

En el boulevard de la Av. Naciones Unidas, dos jovenes repartidores motorizados aprovenchan un momento libre para tomar un descanso y resguardarse del intenso sol de Quito. Fotos: Luis Argüello / PlanV
Hay cientos de motos y bicicletas. Quizá son 100 o 200, dice un motorizado que acaba de llegar al parqueadero del Centro Comercial Iñaquito (CCI). Es Juan Carlos Freile, quien descarga en el piso su mochila de Uber Eats y relaja un poco las correas de su casco. Lleva dos meses trabajando en esa aplicación. Antes fue mesero, pero el restaurante donde estuvo cerró y botó a todo el personal. Tiene solo 19 años y es de Guayaquil. Vino a la capital para encontrar mejores días. Por las noches estudia en una universidad y en las mañanas es uno de los miles de repartidores que salen a diario a ‘cazar’ una entrega en la ciudad.
El incremento de estos automotores en esta zona durante los meses de pandemia ha sido vertiginoso. Una fotografía de ello es el parqueadero del CCI. El centro comercial cambió a un lugar más vigilado la ubicación de las motos y bicicletas que allí se estacionan. Hasta ha sido necesario un cuidador dedicado a ellos. Él apunta el número de la placa y entrega un ticket al dueño. El parqueo es gratuito para estos vehículos. Mientras tanto sus dueños van a buscar los pedidos, principalmente a los locales de comidas. Otros, en cambio, esperan en los exteriores el aviso de las aplicaciones. Los repartidores hacen grupos, juegan y comen. Antes de que culmine el estado de excepción y cuando las medidas de movilidad eran más estrictas, aquel parqueadero tenía más motos y bicicletas que autos.
El parqueadero de motos del CCI luce completamente lleno. Muchos espacios son usados por los repartidores que llegan a ver los pedidos en los muchos restaurantes de la zona de la NN.UU.
En la Av. República de El Salvador y Naciones Unidas, una zona muy comercial y también de viviendas, hay mucho movimiento. Trabajadores de las apps de entregas esperan llevar los pedidos a sus clientes de la zona.
La elección del lugar no es fortuita. Sobre la avenida Naciones Unidas se asientan cinco centro comerciales y en sus calles aledañas decenas de restaurantes y otros locales que reciben los pedidos de comida de los usuarios. La pandemia expandió el uso de estas aplicaciones. Desde allí movilizarse por esa zona comercial de la ciudad es más rápido para cientos de motorizados.
Los centros comerciales exhiben grandes carteles informativos sobre medidas de bioseguridad para que la gente ingrese sin temor.
Pero también es una estampa visible del desempleo que ha dejado en el camino la pandemia. De una tasa de desempleo nacional de 3,8% en diciembre de 2019 pasó al 13,3% a junio del 2020. De ellos, el 40% ni siquiera hizo el intento por buscar un trabajo, según la última encuesta del INEC. El empleo pleno, que ya era escaso antes de la emergencia, cayó 20 puntos más entre mayo y junio. Mientras que el subempleo, que abarca el empleo informal, se duplicó: del 17,8% de diciembre pasó a 34.5% en junio. El INEC hizo este sondeo por teléfono y aunque advierte que solo son datos referenciales, la tendencia que marcan es devastadora. Y de este universo de desempleados, 7 de cada 10 personas que han perdido su empleo tienen menos de 40 años.
Carlos Vera, por ejemplo, tiene 32 años. Lleva nueve meses usando Rappi. Es mediodía del pasado viernes, 18 de septiembre. Sentado en una vereda del CCI, espera que la aplicación le designe una entrega. Mientras tanto cuenta la decadencia de sus ingresos en los últimos meses. De 200 dólares que hacía diarios ese viernes, hasta las 12:00, solo había hecho 4,50 dólares. “Solo me sirve para la gasolina”. Una de las razones, asegura, es el aumento de repartidores. Las empresas han confirmado ese aumento. Antes de la pandemia, Glovo y Rappi sumaban 3.000 repartidores. Hasta agosto pasado llegaron a 6.000. La competencia les ha exigido idearse estrategias porque dependen de la demanda y de los algoritmos de las aplicaciones hasta que les llegue un turno. Por ejemplo, llevan consigo rompevientos para manejar durante las tardes de lluvia de Quito porque saben que no todos los repartidores saldrán a esas horas.
el subempleo, que abarca el empleo informal, se duplicó durante la pandemia: del 17,8% de diciembre de 2019 pasó a 34.5% en junio último.
En la mañana, circulan gran cantidad de autos por la Naciones Unidas, una amplia avenida en una zona bancaria y comercial de Quito.
José Miguel Terán es más optimista. Tiene 26 años y es venezolano. En su opinión, la demanda de entregas ha aumentado desde que la ciudad pasó a semáforo amarillo. Con sus altas y bajas, con ese trabajo ha mejorado sus ingresos. Comenzó con una bicicleta y ahora usa moto. Pero la moto es alquilada, por ahora. Así ha logrado pagar sus gastos básicos como el arriendo y la alimentación. Lo que sí lamenta es el aumento del tráfico. Se había acostumbrado a transitar por calles casi vacías.
Desde la semana pasada, las Naciones Unidas volvió a su ritmo casi normal. Siempre ha sido una de las arterias más congestionadas, pero esto disminuyó de forma significativa durante la pandemia. Tras la reactivación paulatina de la economía, las calles de esta zona comercial volvieron a llenarse de vehículos particulares y de transporte público, smog y ruido.
Por las aceras, se ve más movimiento de peatones. Los locales de electrodomésticos, entre los televisores y las refrigeradoras, ofrecen motos. También hay más vendedores informales, que permanecen alertas a la llegada de policías metropolitanos. Mientras que los kioscos del boulevard, en su mayoría, están abiertos. Como el de Martha Capa, de 60 años, quien vende artesanías de cuero. Ella salió a trabajar desde junio pasado, con el semáforo amarillo. Dice que esta ha sido su peor época porque la gente está sin dinero. Pero las ventas le han alcanzado para los pasajes y la comida. “Tengo miedo a la muerte, pero al coronavirus no”.
Martha Capa tiene un pequeño kiosko de artesanías de cuero. La falta de turistas ha afectado su economía.
Pero el paso a la llamada normalidad es más notorio en los patios de comidas de los centros comerciales. Los repartidores de las aplicaciones cuentan que ahora tienen recelo de ingresar a esos lugares. Cada vez hay más gente que acude a comer en esas zonas. Entonces temen contagiarse. Los patios de comida han tenido que adecuarse a las restricciones. Por ejemplo, al ingreso han colocado un contador para verificar el número de asistentes. En la actualidad solo está permitido el 50% del aforo total. Aquel viernes, sobre las 13:00, ya había 210 personas en el patio de comidas del CCI de un total de 450 que pueden ingresar. En el Quicentro, hacia la misma hora, había menos gente, pero eran comensales de todas las edades. Familias con niños y hasta una pareja de personas de la tercera edad que disfrutaban de un asado en uno de los locales.
Las escaleras eléctricas recuerdan al visitante mantener la distancia y una pantalla actualiza en tiempo real el número de personas presentes en el patio de comidas del CCI.
Los restaurantes se han unido al domicilio. Además de las aplicaciones dan la opción de pedir directamente por WhatsApp. Ofrecen descuentos en toda la carta y promociones de dos por uno. Esa ha sido, por ejemplo, una de las estrategias de Fridays, uno de los lugares de reunión más tradicionales en esta avenida. Asimismo publicitan una mayor cobertura en las entregas como Mizú Sushi Bar, que se ubica sobre la NN.UU. y la República del Salvador. Los partidos o los eventos deportivos especiales también son aprovechados para atraer clientes. Las tiendas de abarrotes, como Listo, hacen lo mismo: colocan los logos de las aplicaciones en sus paredes.
Las entregas a domicilio han sido una opción para que los restaurantes de la zona se mantengan.
Así como en todas la ciudades y en todos los negocios, el paisaje se llenó de marcas en el piso y señalética para el distanciamiento que muchos pasan por alto. La pandemia, en las NN.UU., ha pintado otras escenas. Como un Club de Leones amurallado con cortinas blancas para evitar el ingreso a su zona de triaje. Allí se ofrece la toma de muestras para pruebas de COVID. En el Registro Civil se colocaron vallas sobre la vereda quizá para alejar a los vendedores ambulantes y evitar tumultos. Más adelante, en el Banco del Pacífico -sobre la misma avenida- los usuarios hacen fila en espera de su turno para ingresar a esa agencia. Y todo esto contrasta a su vez con el recién terminado Unique de la constructora Uribe Schwarzkopf, uno de los edificios más altos en ese sector de la ciudad.
El corredor de Club de Leones, de las NN.UU, fue adecuado para realizar pruebas para COVID.
El Registro Civil puso una cinta para evitar que los vendedores se acumulen junto a sus instalaciones.
Pero en las calles paralelas a las NN.UU. hay silencio. Por ejemplo, los restaurantes de comida ubicados cerca de la Unión Nacional de Periodistas han cerrado. De los edificios se ven rótulos de arriendo e inquilinos de edificios de departamentos de esta zona de alta plusvalía se han ido. Lo confirman los guardias de seguridad, quienes además han notado el cambio de actitud de los ocupantes que queda: “se han vuelto más uranios, más esquivos a un contacto”.
Los vendedores del Mercado Iñaquito también buscan hacer entregas a domicilio
La crisis tiene diversos rostros. Para el Mercado Iñaquito, ubicado a pocos metros de la zona comercial de las Naciones Unidas, la factura es grande. Este es uno de los mercados más tradicionales de la ciudad. La bulla y el movimiento eran permanentes con la llegada permanente de vehículos. Pero allí las ventas aún no se levantan. El 80% de los vendedores ya han vuelto a laborar, pero los clientes aún son pocos, dice Lola Cando, presidente de la Asociación de Comerciantes Minoristas del Mercado La Carolina, que tiene 240 miembros. Cree que aún existe temor de los clientes por acudir al lugar, pese a que trabajan con todas las normas sanitarias necesarias. “En este mercado ninguna persona ha fallecido”, afirma. Lamenta que durante dos meses se haya cerrado el mercado. Eso a diferencia de los locales comerciales que están alrededor que siguieron operando con normalidad. “Quizás por eso nos quedamos sin clientes”.
Este mercado capitalino vive su peor crisis económica.
Los comerciantes también han recurrido a las entregas a domicilio. Algunos vendedores o vendedoras entregan su número de WhatsApp para recibir los pedidos. Los clientes les envían la lista de productos y los comerciantes a su vez hacen usan sus propios autos para dejar las compras. “Cada vendedora usa su vehículo, así sea viejito”. Es una estrategia que la adopta cada comerciante. Asimismo la solidaridad ha permitido la sobrevivencia, dice Cando. Si una vendedora no tiene todos los productos lo pide a una compañera y así hacen una venta conjunta.
Sin embargo, las deudas apremian a estas comerciantes. Han llegado a conversar con los bancos para obtener más plazo. “Nosotros pensamos salir y continuar con el comercio como era antes, pero no está bueno el negocio. Todo el mundo está quebrado”. El mercado abre de lunes a sábado, entre las 07:00 y 17:00.
Cando trabaja desde hace 40 años en este mercado. Empezó en su adolescencia, cuando tenía 16 años. “Es la primera vez en la historia del mercado que estamos pasando por esta etapa tan dura. Me duele bastante ver mal a los negocios de mis compañeras”.
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