; mientras en Ecuador la Constitución prohíbe expresamente el cultivo de organismos genéticamente modificados.

Por mucho tiempo se ha visto el uso de los transgénicos como una alternativa para garantizar la seguridad alimentaria y solucionar el problema de malnutrición, pero “los transgénicos son solo una dimensión”, explica Rodríguez el representante de la FAO. El funcionario agrega que aunque hay una demanda creciente porque la población ha venido aumentando y se espera que al 2050 sean 10.000 millones de habitantes, el problema real no está en la producción de los alimentos, sino en el acceso y disponibilidad, algo que aún no está resuelto.

Mientras estas decisiones llegan, los pueblos indígenas y campesinos que han estado al margen buscan justicia social y se movilizan para proteger sus derechos: unos a favor de la semilla nativa y otros de la semilla transgénica. ¿Podrá la ciencia brindarles elementos para tomar mejores decisiones?

Los principales cultivos transgénicos en el mundo

Entre los cultivos transgénicos más comunes sembrados en el mundo se encuentran:

 

  ECUADOR  

Por: Tania Orbe

El país prohíbe el cultivo de transgénicos en su constitución desde el 2008. Sin embargo, un banano transgénico se desarrolla en una universidad ecuatoriana mientras ciertos cultivos de soya OGM fueron denunciados en la costa.

Verde o maduro, guineo u orito, dulce o salado, el banano es un alimento primordial en la dieta de los ecuatorianos y el mundo. En Ecuador, se desarrolla esta planta transgénica en un laboratorio universitario de la la Escuela Politécnica del Litoral (ESPOL) pero no puede llegar al campo.

Justo en el 2008, cuando el país se declaró en su constitución libre de cultivos y semillas transgénicas, Efrén Santos, PhD en biología molecular, volvió al Ecuador para poner en marcha la investigación genética en banano. Obtuvo los permisos del gobierno y ya lleva 12 años dedicado a la transformación del genoma del banano para la resistencia ante las plagas. Sin embargo, su trabajo no puede salir del laboratorio debido a las prohibiciones legales.

Los transgénicos no tienen un buen concepto en el imaginario popular. “Son parte de un modelo extractivista. No los satanizo, no me van a matar pero son un instrumento más para dejar sin sustento a las familias campesinas”. Eso cree Germán Jácome, agricultor y presidente del Centro Agrícola Cantonal de Quevedo, en la costa ecuatoriana.


​El banano produce semillas vegetativas, asexuales. Es decir, nacen clones o hijuelos de la planta una vez que haya dado su fruto y la planta madre muere. En la ESPOL ya tienen 20 plantas modificadas genéticamente. Foto: Cortesía CIBE ESPOL

Quevedo es una de las capitales del cultivo de banano y palma aceitera en Ecuador. Es la ciudad más poblada de la provincia de Los Ríos (150 mil habitantes) aunque no sea su capital. Debido al crecimiento agrícola, ya no existen bosques nativos en esta zona tropical.

A sus 58 años, Jácome ha llegado a ser dirigente campesino y profesor universitario. Esa ha sido su lucha permanente: salir del campo a estudiar entre 14 hermanos y volver para dirigir el agronegocio paralelo a los grupos económicos de poder “porque aquí vivimos una narcoagricultura”, asegura con vehemencia pero también con temor.

El banano modificado desarrollado en la ESPOL es resistente a la sigatoka negra, una de las principales enfermedades tropicales en este cultivo. Hoy el equipo del Centro de Investigaciones Biotecnológicas del Ecuador (CIBE) de esta universidad cuenta con 20 plantas modificadas genéticamente.

La Constitución del Ecuador (2008) declara al país “libre de cultivos y semillas transgénicas” en su artículo 401. Para Andrés Factos, coordinador de bioseguridad del Ministerio del Ambiente del Ecuador (MAE), “esa ambigüedad complica a todos porque si se prohíbe la biotecnología experimental, no podemos probar”.

Debido a la prohibición de cultivar, el investigador Santos está adecuando un invernadero como extensión del laboratorio en el campus de la ESPOL. Piensa sembrar en macetas grandes, tipo reservorios de agua de 500 litros, para que esté contenido el suelo.

Jácome tiene sus pequeños cultivos de banano en Quevedo, como parte de su huerta familiar, pues el mercado de exportación es controlado por la Asociación de Exportadores de Banano del Ecuador (AEBE), que agrupa a 43 empresas. Ecuador es el mayor exportador de banano en el mundo (33 % del mercado internacional), compite con Costa Rica y Colombia en la región. Según la AEBE, esta fruta representa el 3,84 % del PIB total y el 50 % del PIB agrícola Es el principal ingreso de exportaciones no petroleras para la nación, de acuerdo con el Banco Central del Ecuador.

Su colega del centro agrícola, Mario Macías, considera que como gremio campesino “no podemos decir si estamos en contra o no de los transgénicos”. Su mayor preocupación es el uso indiscriminado de glifosato, químico usado para controlar las malezas en los cultivos. En Quevedo, también se han encontrado cultivos de soya transgénica que fueron denunciados por la ONG Acción Ecológica ante la Defensoría del Pueblo. Nadie conoce a ciencia cierta quién distribuye estas semillas.

De las prohibiciones al consumo

Desde el 2013, en Ecuador está vigente el Reglamento Sanitario de Etiquetado de Alimentos Procesados para el Consumo Humano. Esta normativa exige que se coloque en la etiqueta del producto si contiene o no transgénicos. Embutidos, galletas, snacks son algunos ejemplos. Son productos hechos en Ecuador pero sus empresas fabricantes importan harinas de maíz y soya transgénicas, en ciertos casos, para elaborarlos.

Paradójicamente, la importación de materia prima transgénica no está prohibida. “La soya y el maíz transgénicos son más baratos porque se producen a gran escala en el mercado internacional y se los usa para alimentación de pollos, chanchos y ganado”, explica Elizabeth Bravo, coordinadora de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos y miembro de Acción Ecológica.

El investigador Santos cree que echar la culpa a los transgénicos de los problemas en la biodiversidad es erróneo. “El problema empieza con los monocultivos. La resistencia a los insecticidas se parece a su propio uso”.

Darwin Matute, dirigente de la Federación Nacional de Trabajadores Agroindustriales, Campesinos e Indígenas Libres del Ecuador (Fenacle), está convencido de que los transgénicos son un veneno que están matando al ser humano a largo plazo. “La producción debe ser más agroecológica que defienda la salud”. La Fenacle representa a 30 mil trabajadores agroindustriales en Ecuador.

Factos cuenta que apenas en el 2020 se ha logrado estandarizar los términos de bioseguridad, tras la aprobación del Código del Ambiente en el 2018. “El Código instaura el Sistema Nacional de Bioseguridad y promueve que, a través de un análisis técnico-científico, se tomen las decisiones frente a los transgénicos”.

En esta corriente agroecológica, trabaja desde el 2002 la Red de Guardianes de Semillas del Ecuador. “Proponemos modelos integrales de producción limpia y libre de tóxicos. Educamos a la población en el cultivo y la producción de alimentos sanos”, explica Javier Carrera, su fundador y coordinador social.

Su colectivo se opone a los transgénicos porque, según Carrera, son una forma de concentración de poder, están ligados a la industria agroquímica y no tienen un objetivo real de ayudar a la población.

En el país, el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIAP) tiene el objetivo de propiciar la transferencia tecnológica a los agricultores. Su investigador principal, Eduardo Morillo, admite que las leyes no han favorecido la investigación por falta de decisión política.

A pesar de eso, el INIAP trabaja en el esquema tradicional de mejoramiento genético con frutales, cultivos andinos, cereales, pastos, etc. Entre los cultivos destacados investigados, figuran la papa, el cacao fino de aroma, el frijol, la naranjilla y el tomate de árbol. Morillo sostiene que al agricultor no le interesa cómo se obtuvo la planta mejorada sino que esa planta sea más resistente. “El país tiene la materia prima: la biodiversidad. La biotecnología permite sacarle provecho y su valor es inmenso”.

Pero el campesino Jácome es escéptico frente a las promesas de la investigación científica. Como líder agrícola, pudo viajar a Japón para aprender sobre la captura de microorganismos y la agricultura sostenible, conceptos que transmite a su comunidad desde el centro agrícola. Él combina el cultivo forestal con el activismo agrícola y está convencido de que los transgénicos arrebatan la tierra, la libertad, la cultura y la comida a los campesinos.

Para la PhD en biología molecular, María de Lourdes Torre, en Ecuador los transgénicos son un tema perdido. “No deben estar en la Constitución sino en las regulaciones”. La Ley Orgánica de Agrobiodiversidad, Semillas y Fomento de la Agricultura Sustentable, vigente desde el 2017, no significó un avance en ese sentido, para la investigadora, aunque promueve el estudio en laboratorio.

Mejoramiento agrícola

En Ecuador, las percepciones están polarizadas. Hoy se habla más de edición genética que de transgénicos, es decir, no de la introducción de genes de otros elementos sino de la modificación de los genes propios.

“Si cambia la tecnología a edición genética, queda obsoleta la discusión sobre los transgénicos. Pero, con cualquier nueva tecnología, hay que promover el cuidado de los ecosistemas”, dice Mauricio Proaño, exasambleísta de la Comisión de Soberanía Alimentaria y Desarrollo del Sector Agropecuario y Pesquero de la Asamblea Nacional del Ecuador.

A Proaño, más que los transgénicos, le preocupa la pobreza en el sector rural que llega al 40 % y el desempleo juvenil rural ya que el 35 % de las familias agropecuarias en Ecuador depende de otras actividades que no son agropecuarias como el turismo, el transporte, la minería y otros servicios.

Mientras tanto, aún sin la legalización de los transgénicos, el monocultivo arrasa con el suelo y el equilibrio ambiental. En Quevedo, Los Ríos, la palma y el banano cubren casi todo su territorio. Su posición geográfica en el eje Manta - Manaos es estratégica para impulsar el extractivismo. Eso cree Germán Jácome. Ya con su cabello y barba canosos, se muestra incrédulo ante la investigación y decepcionado de la inequidad porque la Covid-19 también pasó factura a su familia y hoy lleva el luto de su madre.

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