
Fotomontaje: PlanV
“Internet facilitó la organización de la protesta, pero no la victoria”
Zeynep Tufekci
Este es el segundo de varios análisis sobre el paro de octubre. Lea la PRIMERA PARTE, SEGUNDA PARTE, CUARTA PARTE, QUINTA PARTE
Las jornadas de octubre en Ecuador y las posteriores en Chile, Colombia y Bolivia tuvieron un denominador común: la violencia. Una violencia inusitada, explosiva, caótica, diseminada como en una malla reticular que ocupaba espacios simultáneos de manera aleatoria, destructiva de simbólicas infraestructuras públicas y privadas, altamente agresiva contra las fuerzas del orden. Una violencia que fue catalizada y potenciada por las redes sociales. Una violencia que mostró la energía de miles de jóvenes temerarios conectados por medio del Internet, globalizados desde un sentimiento generalizado de injusticia.
Las manifestaciones habituales, a las que estábamos acostumbrados, eran del siguiente orden: grandes movilizaciones indígenas y campesinas, siempre pacíficas, que llegaban del campo a la ciudad, muchas veces respaldadas por las clases medias urbanas; revueltas estudiantiles más o menos violentas localizadas en los alrededores de los colegios y universidades emblemáticas de las principales ciudades del Ecuador; marchas pacíficas de los movimientos sindicales en ocasiones en unidad con los movimientos indígenas. A esto habría que añadir los pronunciamientos masivos y pacíficos con amplios sectores medios de las ciudades que desembocaron en la caída de algunos presidentes de la república. En todos estos casos, las movilizaciones —incluso las violentas— se limitaban a ciertos espacios (determinadas calles y plazas) y usaban unas pocas estrategias de rebelión (bloqueo de vías, piedras y, en el peor de los casos, palos y fogatas). Estas movilizaciones estaban lideradas y eran organizadas de manera meticulosa por organizaciones sociales, movimientos estudiantiles y por partidos políticos. Por otra parte, el Estado sabía a lo que se enfrentaba.
Zeynep Tufekci sostiene una tesis de alta relevancia. Los procesos previos al Internet, de movilización y protesta, implicaron un gran trabajo organizativo, de construcción de discurso, de articulación de personas y grupos, de preparación de materiales divulgativos, todo un trabajo de comunicación, convocatoria y persuasión, con múltiples mediaciones en las estructuras sociales y políticas. Para organizar una marcha, un plantón o una movilización con cientos o miles de personas, se necesitaban meses de preparación.
La mayor parte de estas manifestaciones fueron pacíficas, pero: ¿qué obtuvieron? ¿Es posible que las manifestaciones pacíficas facilitadas por el Internet agotaran su estrategia y ahora, por su propia lógica de acumulación de demandas, dan el paso hacia la violencia?
En cambio ahora, gracias al internet, un hecho relativamente fortuito y aislado, divulgado en twitter, y reproducido miles de veces, puede constituir el factor desencadenante de una gran movilización social. Una movilización que prácticamente carece de preparación, que se expande como un virus, que no requiere de un trabajo previo de organización social, sino que se produce de manera explosiva, sin mayores mediaciones (solamente el individuo, la masa y unos pocos agitadores) y así, en cuestión de horas aquello que antes tardaba meses de trabajo genera actualmente movilizaciones masivas, desconcentradas, que proliferan como un salpullido caótico, de muy alta incidencia y de gran espectacularidad. Y, claro, ni el Estado ni la sociedad civil, refractarias a estos hechos, saben cómo reaccionar. La verdad, ni siquiera lo entienden.
Tufekci encuentra que los antiguos procesos de protesta y movilización produjeron mayores cambios y más altos impactos respecto de los procesos actuales. Los de estos tiempos digitales, en cambio, si bien son más fáciles de organizar y convocar no garantizan el triunfo. Así, Tufekci concluye: “Internet facilitó la organización de la protesta, pero no la victoria”.
Sin embargo, tenemos varios años de movilizaciones y protestas facilitadas por el Internet, la mayoría de ellas pacíficas. En una explosión de demandas, diversos grupos se han manifestado en los últimos años, con agendas específicas, por lo general inspirados en la exigibilidad de los derechos humanos. Respuestas coyunturales a hechos que implicaron agravios emanados de políticas públicas de los Estados o bien frente a hechos producidos en la misma sociedad sin mediación de los gobiernos. La mayor parte de estas manifestaciones masivas fueron pacíficas y habría que preguntarse, tal como lo hace Tufekci, ¿qué obtuvieron esas grandes manifestaciones? ¿Es posible que las manifestaciones pacíficas facilitadas por el Internet agotaron su estrategia y ahora, por su propia lógica de acumulación de demandas, dan el paso hacia la violencia? Se trata de una hipótesis no despreciable.
¿Acaso las protestas de octubre juntaron todas las demandas, antes dispersas, y explotaron en hechos de violencia porque la ira y el desdén acumulados durante los últimos años no generaron ningún cambio ni en el Estado como tampoco en la sociedad? Es decir, ¿los jóvenes se cansaron de protestar de manera pacífica, pues de ese modo nada obtuvieron?
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