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16 de Diciembre del 2019
Historias
Lectura: 8 minutos
16 de Diciembre del 2019
Patricio Crespo Coello y Emilia Crespo Jaramillo
Fantasmas enmascarados
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V de Venganza, Anonymus, la Casa de Papel y, hace poco, El Guasón, todas nos muestran el poder de las máscaras. Caretas usadas para la violencia.

“Una máscara nos dice más que una cara”

Óscar Wilde

Este es el segundo de varios análisis sobre el paro de octubre. Lea la PRIMERA PARTE, SEGUNDA PARTE, TERCERA PARTE, QUINTA PARTE

En las redes interactúan máscaras que se relacionan con otras máscaras. Las redes sociales son eficientes para producirlas. Cuando construyes tu perfil, destacando todos aquellos aspectos que quieres mostrar a los demás, dibujas tu propia máscara. Y en tu actuación virtual debes ser coherente con la careta construida, de forma que hasta te puedes preguntar: ¿quién eres?, ¿eres el perfil que construiste o eres la persona que está detrás del perfil? Posiblemente, el ser que actúa en el nivel virtual responde más al perfil, a la máscara, antes que al ser profundo y complejo que se encuentra tras la pantalla. Así, el dominio digital de tu perfil produce un sticker, antes que una persona. Una figuración construida a voluntad, una representación para el gran escenario global. Puedes convertirte en un emoticón, un troll a sueldo, en definitiva, en un zombie digital. Una simplificación extrema de la personalidad.

El ser humano siempre es una máscara. La máscara hace a la persona, tanto que son la misma cosa. Pero la mediación de la pantalla, en esta era digital, genera otro sentido en la máscara. En una relación cara a cara hay una permanente interpelación a la máscara personal. Como un develar, cada vez más profundo, de la persona que existe detrás de la máscara. Ahora, la máscara global construida en las redes, no es interpelada, no necesita develarse. Puede sobrevivir sin mostrar jamás al sujeto que está detrás de la máscara. Finalmente, esa es la gran posibilidad que brinda una pantalla conectada en tiempo real a miles de millones de otras pantallas. El otro se difumina, se desvanece y la interpelación personal, la relación dialógica, deja de ser relevante, pierde significación. Máscaras individuales ensimismadas que contactan de manera superficial con otras miles de máscaras de similares características.

Y esta máscara es como un prisma que concentra en un punto a todas las otras, pues la careta destaca los elementos que, uno cree, los otros desean ver, pero los otros son también máscaras. Es decir, estamos ante un prisma que produce el efecto contrario al prisma de Newton. En vez de descomponer el haz de luz, lo compone, lo simplifica, lo reduce, lo concentra en un punto. Quizás por esta razón todos nos podemos colocar la misma máscara, no importa si es la de El Guasón o la de Dalí en la Casa de Papel o es un simple antifaz.

En las manifestaciones de octubre los protagonistas de los hechos violentos fueron jóvenes enmascarados. ¿Para protegerse de las bombas lacrimógenas y para ocultar su identidad? ¿O, quizás, ahora las máscaras son la forma de mostrar, no de ocultar, una nueva identidad? ¿Cuál es esa identidad?

En las manifestaciones de octubre los protagonistas de los hechos violentos fueron jóvenes enmascarados. ¿Para protegerse de las bombas lacrimógenas y para ocultar su identidad? ¿O, quizás, ahora las máscaras son la forma de mostrar, no de ocultar, una nueva identidad? ¿Cuál es esa identidad? Precisamente, la identidad de la máscara. En otras palabras, detrás de la máscara no hay nadie efectivamente real. La realidad es la máscara. Como una matrix llevada al extremo del cuerpo personal. La máscara hace a la persona, no al revés. No es un joven actuando con una máscara, es una máscara desplegando su propia actuación.

¿Por esto es que nadie se hace cargo de sus actos y tenemos una puesta en escena fantasmagórica? ¿Es la máscara individualizada operando, protegida por miles de otras máscaras también actuando desde la más extrema individualización? Resulta paradójico: la individualización proyectada en la calle bajo el anonimato. Individuos ensimismados pero que actúan perdidos en la masa bajo el anonimato.

El trabajo cooperativo implicado en la truculenta destrucción de una estación de metro, no parece el producto de una reflexión ética o política sobre los fines de la acción. Es como una acción vaciada de moral, como si miles de trolls automatizados actuaran bajo el imperativo de la destrucción sin más. El fin de la actuación es la misma destrucción de la estación de metro, no tiene una finalidad o un sentido trascendente y no parece llevar un mensaje. ¿Por otra parte, quién en sus cabales reivindicaría una acción tan absurda? O el caso del bloqueo al libre tránsito de las ambulancias. ¿Qué sentido tiene?

Como en un videojuego, pero llevado a las calles, donde lo que importa es ganar, demostrar el poder, la capacidad destructiva y pragmática de la voluntad: superar obstáculos y eliminar oponentes. Hasta uno podría preguntarse, ¿los enmascarados que destruyeron las estaciones del metro en Santiago, estaciones que ellos mismos usaban día tras día, actuaron de una forma consciente? ¿Y los manifestantes que impedían el paso de ambulancias con personas heridas provenientes de cualquiera de los bandos, tenían una noción de lo que estaban haciendo? ¿Vivieron esos hechos como un fenómeno de la realidad?

¿los enmascarados que destruyeron las estaciones del metro en Santiago, estaciones que ellos mismos usaban día tras día, actuaron de una forma consciente? ¿Y los manifestantes que impedían el paso de ambulancias con personas heridas provenientes de cualquiera de los bandos, tenían una noción de lo que estaban haciendo?

No es creíble la idea de que una insurgencia política haya dirigido tales acciones, pues, ¿cuál sería el rédito político? Pero, la hipótesis de una acción completamente espontánea tampoco resulta probable, pues atentados tan violentos y calcados en diferentes lugares y tiempos, requieren de herramientas, de planificación, de insumos y de una dosis de organización. En otras palabras, ¿se puede considerar un escenario que no es espontáneo pero que tampoco proviene de una acción política planificada previamente?

Si éste es el caso, entonces tendríamos a grupos de jóvenes enmascarados, soldados sin generales, actuando por sí y ante sí, de manera premeditada, cooperativa por medio de las redes y anónima, para cometer este tipo de violentos atentados. Carecen de la dirección habitual de un movimiento insurgente, se dirigen a sí mismos, planifican las acciones, pero no las encadenan a un proyecto político. Tampoco es terrorismo del conocido. El terrorismo conocido tiene proclama, tiene consigna. Soporta su estrategia en una ideología que le justifica y le da sustento. Éste sería como un terrorismo sin proclama, pero que sí produce miedo en la sociedad. Un terrorismo que expresa un malestar profundo, malestar que no ha tenido válvulas de escape, que ha agotado los espacios que brinda el orden democrático. Esta hipótesis, articulada a la máscara en su despliegue de poder, puede constituir una forma de explicación frente a acciones que parecen del todo irracionales, de cruda violencia, de retorno a lo que los filósofos modernos llamarían en su momento el “estado de naturaleza”.

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