

En los barrios más marginales de Guayaquil, CEPAM Guayaquil ha capacitado a decenas de mujeres en derechos. Luego ellas dan charlas a sus comunidades. Esta red ha servido de apoyo durante la pandemia. Foto: Cortesía
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Un grupo de WhatsApp fue el canal para movilizar a decenas de orientadoras de derechos en Guayas. Ellas ayudan a mujeres víctimas de violencia, pero en esta pandemia esa red, del norte y sur de Guayaquil, se activó para ayudar a las mujeres que perdieron a sus familiares. Sin velaciones, esas palabras de aliento por chat les ha servido durante su luto.
Estas mujeres de barrios humildes de Guayaquil, pero defensoras de sus derechos, también se preguntan: ¿Cuántas de esas muertes pasaron como víctimas del virus cuando pudieron ser por violencia?
Colectivos y organizaciones de mujeres contaron a Plan V su preocupación en ese tema. Durante la pandemia no hubo autopsias ni exámenes para las muertes que se registraron en hogares de Guayaquil y estos grupos temen que algunos de esos fallecimientos tengan otras causas como la violencia. Las mismas cifras oficiales sobre femicidios se han reducido, entre marzo y abril. Y el confinamiento ha agravado los riesgos para las mujeres.
En Guayaquil, la Fuerza de Tarea Conjunta hizo el levantamiento de los cuerpos en las casas, que pasaron allí por días. Cuando llegaban los encontraban envueltos en sábanas o plásticos, o sellados en ataúdes. Es en esos espacios donde quedan las dudas, dijo Consuelo Bowen Manzur, coordinadora del equipo legal de CEPAM Guayaquil. No faltará aquellas muertes de mujeres que se estén pasando por COVID y que podrían ser por otra causa, dijo la experta.
¿Pudo haber ocurrido? “No podría asegurarlo, pero es posible, pues producto de la falta de información no se puede verificar las causas reales de cientos de fallecidos, pudo haber muertes por violencia, por otras patologías pues no se brindaba atención hospitalaria, también pudo haber sucedido abuso de medicación supuestamente para COVID, pero que causan graves daños, no se pudo verificar y eso aumenta la incertidumbre y la angustia de las familias”, manifestó Zaida Rovira, vicedefensora del Pueblo.
En los barrios y en paradas de buses, las mujeres orientadoras de CEPAM Guayaquil entregan volantes para convocar a charlas sobre derechos de las mujeres. Foto: Archivo Particular/ Cortesía
A ella también le ha llamado la atención otra indolencia más contra las mujeres en la pandemia. La pérdida de los cadáveres y la atención en los hospitales son otras formas de violencia, aseguró.
“¿Cómo sabemos de qué murieron? Muchas de esas mujeres estaban viviendo con su agresor”, afirmó Carol Piguave, una orientadora de derechos, que ha estado en contacto con sus compañeras en toda la ciudad y otros cantones de Guayas.
A ella también le ha llamado la atención otra indolencia más contra las mujeres en la pandemia. La pérdida de los cadáveres y la atención en los hospitales son otras formas de violencia, aseguró.
Fue el caso de su suegra, quien falleció en esta emergencia. Carol recuerda la historia de su familiar. Después de haber sido maltratada durante toda su vida, al final de esta volvió a sufrir violencia.
Su suegra decayó rápidamente en su salud. Era diabética y por esa causa ingresó al hospital. Al siguiente día llamaron a la familia para anunciarles que había muerto. En el acta se asentó como causa la COVID. Su cuerpo se perdió en el hospital del Guasmo Sur. La familia ingresó a la morgue para buscarla y después de varios días la encontró.
La señora, de 68 años, sufrió violencia sexual desde niña, que la obligó a tener hijos desde muy pequeña. Hasta que conoció a Carol, jamás se había atrevido a hablar de su maltrato. “Es otra violencia para nosotras y otra violencia para esa mujer que murió así”, dijo Carol por videollamada. Una hamaca colgada de unas vigas del techo y paredes de bloque eran su fondo. Atrás jugaban sus niños pequeños en su casa de techo de zinc en Bastión Popular, un barrio del norte de Guayaquil, que se originó en asentamientos informales sobre esa zona en los años 80. Allí, Carol ha hecho su vida como activista.
"Mujeres del Ecuador unidas en contra la violencia", es uno de sus lemas. Fotos: CEPAM Guayaquil/ Cortesía
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En el 2003, Carol Piguave asistió a su primera reunión en Bastión Popular sobre violencia de género. CEPAM la escogió como una de las líderes del sector para empezar su formación en la defensa de los derechos de las mujeres.
A sus 20 años, cuando se inició como orientadora, ya tenía una relación de pareja de cuatro años. A los 17 años, tuvo a su primera hija. Su pareja la abandonó después de cuatro años de maltrato. Él viajó a España, pero desde allá la vigilaba. La amenazó con quitarle la pensión de la niña si ella conseguía otra pareja. “Para mí era normal porque las personas que te rodean lo vivieron, entonces yo también lo tengo que vivir”, pensaba en esa época. Cuando recibía un golpe, sus conocidos le preguntaban: ‘¿pero tú qué hiciste?’.
Carol descubrió que los empujones que recibía y las ofensas que le decían eran violencia. Se formó para dar las mismas charlas que recibió.
Para su primer taller entregó hojas volantes en las paradas de buses. Se acercó a las transeúntes para contarles que hay lugares de ayuda. Algunas les mostraron rechazo, otras se asustaron y otras le contaron su experiencia.
En una escuela de Bastión fue su primera capacitación. Llegaron solo seis vecinas. A muchas les daba vergüenza que supieran la situación por la que pasaban.
No todo ha sido fácil como orientadora. Un día fue amenazada por la pareja de una mujer a la que ayudó con la denuncia. El hombre estaba en su auto e intentó irse contra Carol.
En grandes papeles, Carol escribió los tipos de violencia. Hizo énfasis en la violencia económica, que influye tanto en las mujeres para que decidan soportar maltrato. Pero halló que la mayoría de las asistentes se identificaba con la violencia psicológica. Para ellas era natural que las llamaran feas y gordas.
Con el paso del tiempo, Carol se volvió en el soporte de las mujeres de su barrio. La visitan en su casa, la llaman y le cuentan sus historias bajo reserva. “Muchas veces viven la violencia en silencio”. Les da los contactos para llamar a centros de apoyo o las acompaña a la Fiscalía para poner las denuncias. La activista cree que esto es vital porque el sistema de justicia suele ser indolente y acusatorio contra las mujeres. Un caso que la movilizó fue la violación de una niña de cinco años. Sufrió abuso por parte de su primo de 16 años.
No todo ha sido fácil en su labor como orientadora. Un día fue amenazada por la pareja de una mujer a la que ayudó con la denuncia. El hombre estaba en su auto e intentó irse contra Carol. Ella era su excuñada, quien después de varios años ha asistido a sus talleres y ha aprendido sobre sus derechos.
Estas capacitaciones han ayudado a las mujeres en esta pandemia, aseguró Carol. “Pasa todo el día aquí y es muy exigente. Pero yo ya le dije que él también puede ayudar a colgar la ropa, a mover el arroz o poner la olla”, le contaron las participantes de sus talleres.
Caro, de blusa morada, sostiene una pancarta mientras su compañera expone en un taller sobre derechos de las mujeres. Foto: Archivo particular
En los talleres, las mujeres aprenden sobre los tipos de violencia. Foto: Archivo particular
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El grupo de orientadoras nació en los años 90 de la mano de CEPAM Guayaquil. Esa década fue decisiva, pues empezaban a crecer las discusiones sobre la violencia específica hacia las mujeres. Un estudio de la organización de esa época reveló que en las comunidades, las mujeres hablaban de sus problemas con las lideresas.
Por eso el proyecto se enfocó en ese grupo al que llamó orientadoras de derechos. Pertenecen a sectores urbano marginales de Guayaquil como el Guasmo, Bastión Popular, Flor de Bastión, Monte Sinaí e Isla Trinitaria, donde las invasiones han sido recurrentes. Las mujeres han tenido un papel vital para demandar de mejores condiciones de vida en sus entornos. También llevaron este proceso a cantones aledaños como Daule. Alrededor 120 mujeres han participado en este proyecto.
En los 90, la primera reunión se dio en el Guasmo. Llegaron más de 90 mujeres hasta el colegio que fue sede del encuentro. Con dramatizaciones y otras dinámicas empezaron a reconocerse como víctimas de violencia. Representaron, por ejemplo, el cantar de un gallo para explicar que ellas eran las primeras en levantarse y las últimas en dormirse. Recrearon a sus parejas dormidas en un sillón mientras ellas acarreaban agua para sus casas.
Estas escenas las recuerda Marjorie López, trabajadora social, quien estuvo en esa primera cita. No olvida lo calladas que llegaron estas mujeres, pero de a poco empezaron a hablar sobre su realidad, de las relaciones con sus hijos y con sus esposos. Encontraron solidaridad entre ellas.
Las lideresas reconocieron a los insultos, el maltrato, el desprecio y otros actos cotidianos como violencia. Con el tiempo, estas mujeres se convirtieron en un brazo de acción indispensable para la prevención e inclusive para derivar los casos a CEPAM.
Pero los resultados se vieron también en sus vidas. Terminaron el bachillerato y en algunos casos llegaron hasta la universidad. Consiguieron trabajos en instituciones o ministerios sociales por su labor comunitaria. También dejaron a sus parejas que las violentaban y que incluso les impedían ir a los talleres.
Mujeres con sus certificados como orientadoras de derechos. Foto: Archivo CEPAM Guayaquil
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Carol, además de ser orientadora, ha formado un centro para mujeres campesinas en Santa Lucía, un cantón de Guayas. Su grupo se llama ‘Mujeres luchadoras del porvenir’. Se encontraron que en la ruralidad la normalidad de la violencia es mayor. La tía, la hermana o la cuñada justifican la violencia. Una vez la hija de una de estas mujeres campesinas le dijo a Carol: ‘usted por qué le dice eso a mí mamá. Él es su esposo y debe atenderlo hasta cuando él ya no esté’.
El hambre en el campo puede ser esquivado. Los animales y los sembríos han sostenido a los campesinos en la emergencia. Pero en el campo, la pandemia también golpea. Carol recogió testimonios de mujeres que tuvieron que salir de su casa para vender algo o cuidar a alguien, porque sus esposos agricultores no han salido a trabajar. Ellas tuvieron que asumir los gastos de la casa.
Carol ahora tiene 36 años y tres hijos. La mayor tiene 18 años y ella fue su acompañante en su formación como orientadora en las capacitaciones de CEPAM Guayaquil desde que la cargaba en brazos. La niña, y ahora joven, ha sido parte del equipo de Carol en las charlas y en los plantones para exigir derechos. Es su nueva aliada.
[RELA CIONA DAS]





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