La marcha que convocada y autoconvocada partió desde El Ejido hasta San Francisco, en Quito, fue una algarabía de rostros, mensajes, llamados, gritos, cantos, arengas. ¿Qué está detrás de esos rostros que protestan? ¿Odio, como dicen los correistas? ¿Ira, rabia, como parecen creer los políticos opositores? Gente, solo gente caminando codo a codo, que, como dice Mario Benedetti, son mucho más que dos. Ahí, por el lente con sentido de Joffre Mejía, pasaron hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos, jóvenes, rebeldes, irreverentes, anarquistas, ejecuticos, obreros, indios, campesinos, militantes, clases medias, pobres-pobres, curiosos, indignados, pelagatos, monigotes, forajidos... Pasaron risas y sonrisas, rostros serios, rostros molestos, miradas claras, ganas de vivir, ganas de pelear, de no dejarse..Pasaron ciudadanas y ciudadanas, bocas y voces, piernas y pasos, manos y destinos.
La calle es el escenario real, no virtual, por donde pasa la protesta en carne y hueso. Mientras el poder reclama para sí la propiedad de la verdad, la voz única e incontrastable de un caudillo, quien paga lo que sea por sentir el halago de las masas, la gente común, los ciudadanos, reclaman para sí el derecho de mostrar su rostro, sus ojos y sus dientes, sin temor, sumando su única representatividad humana frente a las cifras y los números, que el poder adora. En cada foto de Mejía está reflejada esa actitud: me represento a mí mismo, aquí estoy y aquí me quedo.