
“La estadística es una ciencia que demuestra que
si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”
George Bernard Shaw
Este es el segundo de varios análisis sobre el paro de octubre. Lea la PRIMERA PARTE, SEGUNDA PARTE, TERCERA PARTE, CUARTA PARTE
El establishment tiene una fe ciega en los datos. No es para menos. El dominio actual del conocimiento y de la tecnología obliga al ciudadano a someterse al rigor de la razón cuantitativa. Cualquier afirmación sobre la situación económica y social de un país debe estar bien sustentada.
En Homo Deus, Yuval Noah Harari muestra que en la época actual la humanidad ha conquistado los mayores logros de toda su corta historia en el planeta. En salud, en educación, en esperanza de vida, en acceso a bienes y servicios, en divulgación del conocimiento, en paz mundial, en inclusión, en seguridad ciudadana, en conectividad, en facilidades de transporte e, incluso, en la satisfacción que se obtiene de una vida republicana y democrática más plena. El continente africano, en los últimos 30 años, también ha logrado importantes avances en diversas áreas. El Sistema de las Naciones Unidas en sus evaluaciones de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) para el período 2000-2015, coincide en que la humanidad ha progresado y que las metas acordadas por los 189 países miembros hace casi veinte años han sido, incluso, superadas.
El caso de Chile se presenta como un ejemplo de desarrollo y de crecimiento económico. Según datos del Banco Mundial, “Chile ha sido una de las economías latinoamericanas que más rápido creció en las últimas décadas debido a un marco macroeconómico sólido que le ha permitido amortiguar los efectos de un contexto internacional volátil y reducir la pobreza (USD 5.5 por día) de 30% en 2000 a 6.4% en 2017”.
Pese a todos estos avances, la deuda global puede priorizarse en dos campos: por un lado, la crisis del ambiente especialmente en relación al cambio climático y a la pérdida de la biodiversidad; y, por otro lado, la creciente desigualdad económica entre los que más tienen y los que menos tienen. Y los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) priorizan, en efecto, estos dos grandes desafíos.
Pero, entonces, ¿cómo explicar la virulencia de las masivas movilizaciones sociales de los últimos meses en diferentes partes del mundo? Protestas lideradas justamente por la generación que según la “data” ha logrado los mayores beneficios del desarrollo mundial. No parece que exista una sintonía entre lo que nos dicen los números y lo que expresan las personas en las calles.
Parecería que la información acerca de los índices de satisfacción de las presentes generaciones sobre el mundo en el que viven no es suficiente, o, en todo caso, está muy sesgada a variables que no son relevantes para los jóvenes de la actualidad.
Frente a la inconsistencia entre los datos y el malestar social, la respuesta habitual suele ser la siguiente: un mayor desarrollo provoca en la gente un incremento de las expectativas. Es decir, las personas no necesariamente comparan su situación actual con la situación en la que vivieron sus padres, más bien comparan su situación actual con la expectativa de la calidad de vida deseada. En otras palabras, a mayor desarrollo, mayor demanda sobre los logros que se esperan conquistar en el futuro. Correlativamente, a mayor desarrollo, las personas serán menos proclives a comparar su situación presente, con su situación pasada. No es un alivio para un joven que terminó el colegio pero que no accedió a la universidad, conocer que su padre no pudiera terminar la escuela, aunque puede que sí fuera un consuelo para el padre.
a percepción de injusticia estaría en la base del malestar juvenil y sería lo que explicaría en último término la cruenta violencia de las manifestaciones de los últimos meses. Y, por supuesto, la “data” no muestra esta realidad.
La otra respuesta que pretende explicar los fundamentos de la protesta tiene que ver con la injusticia. Es posible que los jóvenes actuales de sectores populares hayan accedido a mayores oportunidades de desarrollo respecto de las generaciones precedentes, pero si se compara su situación con el nivel de vida de los jóvenes actuales de medianos y altos recursos, la brecha de injusticia se ha incrementado. En otras palabras, la percepción de injusticia estaría en la base del malestar juvenil y sería lo que explicaría en último término la cruenta violencia de las manifestaciones de los últimos meses. Y, por supuesto, la “data” no muestra esta realidad.
Necesitamos de mediciones más finas y que combinen variables de otra índole. Así, por ejemplo, Gabriela Bernal en un estudio reciente muestra lo siguiente: “los datos sugieren que la población indígena (ecuatoriana) que logra tener un mejor nivel educativo reduce sus posibilidades de empleo: si en 2009 la población indígena con estudios superiores y de posgrado, ocupaba el 15.1% de la PEA indígena, en 2017 se reduce al 9.6%. Paradójicamente, en la PEA indígena crece el empleo no remunerado: de 27.1% en 2009 se pasa al 29.1% en 2017”. En otras palabras, actualmente los jóvenes indígenas acceden a mayores niveles de educación media y superior, pero, al mismo tiempo, se encuentran más excluidos del empleo formal. Estos datos bien pueden confirmar la crisis de expectativas. Un joven indígena con título universitario incrementa sus aspiraciones de empleo formal y de mejor ingreso, pero la realidad es muy diferente. El joven indígena sale a buscar trabajo y solamente encuentra puertas cerradas. Seguramente, para un joven indígena con estudios universitarios la exclusión racista será más violenta, pues su título lo habilita formalmente a espacios de empleo formal a los cuales los pueblos indígenas no han accedido. Así que su dilema termina centrándose entre dos opciones: el subempleo o emigrar del país. En ninguna de las dos opciones servirá su título universitario. Por otra parte, el desempleo no es una opción, pues nadie cubrirá sus necesidades.
Así, las estadísticas socio-económicas muestran de manera parcial una realidad y si son utilizadas de manera inadecuada, hasta pueden ser eficientes en ocultarla. Todo parece indicar que el paradigma de la “data” en los últimos años ha ocultado una realidad profunda de malestar. Esa información nada nos dice acerca del sentir y parecer de los jóvenes actuales. Es una información que establece generalizaciones que no dan cuenta de la situación específica de diversos grupos humanos. Tampoco profundiza en elementos cualitativos sobre el mundo de las expectativas subjetivas de los jóvenes. Esta es otra razón por la cual los jóvenes indígenas, campesinos y de barrios urbano-marginales son invisibles para el Estado. Estos jóvenes son invisibles frente a la racionalidad cuantitativa del Estado moderno. Es indispensable cambiar la mirada. Y en ese cambio de mirada, lo más relevante será escuchar la voz de los jóvenes, mirar la realidad desde una nueva perspectiva.
[RELA CIONA DAS]
NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



